_
_
_
_
Tribuna:COMISIONES OBRERAS Y LA HUELGA GENERAL / 1
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Un signo de madurez sindical

Sólo un deliberado propósito de confundir a la opinión pública podría explicar que la dirección del PSOE afirme que la política del Gobierno es progresista. Con más de tres millones de parados, de los cuales las dos terceras partes carecen de protección al desempleo; con el 92% de las nuevas contrataciones sometidas a régimen de eventualidad y con una duración media de 75 días; con una pérdida de poder adquisitivo de salarios y pensiones en los últimos cuatro años que ha posibilitado qué la porción de la renta nacional que se llevan las rentas del capital crecieran seis puntos...La infinidad de datos que el estudio de la realidad social proporciona, asegurar que está aplicándose una política progresista es algo más que una burla. Es un desafío al movimiento sindical, con un filo añadido hacia el interior de la propia familia socialista, conducente a descalificar las posiciones de algunos dirigentes de UGT. No es por ello extraña la conducta cotidiana del Gobierno.

Refiriéndonos sólo a los últimos meses, resulta que cuando un mínimo grado de sansatez aconsejaría prudencia tras su repliegue ante la protesta estudiantil, abre nuevos frentes. Los empieza con los asalariados del campo, incrementando de 10 a 20 el número de peonadas necesarias para acceder a esa mísera protección que una parte de éstos tiene. De nuevo vuelve a replegarse ante las protestas en la calle de este sector de trabajadores. Pero en seguida busca otros caminos. Ante las diferencias con los sindicatos en materia salarial, que imposibilitan un acuerdo interconfederal para la negociación colectiva y anuncian una fortísima movilización de los trabajadores, el Gobierno no se coarta, y es precisamente uno de sus más caracterizados ministros, el señor Solchaga, quien amenaza a los dirigentes patronales si ceden ante las presiones de los trabajadores. Transforma así el famoso 5% en un pulso político a los sindicatos cuyo fin es desgastarles, frustrar a los trabajadores en su lucha y doblegar a unos y a otros para que el año qué viene se avengan a firmar un nuevo pacto social a la baja. Las consecuencias de este pulso las estamos viendo todos.

Pero tampoco le sirven al Gobierno las enseñanzas de una negociación colectiva que en los primeros acuerdos superan el 7%. Y abre el frente de la reconversión de Hunosa. Asturias es un polvorín. Como la sanidad pública no es precisamente un orgullo para el país, aprovechan los medios gubernamentales el malestar que provoca planteando un nuevo sistema de retribuciones que en conjunto lesiona gravemente a los trabajadores del sector. Y consigue mezclar reivindicacionés corporativas y hasta oportunismos de algún sector médico cargado de intencionalidad política derechista con las justas reivindicaciones y protestas de los trabajadores. Algo equivalente a lo que les pasa a los agricultores y ganaderos, a los pequeños comerciantes y diversos colectivos de variopinta entidad. Pero era poco. Y el Gobierno decide resolver sus incumplimientos en la recolocación de los trabajadores acogidos a los Fondos de Promoción de Empleo mediante la prórroga de dichos fondos, pero recortando drásticamente sus prestaciones y abriendo una movilidad geográfica y funcional a todas luces inadmisible.

Este Gobierno se niega a reconocer que la crisis de los partidos políticos es la causa de que el PSOE repitiera triunfo el 22 de junio de 1986. Se niega a reconocer que algunos de los millones de votos que obtuvo lo fueron por resignación electoral.

Este Gobierno no quiere entender que en la explosión de malestar social prevalece un rechazo al continuismo en la acción de gobierno y que sus raíces se hunden mucho más allá del 224. El drama de todo lo que está pasando en la calle es que tiene sentido, pero no tiene dirección política; que representa el rechazo a una determinada gestión, pero carece de canalización y alternativas políticas. En este marco aparece la noticia de que CC OO planea una huelga general.

Si tomamos como referencia esa permanente. provocación de la acción cotidiana de gobierno y la insertamos en la política económica y social a la que responde, habríamos de concluir que se merecen una huelga general. Pero una cosa es lo que pueda sentir un sector de la clase obrera, y otra muy distinta lo que es conveniente.

