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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El galope demográfico

EL ENIGMA demográfico sigue siendo hoy tan crudo como cuando se planteó por primera vez, hace casi dos siglos, sólo que mucho más acuciante, porque algunas de las predicciones de entonces se van cumpliendo con voracidad. La Conferencia Internacional sobre Población y Futuro Urbano que se está celebrando en Barcelona recoge, al mismo tiempo que los datos de esa voracidad, la contradicción que repite la original entre los dos grandes puntos de vista: el de quienes creen que el esfuerzo ha de hacerse en la adecuación de recursos y espacios para recibir este alud humano que se eleva al cuadrado y el de quienes consideran necesario contener el galope. Estados Unidos, impregnado de lo que se viene llamando la moral de Reagan, toma ahora la defensa de la postura conservadora y prefiere no estar presente en esta conferencia, donde teme que se produzca lo que ya se registró en las reuniones de Roma (1980), Yokohama (1982) y México (1984): una tendencia a la presión dirigista o moderna (refiriéndonos a las ideas desarrolladas a partir de 1798) hacia la reducción de la natalidad (que es la postura que, entre otros países, inspira España) para un mejor reparto de los recursos reales y actuales.Las decenas de millares de estudios que se han acumulado en este tiempo no sólo no han resuelto el problema, sino que lo han complicado, al trabajar en sentidos contradictorios que aparecen simultáneamente como científicos. Una corriente actual de la sociología tiende a suponer que el envejecimiento de las poblaciones, sobre todo en Europa en España la tasa de natalidad es de 1,7, por debajo de la necesaria para la simple renovación de las generaciones es un riesgo: los gastos sociales de los sexagenarios (en salud, pensiones, residencias o atenciones diversas) son tres veces superiores a los de los jóvenes, y el número de estos llamados ancianos crece sin cesar: no había más del 10% en las poblaciones europeas de principios del siglo XVIII, y alcanza ahora un 25%. Este pensamiento sociológico achaca la caída de viejos poderes -Grecia, Roma, Venecia- al envejecirniento. Sin embargo, los medios de que dispusieron las antiguas civilizaciones no tienen relación ninguna con los actuales, en los que la fuerza fisica está desapareciendo para ser sustituida por la tecnología -tanto en el trabajo como en la guerra-, y es posible que los gastos de nacimiento, crianza, educación y formación de jóvenes remansados durante demasiados años en el paro supongan hoy una carga social muy superior.

Esta acumulación de fuerzas hace ver hoy en el mundo inmensos campos cultivados por máquinas agrícolas solitarias, y ha producido un fenómeno que estudia principalmente la conferencia de Barcelona: la aglomeración urbana La población en ciudades (consideradas éstas como localida des de más de 5.000 habitantes) ha pasado en dos siglos de poco más de 61 millones en 1800 a cerca de 1.000 millones en 1980; se calcula que en el año 2000 habrá un habitante de ciudad por cada habitante de campo. Ciudades monstruos de estos días son México, con 18,1 millones de habitantes; Sáo Paulo, con 16 millones, o Calcuta, con 12 millones. Núcleos rodeados de una miseria creciente y, con el efecto de frustración, de desculturización y desarraigo, de marginación y de violencia que se comprueba diariamente.

Todas las políticas de equilibrio territorial, de atracción del medio rural o de división de los núcleos -como la que quiso hacer Brasil cambiando su capitalidad, como lo intenta ahora Argentina, o la creación de centros de atracción secundarios- fallan por la incapacidad económica de llevar a la práctica la belleza de la teoría. Hay que añadir además la quiebra de la esperanza en'el suficiente aumento de recursos para equilibrar las necesidades de las poblaciones crecientes. Cualquier idea de invertir los progresos de la ciencia es escandalosa (reducción de la medicina de mantenimiento de la vida en personas capaces, renuncia al trabajo cibemético en el campo o en la ciudad), y las viejas expectativas de guerras depuradoras -que algún sociólogo ha llamado infanticidios diferidos- no pueden tener curso en el humanismo actual.

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La declaración de Barcelona que se redactará al final de la conferencia, no puede sino señalar la -gravedad de la situación y la urgencia para encontrar soluciones. No puede siquiera decirse que debe actuarse antes de que sea demasiado tarde, porque ya es demasiado tarde. Las revueltas del Tercer Mundo (que mantienen más de 40 conflictos armados), las hambrunas, la violencia urbana, el terrorismo y el crecimiento de la miseria son aldabonazos de esta situación que difícilmente podrá contenerse con misfles o bombardeos estratégicos.

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