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Del desierto del centro al desierto de la derecha

Desde las últimas elecciones generales han pasado bastantes cosas en este país y en el mundo, pero no consigo recordar que ningún dirigente político significativo de nuestra derecha o de nuestro centro haya dicho algo importante sobre alguna de ellas. Tampoco consigo recordar que desde este mismo centro o esta misma derecha haya surgido alguna iniciativa política de carácter general capaz de reunir mayorías y suscitar amplios movimientos de opinión.Ningún partido de centro o de derecha tiene hoy opiniones específicas y bien diferenciadas de otras sobre problemas tan importantes como las posibles alternativas a la política económica que se sigue en España, la manera de erradicar el terrorismo, la defensa europea después de los acuerdos entre la URSS y Estados Unidos, la evolución de la Unión Soviética y la República Popular China, la situación de América Central después del acuerdo de Esquipulas a los acontecimientos del golfo Pérsico.

Aparte de los lugares comunes más tradicionales de la derecha más tradicional resulta dificil percibir hoy en nuestro país un pensamiento de centro y de derecha mínimamente serio y coherente en el plano político o en el económico. Se importa el neoliberafismo y se repite lo de "más mercado y menos Estado", pero en cuanto un sector económico va mal se solicita en seguida la ayuda del Estado para colmar con fondos públicos los inmensos agujeros que la incompetencia, la irresponsabilidad o la mala fe que tantos fautores de la iniciativa privada van dejando por ahí.

Todavía estamos esperando, por ejemplo, una mínima reflexión política y económica del centro o de la derecha sobre la crisis de los mercados bursátiles. Y el hecho es que esta crisis, más allá de los aspectos coyunturales y de las defensas a corto plazo para impedir el derrumbe, hace vacilar los fundamentos de toda la propuesta política y económica del neoliberalismo. Uno se pregunta, por ejemplo, cómo se puede seguir predicando la privatización a ultranza y el llamado "capitalismo popular" cuando la crisis bursátil ha aniquilado los ahorros de millones de pequeños compradores de acciones y ha generado una inmensa sensación de inseguridad entre estos mismos accionistas. Uno se pregunta también si es posible seguir razonando tranquilamente en términos de teoría neoliberal abstracta cuando, los hechos han asestado a esta teoría un tremendo golpe y han puesto al descubierto su fragilidad. Es cierto que la izquierda todavía no ha reflexionando mucho sobre un hecho tan importante, pero el centro y la derecha no han dicho absolutamente nada y siguen ahí, con cara de póquer, como si la cosa no les concerniese.

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El mismo silencio, la misma incapacidad teórica, la misma esterilidad creadora, se observa en el plano de las propuestas culturales. En unos momentos de cambio acelerado como los presentes, en los que muchos valores que parecían asentados vacilan y todavía no se ve con claridad cuáles van a afirmarse en el futuro inmediato, no se percibe ninguna reflexión seria, ninguna propuesta globalizadora, ningún programa que desde una perspectiva de centro o de derecha dé cuenta de la situación y proponga vías de avance que puedan ser asumidas por la mayoría o que por lo menos estimulen la reflexión. Estamos en lo mismo. Se repiten cuatro lugares comunes sobre la privatización, se traduce a los filósofos llamados nuevos, se cultiva incluso un cierto anarquismo de derecha, que consiste en decir que la política, la democracia y los políticos son una inmensa basura y que todo es un desastre y poca cosa más.

No quiero decir con ello que la izquierda lo tenga todo claro, pero muchas gentes de izquierda por lo menos se interrogan sobre los nuevos problemas y buscan respuestas renovadoras. En cambio, nuestro centro y nuestra derecha callan y parecen dar por sentado que la definición de las pautas culturales a finales del siglo XX debe dejarse en manos de las grandes multinacionales de la comunicación de masas. En definitiva, éstas proponen una cultura basada en el individualismo, en la agresividad, en la violencia, en la insolidaridad y en la privaticidad más absoluta; es decir, una cultura clara y explícitamente de derecha. El centro y la derecha política parecen pensar, pues, que si la cultura dominante es de derecha, el problema lo tiene la izquierda, y que ellos no sólo no tienen nada que decir sino que deben aceptar su subordinación a unos centros de decisión que ya están en manos seguras. A esto se reduce, en definitiva, su propuesta de más mercado y menos Estado en el plano cultural.