De ahí que el discurso sobre los muchos motivos para convocar una huelga general ni podía garantizar su éxito ni, por tanto, resultaría la forma más eficaz de contrarrestar los efectos de la política económica, al menos en estos momentos.Convergencia

Dando la lectura más positiva a la intención de quienes desde la dirección de CC OO plantearon en los primeros días de febrero la convocatoria de la huelga ge nerál, podría pensarse que la carencia de otro referente obligaba a la única fuerza con arraigo entre amplios sectores de la clase trabajadora y con prestigio entre otros sectores y capas sociales a encabezar una convergencia de todo ese malestar y hacerlo confluir un día deter minado para que se removieran los cimientos de la nefasta política gubernamental. En esa in tención estaría que la clase obrera se pusiera a la cabeza del proceso y lo dirigiera.

Tal planteamiento, cuyo objetivo explícito era que desde los estudiantes hasta los comerciantes, pasando por los agricultores y demás sectores en movilización, se confluyera con los trabajadores asalariados en una gran huelga, transformaría ésta, en teoría, incluso en algo más que una huelga general, acercándola a una huelga nacional.

Y aclaro que algunos de los que desde el principio no coincidimos con tal planteamiento, no lo hicimos por el temor a sus consecuencias, y mucho menos por darle respiro a un Gobierno que no se lo merece. No temíamos las consecuencias sencillamente porque tal huelga era imposible, aunque se aprobara.

A poco que se examine el proceso de movilizaciones en curso, se ve la trementa heterogeneidad de objetivos, organizadores y resultados. Por sólo citar algún ejemplo, ¿podía movilizarse en masa a los estudiantes a últimos de abril, después de que el sentimiento dominante entre ellos es que han conseguido en febrero buena parte de lo que pretendían? Y si, por otras razones, se movilizaran de nuevo en parecida amplitud, ¿es bueno para ese naciente movimiento inducirle a que siga indicaciones externas en la forma y en la fecha? Los pequeños comerciantes ¿estarían dispuestos en masa a secundar un llamamiento de CC OO? Y en la hipótesis de que lo hicieran, ¿les animaría el ser dirigidos por la clase obrera? Algunas de las varias organizaciones agrarias netamente dominadas por la derecha y otros sectores dirigidos por parecidas fuerzas, ¿interesa al movimiento obrero estimularles en sus reivindicaciones? Esa hipotética huelga, general, o más o menos nacional en el más optimista de los resultados numéricos, supondría un mogollón de incierto efecto político y de también incierto resultado, pues la disparidad de reivindicaciones y la, en todo caso, limitada magnitud de la acción daría margen de maniobra al Gobierno para decir a los españoles que, más allá de lo reivindicado por cada uno, el único fin era dese stabiliz arle. Que CC OO nos esforzáramos por decir que no, que sólo buscamos que cambie su política económica y le dé un mínimo sesgo progresista, no serviría de mucho.

En nuestra discrepancia pesaba también el rechazo de iniciativas que responden a una concepción de CC OO, como si éstas fuesen un movimiento político y social y no una organización sindical de clase. Otra de las razones de nuestro desacuerdo es que con las solas fuerzas de CC 00 -los aliados serían poco significativos- no es posible realizar una huelga general con un objetivo genérico y fijada para una fecha alejada de las movilizaciones concretas pasadas o en curso. Tal pretensión estaba condenada a no salir bien ni regular y a no ser nada que se le pareciera a una huelga general -paralizar la mayoría de la producción y los servicios del país-. Quizá, echando toda la carne en el asador, pudiera conseguirse que algunos cientos de miles de trabajadores pararan su actividad. Eso ya está ocurriendo casi todas las semanas, de febrero a hoy. Quizá se consiguiera que en un solo día los paros fueran más notables por afectar a diversos sectores. Pero, sindicalmente, ¿eso sería lo más eficaz?, ¿conseguiríamos variar un ápice el fondo de la política económica?

Refuerzo sindical

Una parte de quienes no veíamos adecuada la convocatoria de huelga general entendíamos que lo sindicalmente correcto, lo que más interesa a los trabajadores hoy, es otra cosa.

La intensidad del deterioro que sufren la mayoría de los trabajadores guarda relación con la debilidad relativa de las organizaciones sindicales. Por eso, sólo en pequeña parte conseguimos frenar ese deterioro.

Otra de las causas es la división y el enfrentamiento entre las dos principales organizaciones, CC OO y UGT. No es del caso sacar la lista de agravios y responsabilidades. Lo cierto es que esa división existe y no ha sido artificial, aunque en algunos momentos resultara irracional. Pero en 1987 se apunta un comienzo de superación de ese enfrentamiento. Razones bastante conocidas han determinado que UGT se desinarque de la política gubernamental.

Julián Ariza Rico es secretario de relaciones politicas unitarias e institucionales de la CS de CC OO.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_