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Una nueva Unesco

Entre las primeras declaraciones realizadas por el actual candidato a la dirección general de la Unesco, Federico Mayor Zaragoza, me ha llamado la atención su afirmación de que no le interesaba tanto ésta como el de la nueva necesaria orientación de la Unesco en general. Nada más explícito de la conciencia con que iniciará su mandato, si la candidatura es refrendada el 7 de noviembre en la inminente Conferencia General. No se trata, en efecto, tanto de un mero relevo en el cargo como de la situación general y conflictiva que afecta a dicho organismo, la cual exige a su vez decisiones inteligentes y radicales.Las causas directas más importantes de la crisis son bien conocidas. El proceso de descolonización y la incorporación subsiguiente a los organismos internacionales de numerosos países provenientes del Tercer Mundo afectó de modo muy especial a una institución como la Unesco, donde no existe el derecho de veto que ha venido funcionando en la ONU. El resultado más inmediato de dicha incorporación es que el Tercer Mundo -mayoritariamente presente en los órganos directivos- ganaba mecánicamente las votaciones en contra de los intereses internacionales de los países desarrollados, quienes corrían -como contrapartida injusta, en su opinión- con el grueso del presupuesto. Por eso, cuando los países en desarrollo vieron a un líder de su mundo, como M'Bow, al frente de la dirección general de la organización, estaban dispuestos a mantenerle vitaliciamente en el cargo; de aquí las laberínticas dificultades de que ha ido acompañada la reciente elección en el Consejo Ejecutivo.

Una segunda -y muy importante- causa de la crisis hay que buscarla en lo que generalizadamente se ha llamado politización. Muy pocos saben, sin embargo, que esa politización proviene de una reforma que se introdujo en 1954 en el estatuto de los miembros del Consejo Ejecutivo; reforma, por cierto, que fue impulsada de manera entusiasta por quienes ahora lanzan la acusación de politización, entre ellos el propio Gobierno de Estados Unidos. Según dicha reforma, los miembros del Consejo Ejecutivo -que hasta entonces sólo tenían una representación personal como miembros destacados de la comunidad internacional- adquirieron, sin perder ésta por completo, una representación política, que se fue haciendo cada vez más importante, hasta suplantar casi totalmente a la representación personal. Una vez sustituida esta representación por la diplomática del Estado miembro correspondiente, las decisiones de la Unesco adquirieron un carácter marcadamente político, con las consecuencias que últimamente se han podido ver, incluidas las retiradas de Estados Unidos y el Reino Unido más la amenaza que en el mismo sentido han realizado muchos otros países.

La necesidad de afrontar directamente estas causas, que, como puede apreciarse, son convergentes, es lo que nos ha llevado a elegir el título de este escrito. Estamos ante la necesidad imperiosa de una nueva Unesco, si se quiere que este organismo tenga un futuro esperanzado y cumpla con las funciones internacionales de carácter cultural, educativo y científico que le dieron origen. Hay que reconstruir la Unesco, y para ello se impone una vuelta a su espíritu fundacional y a las bases intelectuales que impulsaron su nacimiento.

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La candidatura del profesor Mayor Zaragoza es un motivo de esperanza en este sentido, pues todos los datos que poseemos indican que se está moviendo en la dirección señalada. El hecho de que la primera presentación pública de su candidatura fuera hecha por una serie de premios Nobel -y no por un Gobierno- es un dato muy revelador, como también lo son sus primeras declaraciones, hablando de reintelectualizar la Unesco para que vuelva a adquirir su auténtica dimensión cultural más que política.

A estos motivos de esperanza se suma el que Mayor Zaragoza sea español. No me estoy .refiriendo al legítimo orgullo que cualquier español pueda sentir al ver triunfar internacionalmente a un compatriota suyo. Aludo a todo un proyecto cultural y político más ambicioso. Me estoy refiriendo a un papel que forma parte del destino histórico de nuestro país. Es sabido que España se realiza como nación por amalgama sincrética de muy diversos elementos culturales: romanos, godos, cristianos, árabes, judíos, etcétera, lo que ha justificado el carácter de puente asignado a nuestro país en diferentes períodos históricos. Me parece que este elemento es fundamental a la hora de explicar la elección de Mayor Zaragoza, en la que los latinoamericanos han desempeñado un papel protagonista. Pero cometeríamos un error muy grave si lo limitáramos a un puro oportunismo político. Hay algo más profundo en todo ello que afecta a la misma proyección de la imagen de España en el mundo y, por tanto, a nuestra política exterior. Se impone, pues, una mayor claridad en la definición de la misma, aproximándola a su destino histórico irrenunciable, que hoy parece encontrar una coyuntura internacional favorable. Sería de la mayor importancia que las altas instancias encargadas de la misma supieran aprovecharla, pero, si no lo hacen, no estaría mal que al menos la nueva Unesco se construyese con la presencia de un español a la cabeza.

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