_
_
_
_
_

El fuego arrasa el corazón de la Lisboa romántica

Tragedia, desastre, catástrofe nacional... Las autoridades y los periodistas portugueses no encontraron, a lo largo de este día caluroso de agosto, palabras suficientemente gráficas para calificar el incendio que desde la madrugada de ayer hasta el comienzo de la tarde destruyó una parte importante del centro histórico de Lisboa, entre la llamada Baixa Pombalina y el Chiado, corazón de la Lisboa romántica y de principios del siglo, la que inmortalizaron escritores como Fernando Pessoa.

Más información
El alma y la memoria

Los hechos, como en todas las grandes catástrofes, caben en pozas palabras. El incendio -se ignora aún si provocado- comenzó sobre las tres de la madrugada en el interior de los grandes almacenes Grandella, situados en plena Rua do Carmo, que sube desde la plaza de Rossio hacia el Chiado.Las llamas se extendieron con gran rapidez y los equipos de bomberos asistieron, impotentes, a su imparable propagación, manzana tras manzana, a numerosos edificios, dentro de un cuadrilátero delimitado por las calles Do Ouro, Do Carmo, Garrett, Sacramento, Ivens y Nova de Almada.

Las llamas, de decenas de metros de altura, eran atizadas por la fuerte brisa que venía del cercano río Tajo y obligaban a los equipos de bomberos a retroceder paso a paso. Durante algún tiempo se temió que todo el casco viejo de la capital portuguesa se convirtiese en un inmenso brasero.

El calor intenso provocaba explosiones que desmoronaban muros y paredes, transformando cada edificio antiguo, con maderas viejísimas, en chimeneas que aspiraban y proyectaban hacia el aire pedazos de material incandescente.

Un millar de hombres, decenas de vehículos, motobombas y escaleras se utilizaron en la lucha contra el fuego, pero la confusión y el caos parecían impedir una acción eficaz.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Todo el mundo sabía, o debía saber, que el centro viejo era un lugar de alto riesgo ante la concentración de edificios antiguos, tiendas y oficinas repletas de material fácilmente combustible y calles estrechas que no permitían a los coches de bomberos circular y maniobrar. La Lisboa de los poetas y los pintores ya es sólo historia.

Pasa a la página 3

Herida de muerte la Lisboa de los poetas y los pintores

Viene de la primera página

Fue necesaria la tragedia para revelar gravísimas insuficiencias, como la antigüedad y mal estado de conservación de las canalizaciones de agua lisboetas, que reventaron. Se vivieron momentos de espanto cuando faltó el agua y las medidas de emergencia de protección civil se retrasaban. Fueron necesarias más de seis horas para que el incendio se diera por circunscrito, primero, y controlado, después.

El presidente, Mario Soares, y el viceprimer ministro y ministro de la Defensa, Eurico de Melo, fueron los primeros en visitar el lugar de la tragedia, mientras que el primer ministro, Aníbal Cavaco Silva, regresaba apresuradamente del Algarve, donde estaba de vacaciones, para presidir una reunión del Gabinete de crisis.

Decenas de edificios, centenares de comercios y pequeñas empresas destruidos, más de 2.000 trabajadores sin empleo, 3.000 vecinos evacuados, un muerto y 42 heridos. Éste es el resultado provisional de la catástrofe.

Los afectados son, en su mayoría, pobres y de edad avanzada, que se amontonaban, en estado de choque, en. las aceras, indiferentes a toda la confusión que reinaba a su alrededor. Muchas de estas casas no tenían gas canalizado, porque la compañía se negaba a instalar contadores en los edificios demasiado viejos y sin condiciones de seguridad.

De ahí la presencia de numerosas bombonas de gas, cuya explosión cadenciada impuso un trágico ritmo a las primeras horas del incendio. La mayor parte de los vecinos se despertaron por las explosiones, lo que, en muchas casos, les salvó la vida.

Para la policía, que inició inmediatamente las investigaciones, "no tienen ningún fundamento, de momento, las acusaciones de incendio criminal" que circularon desde primeras horas de la mañana. El miércoles, el diario A Capital anunciaba, en primera página, el encarcelamiento de uno de los propietarios de los grandes almacenes Grandella, donde se inició el fuego Manuel Martins Días, socio mayoritario del establecimiento, y de una cadena de supermercados, fue detenido bajo la acusación de fraude fiscal, estafa a una compañía de seguros e "incendio criminal" de una de sus tiendas en Tavira (Algarve). Martins Días salió en libertad bajo fianza el día 24. Era bastante para que una opinión pública traumatiza da imaginase un maquiavélico intento de destruir, también por el fuego, "pruebas comprometedoras". Muchos lisboetas recordaban el alto valor de los terrenos, donde la especulación no podía funcionar a sus anchas por tratarse de un patrimonio protegido. Las centrales sindicales y miembros de la oposición en el Ayuntamiento de Lisboa exigieron medidas urgentes para impedir que una "tragedia nacional" se transforme en el negocio del siglo para los dueños de los edificios destruidos. Para la CGTP (comunista) y la UGT (socialista), hay que asegurar la defensa de los puestos de trabajo, ayudando a las empresas afectadas a volver a sus actividades.

Para Gonzalo Ribeiro Telles arquitecto, ex candidato de los monárquicos y de algunos grupos ecologistas a. la alcaldía de Lisboa, el incendio es "la confirmación del carácter suicida y criminal de la política seguida para el desarrollo de la. capital y de las ciudades en general". Para Ribeiro Telles, la "desertificación" del centro de la ciudad, para "favorecer al comercio y los bancos", impidió que el fuego fuese detectado y combatido a tiempo, mientras que la acumulación de material inflamable añadió peligros suplementarios.

"Desarrollo suicida"

Las acusaciones cruzadas que caen, en estos momentos, sobre el Ayuntamiento., el Gobierno y los servicios de Protección Civil (que aseguran haber hecho todo lo humanamente posible) son lógicas, sobre todo ante la proximidad de las elecciones municipales de 1989. Pero ofrecen un contraste flagrante con la serenidad con la que el pueblo de Lisboa reaccionó ante la tragedia. No hubo ningún momento de pánico, o de histeria colectiva, y el cordón de seguridad montado alrededor de la zona siniestrada no tuvo que hacer Frente a ningún intento de pillaje.

Una enorme tristeza se abatió sobre la ciudad, a medida que la radio y la televisión daban, en directo, las imágenes del infierno de la Baixa. Alguna escena de desesperación, de quien perdió su casa, o su trabajo, pero, sobre todo, una convicción, muy fuerte, muy dolorosa: la. de que Lisboa nunca volverá a ser la misma después del 25 de agosto de 1988. Por más que Cavaco Silva, plagiando al marqués de Pombal después del terremoto de 1755, diga que hay que pensar, desde ahora mismo, en reconstruir, curar las heridas, borrar las cicatrices. Ha muerto la Lisboa de los poetas y de los pintores, de la bohemia romántica, algunos dicen que asesinada por un puñado de mercaderes del templo.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_