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Tribuna
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La bolsa y las finanzas

El autor cree que es hora de abandonar la metáfora que equipara la bolsa con un barómetro de la situación política y económica de un país. Los movimientos bursátiles, antes dependientes de decisiones emocionales de los agentes, están ahora en manos de máquinas automatizadas que incrementan incluso las incertidumbres del mercado. La lección de la presente crisis, para el autor, es que las ganancias fáciles no deben buscarse en bolsa, sino en los casinos. Las bolsas deben constituirse, de una vez por todas, en un mercado donde las empresas obtengan una parte de los recursos necesarios para desarrollarse.

Creo que hay que abandonar ya de una vez la conocida metáfora que considera a la bolsa como barómetro de la situación política y económica de un país. En los lejanos años en los que uno estudiaba filosofía, al tratar del determinismo psico-físico recuerdo que también se echaba mano de la consabida metáfora, pero con más acierto que ahora. Se decía que la mente humana, al ponderar las razones para hacer o no hacer una cosa o elegir entre dos opciones, actuaba como una balanza colocando los pros en un platillo y los contras en otro, pero se inclinaba -y aquí está el quid de la cuestión- no a favor del platillo cuyos argumentos pesaban más, sino de acuerdo con los que él creía que pesaban más, sutil distinción que no tiene nada de académica.El famoso barómetro, pues, no indicaría si el tiempo económico es bueno o malo, sino si al inversor le gusta o le disgusta, y ello con todas las variables y errores que las apreciaciones subjetivas acarrean.

Interpretaciones

En una era tan científica como es la que vivimos, no tiene nada de extraño que las bruscas oscilaciones de la bolsa que venimos sufriendo pretendan siempre ser explicadas de acuerdo con causas razonables. Se barajan los índices de precios al consumo, la tasa de interés, el exceso de ampliaciones o el contagio de las bolsas foráneas, pero la realidad es que los inversores se comportan más con el automatismo irracional de un cardumen de peces que con la mesura del homo oeconomicus, ente que no deja de ser una abstracción filosófica. La autorregulación provindencial de los fenómenos económicos, tan cara a los fisiócratas, se interrumpe a menudo por la introducción en el proceso de movimientos colectivos imprevisibles que ninguna coordenada estadística es capaz de anunciar.Entre todas las pequeñas causas que pueden coadyuvar a las conmociones de la bolsa hay una fundamental de la que se habla menos. El mundo económico se vierte más y más en el financiero, y el lenguaje del pequeño inversor, que se basa en datos económicos elementales, cada vez tiene menos que ver con el complicado mundo de las finanzas. Se puede decir, parodiando lo que Clemenceau opinaba de los militares, que el mundo de la bolsa es demasiado importante para dejarlo en manos de los bolsistas.

La informática, la universalidad de los medios de comunicación y la creciente complejidad de los productos que se compran y se venden en los mercados financieros hace ya muy difícil el gestionarlos a nivel de la simple capacidad humana y en los campos de zonas geográficas limitadas y convencionales. Un economista, cuyo nombre es toda una predestinación -Charles Goldfinger-, ha publicado un libro que acuña una nueva dimensión de la economía, La geofinanza. "Las finanzas internacionales", dice él, evolucionan en un espacio y según unas reglas que les son propias y que prescinden de fronteras y de reglamentos nacionales".

Mercado único

Efectivamente, hoy el mundo es un inmenso mercado único en cuyo territorio jamás se pone el sol.A cualquier hora, por la natural causa de las diferencias horarias, hay algún país en el que enfebrecidamente se compran y venden al mismo tiempo valores, créditos, mercancías y materias primas, y todo esto no podría hacerse sin el auxilio de la informática.

Pero hasta ahora nos encontramos en una nueva paradoja Los ordenadores que mueven y controlan el tráfico financiero no están sometidos a servidumbres psicológicas ni al contagio de perniciosas tendencias; son aparentemente objetivos. Sin embargo, no contribuyen precisamente a frenar los movimientos de pánico en las bolsas. Al contrario, los programas que impulsan a movimientos de compras o de ventas son automáticos en cuanto ciertas condiciones objetivas se presentan, y lo que antes de producía por movimientos muy humanos y explicables de temores o euforias multitudinarios ahora sucede por culpa del, mundo numérico y deshumanizado que nutre el corazón de las máquinas.

Y no hablemos de las averías que en los programadores se producen. En diciembre de 1985 una parada de los ordenadores del Bank of New York produjo un descubierto de 26.000 millones de dólares en los fondos de la Reserva Federal, que, aunque fueron cubiertos, costó cinco millones en intereses.

La solidez del mercado

Ni que decir tiene que los grandes santones del dinero mundial son optimistas respecto a la solidez de este mundo de las finanzas. Comprueban que, a pesar de los sustos, sabe reaccionar y adaptarse a cada nueva circunstancia.No parece que el temeroso crash perturbe sus planes y sus proyectos. Bien es verdad que el mundo de las finanzas de hoy tiene poco que ver con el de 1921). Por otra parte, las olas de pánico bursátil ya se han producido en un pasado reciente sin mayores consecuencias.

Sin ir más lejos, el 11 de septiembre de 1986, el famoso índice Dow Jones de la Bolsa de Nueva York perdió 86 puntos, y el día siguiente, 34. Londres, Tokio y París se contagiaron del estornudo de Wall Street, pero la afección duró poco.

Creo que la lección que debe deducir de todos estos fenómenos el inversor es que no existe el valor perfecto ni la bolsa de valores que garantice permanentes ganancias, y que hay que ser cauto y reflexivo tanto al comprar como al vender. Para buscar ganancias fáciles están los casinos de juego.

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