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Tribuna:LECTURAS DE VERANO
Tribuna
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Una suposición

Juan José Millás

Imaginemos a un sujeto que cierta mañana, al salir de su casa, ve pasar por la acera de enfrente a una mujer muerta hace años y de la que estuvo enamorado en los difíciles y hermosos días de su juventud. Supongamos que cuando este incrédulo, de edad mediana, reacciona, la mujer ha desaparecido en el intenso tráfico de personas y objetos que las calles degluten sin pasión a esas horas.¿Qué será de este hombre durante el resto de una jornada, herida ya en su origen, aunque herida con una llaga no visible y, por tanto, insuficiente para excusarle de la obligación de ganarse la vida?

Si hemos de suponer -y por qué no- que se trata de una persona moderada, le atribuiremos, de inmediato la capacidad de aplicar sobre el suceso la misma clase de barniz con que se impermeabilizan determinados sueños conflictivos. No sería insensato, pues, situarlo -a las dos de la tarde de ese mismo día- en el bar al que suele acudir durante el intervalo laboral, consumiendo bromas y cerveza, como cualquier martes de cualquiera de los últimos años. Apenas si recuerda ya el encuentro, mas cuando éste brota a la superficie de la memoria, como emerge un cadáver vacilante entre las aguas de una alberca, se excusa ante sí mismo ("estoy algo excitado, se parecía vagamente a ella...") y combina el recuerdo con una sonrisa irónica, que le sirve a la vez como punto de inflexión en el que cambian de sentido sus preocupaciones cotidianas.

Pero demos un paso más en sin violencia esta intromisión que estamos efectuando sobre la vida de un incrédulo, y supongamos ahora que el sábado de esa misma semana este hombre encuentra -al ordenar los recibos de la luz, la correspondencia de su banco, etc.- una carta que en otro tiempo le escribió la mujer muerta y cuya presencia entre dichos papeles resultaría inexplicable de no ser por la carga de significado que le da el acontecimiento del martes anterior. No nos importa el contenido de esa carta, que puede ser banal, sino la circunstancia de su descubrimiento, y el proceso que parece iniciarse a raíz de esta segunda coincidencia.

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SEÑALES MÚLTIPLES

Y digamos, por fin, que a partir de ese instante las señales de la mujer se multiplican, en una sucesión inteligentemente graduada, que sume al sujeto en un progresivo estado de perplejidad. Así, cierto día, detrás del mostrador de un guardarropa -al entregar su abrigo- se encuentra con una sonrisa idéntica a la de la mujer que amó; o al conectar la radio de su coche, de camino al trabajo, le invade una melodía antigua profundamente ligada a aquella historia; o bien, al releer un libro polvoriento -testigo de las sucesivas renuncias y cambios de domicilio de su dueño-, cae de él un pétalo de rosa que ella misma colocó en aquellas páginas.

Todos estos vestigios, estas huellas, que aisladamente no significarían nada, parecen elaborar por adición un mensaje imposible de traducir o de expresar en una lengua accesible a los hábitos de comprensión de la persona a la que, por otra parte, parecen dirigirse.

¿De quién es víctima este incrédulo? ¿Desde qué instancia, desde qué conciencia se ejerce esta presión meticulosamente planificada y llevada a cabo con una precisión que pareciera obedecer a un fin? Pero sobre todo -y dado que los días pasan sin que la cantidad ni el carácter de esta invasión de signos comience a mostrar una tendencia favorable al olvido-, qué será del sujeto, qué posibilidades tiene de salvarse, con qué recursos contará para defender los territorio; ocupados de su ser.

Podría recurrir a hablar con alguien, y eso, sin duda, le aliviaría un poco. Pero qué clase de respuesta cabría esperar de sus Posibles interlocutores: de sus compañeros de trabajo, alguna burla cruel; de sus amigos, un gesto de lástima, dos consejos inútiles, y, de su esposa, una mirada de aprensión, un ataque de celos.

Guarda silencio, pues, pero entre tanto se enamora con una fuerza inusual en él de aquella imagen olvidada, muerta, y cuyos actuales fragmentos parecieran solicitar la intervención de alguna inteligencia ordenadora.

RECUPERACIÓN

De manera que este sujeto incrédulo de edad mediana comienza entonces a actuar sobre los signos que el destino, le envía, y recupera fotos, cartas, pensamientos, regalos, que manipula y mezcla a lo largo de tardes y domingos con sabor a memoria.

Entre tanto, el tiempo transcurre; pierden los meses su posiciónvertical y caen sin ruido sobre las ambiciones, los fracasos, las inquietudes y los triunfos de la vida diaria. Y el sujeto se acomoda de manera insensible a las dos existencias -una de ellas oculta que ha de arrastrar frente a los otros seres, dotados, al parecer, de una rara unidad que les permite invertir su energía en la única dirección en que actúan.

Pero el amor aumenta y la pasión, a sus expensas, crece como crecen los cuerpos naturales. De manera que el equilibrio entre ambas vidas, descompensadas ya sus fuerzas, se comienza a quebrar en beneficio de la que pesa más, la oculta, y el incrédulo del que hablamos deja de preocuparse un día por el sarampión de sus hijos, olvida fechas importantes, descuida su colección de sellos y habla poco.

EL DESORDEN

Después, como una plaga, el desorden se extiende y mancha sus actividades laborales; trabaja de manera irregular, ignora citas concertadas, abandona el despacho en las horas de mayor movimiento y recorre con mirada febril las calles donde más se amaron la mujer muerta y él en busca de una aparición total que rejuelva el enigma.

Pero el enigma se manifiesta nuevamente en partes, en fracciones carentes de la mecánica precisa para constituir un todo coherente y único. Y la llaga crece, afectando ahora a los hábitos cotidianos relacionados con el aseo personal: ya no se afeita ni se lava, lleva los trajes arrugados y las camisas sucias; en los zapatos se acumulan sucesivas costras de moho, cuyos diferentes niveles permitirían estudiar la evolución afectiva del sujeto.

Imaginemos el final para evitarnos sufrimientos inútiles: el incrédulo enferma, y enfermando delega en los demás la responsabilidad de su supervivencia aparente, porque él vive ya en la zona real y oculta de su ser, donde mantiene diálogos interminables con la mujer amada, con la mujer amada, que caminajunto a él por calles subterráneas y doradas que se abren en el interior de su dañado pensamiento.

En fin.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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