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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Una nueva era

HAY QUE dar brillo al adjetivo histórico para señalar el acuerdo, -aún de principio- entre Estados Unidos y la Unión Soviética para eliminar los misiles de alcance intermedio. El pacto es el primero de desarme nuclear real de la era atómica, y esto es lo que le confiere su principal dimensión. Lo que hay ahora que esperar es que con ello se haya abierto un camino -seguramente, largo de recorrer, pese al optimismo de Mijail Gorbachov- para avanzar hacia un desarme nuclear generalizado y un mundo más seguro. En este camino, las perspectivas de reducir a la mitad el arsenal estratégico de las superpotencias son aún más importantes y decisivas que la convergencia que se ha logrado ayer.La defensa europea

La presión psicológica de las armas nucleares es hoy insoportable, incluso si aumentan la seguridad y la estabilidad mundial y europea. La eliminación de los euromisiles reduce la probabilidad de que una guerra nuclear quede limitada a Europa. Y solamente la reduce, pues aún quedan muchos sistemas nucleares en nuestro continente, y las superpotencias pueden introducir otros nuevos -en el mar o desde aviones- y compensar así la pérdida de unos cohetes con la aparición de armas aún más sofisticadas. El verdadero juicio sobre la opción supercero sólo se puede hacer examinando el contexto en el que se produce. Es decir, volviendo a relacionar lo militar con lo político. Y el nuevo contexto político lleva principalmente un propósito: la confianza.

Parece que el líder soviético quiere al menos un respiro para desarrollar su economía, cuyos recursos se ven mermados por los ingentes gastos militares. Habrá que ver si realmente consigue parar esos gastos y ofrecer una verdadera señal de confianza hacia Occidente. La distensión llega cuando uno comienza a fiarse del adversario, y en ese sentido es capital el acuerdo firmado en Washington por Shultz y Shevardnadze para la prevención de una guerra nuclear accidental o las intenciones de iniciar en breve negociaciones cuyo objetivo final es prohibir las pruebas nucleares. Ambas superpotencias tienen algo muy claro: quieren evitar la guerra y un, enfrentamiento directo que significaría su suicidio mutuo.

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El efecto Gorbachov ha desconcertado a Occidente, que tendrá que adaptarse a una nueva Unión Soviética si las intenciones del líder del Kremlin prosperan. Pero mucho más ha debido desconcertar en la URSS, donde décadas de pensamiento militar y de militarización de la política deben ser puestas a revisión por los líderes comunistas y por las estructuras del poder. Por lo demás, no es seguro que el acercamiento de las dos superpotencias lleve necesariamente a un acercamiento de las dos Europas. La historia de este futuro depende todavía de otras muchas variables. Pero ciertamente la .cuestión europea adquiere ahora perfiles nuevos y sugestivos.

Gorbachov, al sugerir la supresión de todos los euromisiles, no hizo sino proponer lo que ya había planteado la OTAN, que se vio sorprendida ante el hecho de que un objetivo que parecía utópico recibiera el plácet moscovita. A partir de ahí, y superando algunas reticencias, los dirigentes occidentales se han decidido a aceptar la oferta soviética, que en gran medida no era sino repetición de la occidental. Los movimientos pacifistas tienen derecho, por su parte, a sentirse desorientados. El despliegue de los misiles norte, americanos en Europa como contestación al de los SS-20 soviéticos fue contestado ampliamente por ellos. Pero se ha demostrado que efectivamente ese despliegue ha contribuido al acuerdo de desmantelar las armas. La decisión de Bonn de desmantelar los Pershing 1A después de todos los misiles de alcance intermedio -decisión que ha permitido el acuerdo logrado ayer- ha situado, por lo demás, al canciller de la RFA en el terreno más a su izquierda y silenciado a su derecha. El efecto Gorbachov viene provocando así movimientos casi impensables hasta ahora en la política occidental. Y probablemente no estamos más que al principio de la historia.

La doble decisión de la OTAN -de desplegar los euromisiles a la vez que se negociaba con los soviéticos- se originó en una idea expuesta en 1977 por el entonces canciller de la RFA, Helmut Schmidt. Los norteamericanos vieron en ello una oportunidad de emplazar cohetes nucleares que pudieran alcanzar suelo soviético desde suelo europeo. En cualquier caso, el despliegue de los misides de crucero y de los Pershing 2 produjo un auge histórico del movimiento pacifista, algunas de cuyas ideas han penetrado ya en ciertos partidos socialistas, como el socialdemócratá alemán o el laborista británico. Los euromisiles rompieron el consenso general que existía en Europa occidental en materia de defensa. A partir de ahí, la Alianza Atlántica ha sufrido, repetidas crisis internas respecto a la doctrina a seguir, sobre la propia seguridad de Europa. Y en la cumbre de Reikiavik, el 12 de octubre de 1986, el presidente norteamericano, Ronald Reagan, estuvo a punto de concluir acuerdos fundamentales para la defensa europea sin haber consultado a sus aliados. La supresión de los euromisiles coincide por eso con un relanzamiento de la idea de una defensa europea del continente, o al menos del reforzamiento del pilar europeo de la OTAN. La revitalización de la Unión Europea Occidental, la brigada francoalemana occidental -en la que tan interesado se muestra Felipe González-, son propuestas que resurgen según aumenta la desconfianza de los aliados frente a EE UU.

El imperio del mal

Y, sin embargo, Europa occidental, que ya en 1954 eligió una defensa barata basada en las armas nucleares norteamericanas, no puede prescindir de Washington. De ahí la ambivalencia de los mensajes que emite, ejemplo de los cuales pueden ser las recientes declaraciones de Felipe González, según las cuales negociamos con Estados Unidos "para que se queden, no para que se vayan". Éste no era el mensaje que el Gobierno utilizó para ganar el referéndum sobre la OTAN. Pero en el contexto en que se produce -y pronunciada la frase desde suelo alemán occidental- puede significar que el Gobierno se está replanteando la cuestión de las bases desde una óptica no puramente nacional. Finalmente, no deja de ser paradójico que sea Reagan, quien al principio de su mandato hablaba de la Unión Soviética como el "imperio del mal", el que, en otoño, vaya a suscribir este acuerdo histórico con Gorbachov. La idea de que la iniciativa soviética le ha desbordado puede tener cierta base. El intento de reforzar el último tramo de su presidencia, debilitada por el Irangate, también pesa, como pesa su deseo de entrar en la historia. Pero, sea como sea, el acuerdo de ayer, motivaciones aparte, puede anunciar la apertura de una nueva etapa en la historia de la humanidad. Conociendo el devenir de ésta, tenemos derecho desde luego a ser moderados en el optimismo. Pero si todavía pensamos que los hombres pueden ser dueños de su destino, tenemos derecho también a no ser escépticos.

Hace apenas unos años, la carrera de armamentos era una competición alocada y sin final previsible. Ayer, no sólo se ha frenado, sino que ha comenzado una especie de marcha atrás. Se trata de algo más que de una buena noticia.

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