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Tribuna:LA VIDA EN LA PRISIÓN
Tribuna
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Nuestras cárceles, sin demagogias

El autor, recluso que ha alcanzado notoriedad porque su caso ha sido llevado al cine, se solidariza con sus compañeros en reivindicaciones históricas de los presos españoles, a los que no se les presta la atención que precisarían para prepararse para el regreso a la vida en libertad. Desde su experiencia propia, el Vaquilla, que es como se conoce popularmente al autor, cuenta cómo es la situación.

¿Cuántos son los jóvenes españoles que han tenido mínimamente una mala experiencia con el entorno de la cárcel?, ¿cuántos con esa experiencia vieron iniciada la malformación de sus vidas?, ¿cuántos entraron en ella y ya no han salido más?, ¿cuántos, si no se hace algo mejor para evitarlo, quedan por caer en esa red en los próximos años? Seguramente las cifras se alcen a las nubes.Ellos, los jóvenes, por ser parte integrante de las circunstancias condicionantes que les arrastran, que -todos sabemos sobradamente, no sólo no van a poder salirse por sí mismos, sino que ni siquiera se van a dar cuenta de lo que les espera precisamente, tristemente, hasta verse en la celda de una cárcel cargados de años de condena, con todo destrozado, con todo deshecho, segregados, degradados, marginados: convertidos en eso que teóricamente nadie desea tener en su sociedad.

¿Qué ocurre, esto no le preocupa a nadie?, ¿no se puede hacer nada por ellos?, ¿no está en la mano de nadie evitar la total corrupción de los que van camino de ser los futuros huéspedes de nuestras esplendorosas prisiones de alta seguridad? ¿Hay que preguntarse si la causa de la marginación, y la problemática de nuestras cárceles forman un complejo interrogante para el que no tenemos soluciones en la tierra?, ¿habrá que resignarse al costumbrismo obviando toda esperanza de realismo en nuestra sociedad actual?

Me llegan noticias de que en la calle se está trabajando para ayudar a los jóvenes que manifiestan síntomas relacionados con el binomio delincuencia / droga, pero ¿qué ayuda se nos presta a los que ya estamos dentro?, ¿qué pasa con los miles de nosotros que deambulamos al amparo del diablo llenando los celulares de nuestros centros penitenciarios? ¿Nosotros hemos perdido todo el derecho a la ayuda, al futuro, a la educación, al regreso ... ?

Tratamiento

No se puede ocultar que estamos faltos de ayuda, que no tenemos una estructura seria de tratamiento; que el tiempo de nuestra condena está sirviendo únicamente para deseducarnos más, para marcarnos y forjarnos más en el submundo de la delincuencia, y si algo contrario conseguimos es debido a nuestro solitario esfuerzo, no porque se nos ayude a ello. Esto es así aunque en el Parlamento muchos se obstinen en afirmar lo contrario. En nuestro país no se termina de consolidar la política de rehabilitación (al menos en el aspecto común). Es una triste realidad que estamos obligados a manifestar públicamente, y que debemos hacerlo.

En mi último viaje desde El Puerto 1 a la Modelo de Barcelona he pernoctado con jóvenes de Sevilla, Córdoba, Jaén, Ocaña, Carabanchel, Meco, Zaragoza, Huesca, Daroca, etcétera, y, creánme, en ninguno de ellos he advertido consecuencias propias de un proceso de cambio, y muchos de ellos llevan años encerrados. ¡Qué triste! A alguno de ellos me atreví a preguntarles: "¿Qué pasa, que vosotros no pensáis cambiar nunca, o qué ... ?". Me respondieron: "Pero cómo vamos a cambiar si aquí nadie se preocupa de nuestra educación, si aquí todos pasan de todo y sólo piden más seguridad?".

Yo, que vivo la situación desde el mismo lado que ellos, no tengo más remedio que creerles, y en su nombre pido que les crean ustedes también. Les creo sencillamente porque (sirva a modo de ejemplo) durante ese mismo recorrido por las prisiones de nuestra geografía, en mi estancia en la de Lérida 2, que es una de las que nuestros penitenciaristas presumen de ser la más sofisticada, la más europea, me vi obligado a asistir al tratamiento clásico -al de la simple represión, al del castigo- al que todavía se sigue estando sujeto en nuestros centros penitenciarios.

Allí, en el corto período de un mes, presencié cómo esposaban de pies y manos a los laterales de la cama a tres jóvenes, permaneciendo así algunos de ellos semanas enteras (¿dónde está el diálogo terapéutico que ha de caracterizarnos ... ?).

Sí, ya sé que no faltarán quienes pretendan afirmar la existencia de jóvenes insubordinados, rebeldes, conflictivos, peligrosos..., para los que es inevitable la aplicación del artículo 45 de nuestro reglamento penitenciario, en el que se justifican los medios coercitivos.

Pero ¿no estamos en lograr la erradicación de la violencia en el pensamiento del hombre?, ¿por qué hay que utilizar la violencia, mal llamada seguridad, en vez del diálogo terapéutico?, ¿no tenemos una directriz articulada en nuestras leyes que especifica y prohíbe que se consideren como finalidad en sí mismos los medios empleados en el tratamiento?, ¿no se dice que toda normativa disciplinaria será simple elemento auxiliar para lograr materializar la finalidad fundamental de la rehabilitación de los tratados? ¿Por qué entonces esa intransigencia, esa inflexibilidad?

Seguidad

Ante esto siento terror cuando leo en la Prensa que en la prisión de..., sus encargados hacen huelgas para pedir más seguridad en el interior.

Es un miedo justificable porque (¡ojalá pidieran la seguridad que realmente necesitamos en las cárceles!) sé perfectamente que no se necesita más seguridad en el aspecto que se pretende, y que, en tales casos, lo único que se pide aviesamente es más libertinaje para mantener la antigua técnica del tratamiento, que no es de rehabilitación social en absoluto, sino que más bien se basa en la pretensión de justificar (ante esa sociedad que exige la reinserción, cansada ya de ser la víctima de todo) la ineficacia del tratamiento que se viene dando en nuestras cárceles.

A nuestro personal penitenciario -lo está demostrandole es más fácil decir que "hay individuos peligrosos para los que necesitamos toda clase de medios coercitivos: más seguridad" a "tenemos jóvenes con problemas a los que hay que ayudar y tratar con medios pedagógicos para que ellos superen sus problemas y dejen de ser ese supuesto peligro para la sociedad". Parece evidente que lo primero se soluciona pidiendo, con huelgas, más seguridad.

Lo segundo requiere una verdadera profesionalidad, atención y buena voluntad, que en nuestras prisiones, por lo que el personal demuestra, no se cuenta todavía. ¿Cuándo nuestros funcionarios de prisiones harán huelgas reivindicando medios reales para hacer verdad la reinserción social de nuestros presos y consolidar nuestras cárceles en auténticos centros de tratamiento y de rehabilitación?

Juan José Moreno Cuenca recluso en la cárcel de El Puerto de Santa María, es conocido como el Vaquilla.

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