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Disneycamp

Vicente Molina Foix

Primeras firmas del país se han pronunciado sobre Disney en EL PAÍS. Unos denuncian la penetración de la cultura del ratoncito Mickey, que amenaza comerse nuestra tabla de quesos nacional. Los otros les responden diciendo que esos animales ya forman parte del bestiario europeo y que todos tenemos un pasado de aventuras galantes con Bambi y Dumbo. Nadie habla de Disneylandia como lo que es, un maravilloso parque de atracciones ideal para pasar unas cuantas horas robadas a la defensa de nuestras costas.A mí me arredra la alta filosofía y la brillante prosa de esos pesos pesados de la literatura, y no quiero entrar en la polémica de los signos culturales y las idiosincrasias. Me gustaría simplemente resumir una experiencia. La de haber visitado hace ocho meses el Disneyworld que hay en Florida, en compañía de dos conocidos directores de cine españoles cuyo nombre -por precaución en estas agrias horas de división civil- no revelo. Pero sí digo que todos pasamos una jornada trepidante, y la visita fue un acontecimiento inolvidable.

Nadie que los conozca ignora que esos tres grandes centros de recreo de Walt Disney -Los Ángeles, Florida y Japón, al que se sumaría ahora Eurodisney- son espectáculos concebidos para tentar al adulto bajo el pretexto de distraer al niño. Y no hablo sólo del hecho de que algunas de sus atracciones -el viaje espacial, la mansión encantada- resulten vertiginosas y terroríficas para cualquier estómago no curtido en los peores tragos de la gravedad y el miedo. La clave de esas ferias monumentales es degradar nuestra condición adulta, permitiendo que por un día hagamos el niño, o el bobo, fingiendo guiar de la manita a los millones de pequeños que por allí pululan.

Con el extraordinario arte de sus instalaciones, sus muñecos articulados, sus arcaicos desfiles verbeneros y sus modernos efectos audiovisuales, Disneylandia propone una realidad segunda tiernamente vulgar, artificiosamente infantil, inintencionadamente epicena; una salida al campo de lo camp. Un carnaval de las bajas pasiones permitidas bajo la luz del día y sin enmascarar.

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