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Nora Astorga, la feminidad al servicio de la revolución

Muere de cáncer la embajadora nicaragüense en la ONU, antigua guerrillera

Antonio Caño

Con honores de heroína de la patria fueron despedidos ayer en Managua los restos de Nora Astorga, quien ha entrado ya en el olimpo de los mitos sandinistas como ejemplo de la feminidad al servicio de la revolución. Era la embajadora de Nicaragua en las Naciones Unidas. Durante 24 horas, su cadáver, maltratado por el cáncer, fue velado por los nueve miembros de la dirección del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). El comandante Tomás Borge fue quien llegó primero. Henry Ruiz, quien más emoción mostró.

La trayectoria política y personal de Nora Astorga, que desaparece antes de cumplir los 40 años, está marcada por uno de los sucesos más famoso de la épica antisomocista. El 8 de marzo de 1978, ejerciendo de una Judit criolla, arrastró hasta su cama a un general del Ejército de la dictadura -Reinaldo Pérez Vega, el perro Pérez- para ponerlo al alcance de un comando sandinista, que sacó al militar de entre las sábanas de Nora y acabó con su vida después.

Doble personalidad

Tras ese momento, Nora Astorga ha trabajado para la revolución en dos misiones distintas que revelan la doble personalidad de esta mujer: fiscal de los temidos y ya desaparecidos Tribunales Populares Antisomocistas (TPA) y embajadora en las Naciones Unidas. En el primero de los cargos supo demostrar que era una persona dura, inamovible en sus principios. En el segundo, utilizó su enorme capacidad seductora al servicio de la causa en la que siempre creyó. Se hizo famosa en Nueva York por enviar flores a sus colegas en lugar de frías notas diplomáticas.Hija y nieta de militares, Nora se licenció en Derecho por la Universidad Centroamericana (UCA) e ingresó en el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en 1968 como dirigente de un comité de mujeres. Fue siempre tercerista, la tendencia a la que perteneció también el presidente Daniel Ortega. Su particularidad fue la de "hacer política con una leve sonrisa en los labios", dice una de sus mejores amigas.

Su jefe en los últimos años, el canciller Miguel D'Escoto, ha lamentado la pérdida de "una hija y una hermana llena de amor y de vida".

Era coqueta y sofisticada. Sabía pasearse por los salones diplomáticos de Nueva York con habilidad y con encanto. Se la recuerda también como una mujer fuerte, sin miedo a nada. Ni siquiera al cáncer, contra el que luchó hasta el último día. Hace pocas semanas" gastada ya por la quimioterapia, sin cabello y sin fuerzas, participaba todavía en reuniones de trabajo y en actos sociales en Estados Unidos.

Venció una primera batalla a la muerte a finales del pasado diciembre en un hospital de Nueva York. Pese a que los médicos le dieron horas de vida, consiguió acumular las energías suficientes para salir de allí y volver en enero a su casa, sobre el kilómetro diez y medio de la carretera sur en Managua. Habló con amigos se empapó de Nicaragua, viajó a la playa, se divirtió, se rió. Con sumió el poco oxígeno que le quedaba en sus pulmones rotos.

Su enfermedad se reveló hace dos años durante un viaje a Harare (Zimbabue) para participar en una reunión del Movimiento de Países no Alineados. Al regreso, los médicos cubanos le diagnosticaron un cáncer de mama con metástasis pulmonar. Pese a eso, aceptó el cargo de jefa de la misión en la ONU, para el que la propuso el Gobierno nicaragüense después de que las autoridades norteamericanas negasen el plácet para su nombramiento como embajadora en Washington.

Aunque siempre se le ha atribuido una vida amorosa muy intensa, oficialmente sólo se conocen en su vida dos hombres, con los que se casé y de los que se divorció. Deja tres hijas y un hijo.

Con su muerte desaparece uno de los símbolos de la revolución sandinista. Como el propio régimen nicaragüense, un símbolo contradictorio, lleno de atractivo y de leyenda.

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