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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Negociar que cosas

CON LA visita del presidente de la patronal, José María Cuevas, a la Moncloa se cierra el primer capítulo de la búsqueda de un acuerdo social para los próximos años. Felipe González había recibido con anterioridad a los dirigentes de los sindicatos más representativos y les había expresado su deseo de llegar a un pacto para el resto de la legislatura.El Gobierno parece así que pretende recuperar una parte del terreno perdido en los últimos meses. El acuerdo debiera haberse negociado inmediatamente después de las elecciones generales, o pasadas las elecciones sindicales, en el mes de enero del presente año. Sin embargo, esta segunda posibilidad no fue aprovechada por el Gobierno, que pareció inclinarse entonces por la tesis de que la falta de acuerdo no repercutiría sobre la negociación salarial. Existía el precedente de 1984, un año en que, a pesar de no haber habido acuerdo, los salarios crecieron menos que en años anteriores. Este argumento se vio reforzado por la creencia, en algunos medios, de que en las sociedades posindustriales no hay sitio para los sindicatos.

Es poco dudoso que esta actitud haya sido uno de los factores que influyeron en la agitación social de la primavera pasada, aunque es obvio que no fue el único. Las huelgas fueron importantes en el sector público, donde coinciden la garantía del empleo con una tasa de sindicalización relativamente elevada. También fueron importantes en algunas zonas muy corporativizadas del sector privado, como la de los médicos, por ejemplo. Precisamente en este sector la existencia de un sindicato fue un factor de moderación a lo largo de todo el conflicto, con lo cual pareció quedar demostrado que la desaparición de los sindicatos, lejos de acercamos al siglo XXI, induce en nuestra sociedad el refuerzo de unos reflejos corporativos asiduamente cultivados por el régimen anterior. Dicho de otra manera: existen razones suficientes para pensar que los sindicatos pueden ser una pieza clave en el proceso de modernización de nuestro país. Tal vez haya sido el reconocimiento de esta realidad primaria lo que ha motivado el cambio de opinión del presidente del Gobierno, que ha pasado en pocas semanas de no querer negociar nada a ofrecer negociarlo todo.

La nueva actitud del Gobierno tiene algo de la fe del converso y, como era de esperar, ha sido acogida con bastante escepticismo por parte de los interlocutores sociales, que tienen ahora la impresión de negociar desde una posición de fuerza. Tanto más cuanto que, desde el primer momento, el presidente del Gobierno ha ofrecido negociar incluso los Presupuestos del Estado, cuya discusión es el privilegio de los representantes políticos elegidos por el pueblo. Para esto nacieron los Parlamentos y de esto se ocupan, aún hoy, prioritariamente, en todos los países democráticos del mundo. Otra cosa es que las eventuales concesiones que el Gobierno esté dispuesto a hacer para garantizar la paz social de los próximos años tengan un reflejo presupuestario. Pero la paz social no debe comprarse con más déficit, pues ello iría frontalmente contra el principio de solidaridad. A pesar de las apariencias, quienes pagarían la factura final serían los parados y los pensionistas: la redistribución debe alcanzar prioritariamente a las categorías más desfavorecidas de la población, que son también las que tienen menos poder de negociación.

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El punto de partida de la negociación debe, pues, situarse en otro terreno que el del Presupuesto y afectar esencialmente al ámbito de la empresa y de las relaciones industriales. En este terreno hay mucho por hacer antes de homologarnos con los países de la CE, en donde las competencias de nuestro Ministerio de Trabajo residen en la voluntad soberana de las partes, en donde no existen magistraturas del Trabajo y en donde el terreno de la negociación social es infinitamente más amplio que en España. En cualquier caso, adentrarse por estos caminos sería más razonable y contribuiría más a la modernización de nuestras estructuras que aventurarse, sin rumbo fijo, por una discusión sobre los Presupuestos.

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