En realidad, la única alternativa visible que algunos sectores del centro y algunos de la derecha proponen hoy en nuestro país es la del nacionalismo, o más exactamente, la de los nacionalismos. Y digo "más exactamente" porque el nacionalismo catalán de CiU es muy diferente del del PNV o del de Eusko Alkartasuna, y además ninguno de ellos es capaz de organizar hoy una alternativa política global en el conjunto de España. En realidad estos nacionalismos sólo tienen en común su estrategia de enfrentamiento sistemático con el Gobierno central y con el partido que apoya a éste -el PSOE-, enfrentamiento que es presentado como un combate de todo el pueblo de Cataluña o del País Vasco contra un adversario inmutable a lo largo de la historia. Esto no es, desde luego, una propuesta política general ni una alternativa ideológica, pero puede generar movimientos de imitación en las comunidades autónomas gobernadas por el centro o la derecha, como ya se ha empezado a ver. Pero más allá de estos movimientos coyunturales, siempre de carácter instrumental y con objetivos a muy corto plazo, no hay ni puede haber con tan pocos ingredientes una propuesta ideológica general ni una alternativa política.

De hecho, toda la acción política del centro y de la derecha consiste en guardar silencio sobre los problemas generales y en intentar romper la hegemonía del PSOE con hostigamientos parciales y con el aprovechamiento de fallos, errores o deslices concretos. Explícita o implícitamente se reconoce que el PSOE está haciendo la labor de estabilización política, de reconversión industrial y de saneamiento financiero que ni el centro ni la derecha supieron realizar cuando tuvieron el poder en sus manos, y ahora se Emitan a esperar en silencio que el propio PSOE se desgaste en esta tarea, que sus contradicciones internas aumenten, que sus apoyos electorales disminuyan y que en definitiva el poder vuelva a manos centristas y/o derechistas sin mover un dedo, como fruta madura. Los increíbles silencios de tantos dirigentes del centro o de la derecha sobre los grandes temas de la política contemporánea sólo se pueden explicar por esto, o más exactamente, pueden explicarse en parte por su incapacidad y en parte por el simple deseo de no mojarse en nada que los lleve a definirse y a comprometerse.

No sé cuánto va a durar esta situación, pero no creo que sea beneficiosa para el país en su conjunto. La derecha paga ahora las consecuencias de su incapacidad histórica de gobernar en democracia y su tendencia a apoyar incondicionalmente las dictaduras. El centro paga las de su indefinición política, sus vacilaciones, sus localismos y sus personalismos. Por ello ni la derecha ni el centro parecen capaces de crear una alternativa por cuenta propia, y menos todavía una alternativa que sume sus fuerzas respectivas. El resultado global es que tenemos un sistema político completamente atípico, con un Gobierno sin alternativas y un PSOE no demasiado fuerte que tiene que ocupar diferentes espacios políticos a la vez.

Personalmente no tengo ningún deseo de que la derecha llegue al Gobierno de este país, pero como ciudadano me preocupa que la carencia de alternativas obligue al PSOE a tener que convertirse en partido de Gobierno y partido de oposición al mismo tiempo, con la consiguiente difuminación de los conceptos de izquierda y derecha y con el no menos consiguiente aumento de las tensiones en su seno. Todo partido necesita un adversario concreto con el que confrontarse para mantener su cohesión y su identidad y para comprobar la validez de sus propuestas políticas e ideológicas. Esto es especialmente necesario cuando un partido ejerce el poder por mayoría absoluta, porque si el adversario no actúa como alternativa política o se refugia en el silencio más estricto, que viene a ser lo mismo, el partido gobernante tiende a escindirse en dos: el que ejerce cómo tal a través de las instituciones públicas y el que intenta controlar a éste desde fuera de ellas. Además, el propio partido institucional tiende a fragmentarse según las instituciones concretas en que opera cada sector o grupo: ministerios, comunidades autónomas, municipios, diputaciones, organismos públicos de diverso tipo, entidades financieras, etcétera.

Esto no es específico de nuestro país, y ocurre más o menos en todas partes. Lo que sí que es específico de nuestro país es que más allá de los actuales gobernantes sólo hay líderes silenciosos que cuando se deciden a hablar pueden desbordar al Gobierno socialista por la derecha, por la izquierda y por el centro al mismo tiempo, líderes nacionalistas incapaces de ir más allá de sus ámbitos estrictos, o aprendices de líder conservador que dan vueltas sobre sí mismos y que no meten la pata continuamente porque de hecho nunca acaban de sacarla totalmente del cubo. En definitiva: ni propuestas ni alternativas; sólo incógnitas y nebulosas. No sé si es mucho pedir a todos ellos que hagan el favor de concretar algo, de ofrecer alguna alternativa y de avanzar alguna propuesta sobre los problemas del país. No lo digo por el deseo de votarlos, sino por el de saber a qué debemos atenemos los ciudadanos de este país, tanto los que queremos mantener y consolidar un Gobierno de izquierda cómo los que quieren instaurar un Gobierno de centro o de derecha.

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