_
_
_
_
_
OCTAVOS DE FINAL DE LA COPA DEL REY DE FÚTBOL

El filial del Madrid se aprovechó de un Sevilla relajado

El Castilla recordó anoche al equipo de la temporada 19791980, que se plantó en la final de la Copa tras eliminar a Hércules, Rácing, Athlétic, Real Sociedad y Spórting y que los aficionados recuerdan por su espléndido fútbol. El filial del Madrid no llega esta temporada, ni en cantidad ni en calidad de su plantilla, a la altura de aquel histórico conjunto, que llegó a jugar la Recopa, pero ayer, diezmado, con bajas y hasta con tres juveniles en su banquillo, eliminé del torneo al Sevilla con un gol de Llorente, sobrino de Gento, aquel célebre extremo de la mejor época del club. El Castilla superó a su rival porque no olvidé cuál es la primera de las elementales normas de conducta de cualquier equipo sobre un campo de fútbol: correr.El Sevilla, pese al empate a uno del choque de ida, salió relajado, como si la cosa no tuviera anoche más complicación que la de colocar 11 camisetas sobre el cuerpo de otros tantos futbolistas de Primera y esperar que la lógica se impusiera, tarde o temprano.

Los jugadores sevillistas especularon desde el principio con su esfuerzo, se mostraron tacaños en su ambición, no arriesgaron en ningún choque y algunos, como el uruguayo Nadal, se pasaron en su nocturna sesión de yoga. Cuando su entrenador, Cardo, hizo sonar en el descanso el despertador, todos tardaron en desperezarse.

El equipo sevillista sólo tuvo despierto anoche a Buyo, un guardameta ágil de reflejos, a veces demasiado dado a convertirse en palomitero, pero que ayer salvó de una goleada humillante a sus compañeros. No menos de media docena de veces se jugó la cabeza saliendo ante los pies de delanteros castillistas, a los que les faltó experiencia y creerse lo que estaban haciendo para haber apuntillado, un marcador contundente. Y de la manera más fácil: mientras el Sevilla tejía y destejía, el Castilla explotaba la verticalidad y, sobre todo, corría.

Nadie supo ver nunca la posición de libertad del pequeño De las Heras, que entró casi siempre desde atrás con el balón cosido a sus botas, provocando alborotos, mientras que Francisco, un jugador dotado de excelente técnica para mover a sus compañeros, se sintió siempre incómodo ante el marcaje de Gálvez. Cuando, en la segunda parte, el equipo sevillano se dio cuenta de la gravedad de lo que ocurría, se lanzó a un ataque tan fuerte como desordenado, guiado sólo por la desesperación del náufrago y amparado en el miedo que comenzó a recorrer el cuerpo de sus jóvenes rivales. Sin embargo, entre los cruces de Martos, la disciplina de todos, la nulidad absoluta de Álvarez II y, sobre todo, de Nadal, que echó fuera los pocos remates de los que dispuso en los barullos finales, el partido no podía acabar con otro vencedor que el Castilla.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_