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Tribuna
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Negros

Nunca, desde la descolonización, abundaron tanto los chistes negros sobre negros como en los últimos meses de Europa.Los etíopes famélicos, los surafricanos esclavizados, los habitantes de cualquier país investidos de la inhóspita condición de negros, han pasado de ser materia de subversión en los años sesenta a materia de irrisión en los ochenta.

En dos décadas, el potencial de sentido que el progresismo europeo atribuyó al Tercer Mundo ha quedado exhausto. Todas las teorías que apreciaban un extraño vigor revolucionario en el desequilibrio norte-sur o que auguraban un mal explosivo en el intercambío desigual de mercancías han sido arrumbadas por el huracán de la crisis.

En el hueco que dejaron las doctrinas se hospeda ahora el cinismo o la compasión, la indolencia o la condolencia. Ha terminado la época en que del Tercer Mundo se esperaba la gestación de un nuevo mundo. El hambre y la indigencia han vuelto a ser lo que eran antes de la utopía. Simplemente la miseria se ha revelado como falta de poder y no como un contrapoder en reserva.

Cinco mil personas mueren diariamente de hanibre. Los funerales son, en consecuencia, tan continuos y sumariales que da lo mismo grabar hoy que dentro de 10 años un nuevo long-play como contribución internacional al luto. Por otra parte, no parece existir imaginación para hacer mucho más.

Estados Unidos, Japón y Europa han constituido un casino privado y cerrado donde alternativamente pierden y ganan sus fortunas. Allí se complacen y mienten sobre sus proyectos y coyunturas; hacen circular sus bienes y sus monedas, sus tecnologías de punta y sus emociones bursátiles. Entre tanto, el exterior, tres cuartas partes de todos los seres humanos, es sólo mendicidad, disentería y deuda externa: una especie de tundra arrasada por la calamidad, de la que apenas se oyen las voces y en donde se acumula un excedente demográfico funcionalmente convertido en excremento.

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