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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Entre la ambigüedad y la indecisión

EL ANUNCIO de Virgilio Zapatero, secretario de Estado para las Relaciones con las Cortes, de que el Gobierno quiere aplazar el debate parlamentario sobre seguridad y política exterior -formalmente comprometido por el presidente González para el próximo mes de diciembre- hasta enero o febrero de 1986 ha desatado virulentas reacciones en el resto de las fuerzas políticas. Algunos conjeturan que esa medida dilatoria podría ser una maniobra destinada a preparar las condiciones para una eventual cancelación del referéndum sobre la permanencia de España en la OTAN, contra el que se han pronunciado varios ministros. Las declaraciones tajantes del presidente del Gobierno hechas ayer tarde en el sentido de que habrá referéndum y no se adelantarán las elecciones conviene por eso entenderlas matizadamente. Lo mismo que el compromiso formal sobre el debate parlamentario ha sido abiertamente incumplido por el Gobierno, y ha habido un giro copemicano en la política sobre la Alianza, pueden sucederse cambios en las decisiones del presidente en tomo al propio referéndum y a las elecciones. Un anticipo electoral no se anuncia hasta que no se produce. Y a la luz de los acontecimientos es más que fundada la sospecha de que la suspensión del debate sobre política exterior se propone tan sólo ganar tiempo para estudiar la estrategia a seguir después del ingreso formal de España en la CEE. No estamos diciendo que no vaya a haber referéndum ni que se vayan a adelantar los comicios legislativos. Estamos diciendo que a la luz de lo sucedido con el debate parlamentario aplazado baja considerablemente el rigor de algunas declaraciones. Se había dicho que del debate de diciembre saldría la fecha y la pregunta del referéndum. ¿Durante cuánto tiempo va a estar jugando el Gobierno con las palabras y equivocando a la opinión pública?No hay razones para justificar la demora de ese crucial debate, inicialmente programado para el mes de abril, postergado luego para el mes de junio y excluido del pleno del estado de la nación del pasado octubre con el argumento de que la sesión monográfica de diciembre permitiría una discusión más amplia. Es simplemente ridículo que los socialistas del cambio se hayan negado a mantener un debate parlamentario sobre cuestión tan grave como la política exterior. Para colmo, Virgilio Zapatero había relacionado el aplazamiento del pleno con las expectativas gubernamentales de conseguir una reducción de la presencia militar estadounidense en España, y luego se ha tenido que retractar. Pero el resultado final de todo ello es que a estas alturas los representantes de los ciudadanos no han tenido todavía oportunidad de analizar y de discutir los grandes problemas de nuestra política de alianzas militares, de seguridad exterior y de política intemacional. Si los socialistas no quieren abrir el debate en el Parlamento, ¿cómo van a abrirlo entonces en la sociedad ante la consulta popular prometida?

Los dirigentes socialistas han venido aplazando, casi desde los comienzos de la legislatura, la toma de una decisión sobre la fecha y la pregunta de ese contradictorio referéndum, diseñado inicialmente para sacar a España de la Alianza Atlántica y reacomodado luego para pedir el apoyo popular a nuestra permanencia en la OTAN. El resultado de ese indefinido ejercicio de la duda metódica es que el transcurso del tiempo, lejos de haber aclarado la situación, la ha podrido hasta la pestilencia. La estrategia socialista de ambigúedad calculada sobre la OTAN parece cada día menos ambigua y en absoluto calculada. Tuvo sus frutos, pues dio un margen de maniobra a Felipe González para negociar en mejores términos el ingreso de España en la Comunidad Económica Europea. Pero ha ido acompañada de una progresiva integración, también en los aspectos militares, de España en la Alianza y del crecimiento de la certidumbre sobre las dificultades objetivas para el abandono de la Alianza por nuestro país. Estas dificultades han llevado en ocasiones al propio presidente a sugerir que se podría no salir si el referéndum arroja una respuesta negativa no suficientemente representativa de la población. Ahora estarían elaborando otro argumento: se pierda o se gane, el referéndum va a arrojar a este país a una fractura ideológica pro y anti-OTAN, al tiempo que la izquierda en el poder tendría que pagar la factura a la derecha en la oposición si ésta ayuda a plebiscitar el intento del Gobierno.

El presidente tiene la obligación moral y política de explicar convincentemente por qué está dispuesto a incumplir su compromiso público de debatir en las Cortes la política exterior el próximo mes de diciembre. Sólo puede haber una razón: las fechas le obligarían a tomar decisiones definitivas en las dos próximas semanas sobre la convocatoria o no del referéndum y el carácter de la pregunta. Mientras tanto, el partido socialista ha sido incapaz de dar a luz el documento sobre la OTAN, retirado para su corrección en una reciente reunión de la ejecutiva. Una cosa es la duda, otra la ambigüedad y otra muy diferente la falta de decisiones.

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