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'Apostrophes', un programa sobre libros, cumple 500 números en la televisión francesa

Soledad Gallego-Díaz

Conseguir que un programa de televisión alcance su número 500 es algo insólito en cualquier parte del mundo. Si se trata, además, de un programa cultural, entonces se puede hablar de un milagro. En Francia, el autor de ese milagro se llama Bernard Pivot. Se dedica todos los viernes, desde hace 10 años, a presentar libros ante las cámaras de Antenne 2 y a discutir con sus autores. El programa se llama Apostrophes y ayer cumplió su 500ª emisión a una hora de máxima audiencia, las 21.30.

Se calcula que tres millones de personas acuden regularmente a su cita. El caso Pivot constituyó un auténtico misterio para los especialistas en comunicación. Los sociólogos preparan profundas tesis doctorales y las otras cadenas de televisión se rompen la cabeza para encontrar imitadores, pero no tienen éxito porque Bernard Pivot y Apostrophes son únicos.La receta, en teoría, es simple. Varios autores se sientan en sus sillas, en torno al presentador, y comentan sus obras y las de los otros invitados. El truco, si lo hay, es la aparente sencillez de Pivot. Siempre bien peinado, con su cara de alumno simpático pero no empollón, Bernard Pivot controla el debate con preguntas inocentes que todos los espectadores creen que podrían haber planteado ellos mismos. Él abre los ojos con asombro y dice: "Perdone, pero no he entendido una sola palabra", "Ahhh, ¿eso es lo que usted quería decir?", "Oiga, en la página 322 usted escribe..."; maliciosamente, pero con mucha calma y una amplia sonrisa, enzarza a sus invitados. Se ve que disfruta en los debates.

A veces sus esfuerzos no tienen éxito. Raymond Aron y John K. Galbraith estaban tan enfadados antes de llegar al estudio que el programa resultó un fracaso. El caso contrario -dos autores que se odian, pero que ante las cámaras no cesan de echarse flores- puede ser también negativo. Eso fue lo que pasó, precisamente, con Alain Robbe-Grillet y Philippe Sollers.

Borrachera de Bukowski

Un día Pivot invitó a Charles Bukowski y el escritor se presentó con una soberbia borrachera. El programa se emite siempre en directo y Pivot intentó seguir adelante como si no pasara nada. "A los pocos minutos decidí sacarle del plató porque me dí cuenta de que se iba a poner a vomitar. La trompa era de vino blanco". Con buen humor -otro de sus secretos- y delante de todo el mundo le ayudó a ponerse de pie y a irse. Al día siguiente, unos protestaban porque se hubiera dejado decir incoherencias a un alcohólico y otros, porque se había atrevido a expulsar a un escritor "con el pretexto de que bebe".En general, nadie se queja de los invitados. El problema es precisamente el contrario: todo el mundo quiere aparecer en Apostrephes. Las editoriales se vuelven locas (algún responsable de colección ha sido destituido fulminantemente porque no consiguió colocar a uno solo de sus autores en todo un curso) y los escritores palidecen de gusto cuando reciben la convocatoria de Antenne 2. No es extraño: aparecer en el programa supone una venta adicional de varios miles de ejemplares.

Pivot ha conseguido, sin embargo, tener fama de honestidad a toda prueba. Las editoriales saben ya a estas alturas que es mejor no insistir. Lo único que está en su mano es enviarle religiosamente los libros. Bernard Pivot recibe varios miles al año y se las arregla para leer uno al día, con los métodos de lectura rápida. "Ése es mi trabajo, leer", dice suavemente. Se levanta por las mañanas en su casa de París o de Quincie-au-Beaujolais, su pueblo natal, y, todavía en bata, con su gato en brazos, se enfrenta con su volumen diario. Nadie ha conseguido hasta ahora ponerle en evidencia: cuando dice que ha leído un libro, lo ha hecho, de cabo a rabo, y recuerda todos sus detalles.

Pivot reconoce que sus programas se han convertido en una invitación, pero no le gusta que le llamen el "ayatollah de las letras francesas". Todo su sentido del humor se esfumó el día en que Regis Debray -entonces asesor del presidente Mitterrand- le acusó de "ejercer una auténtica dictadura sobre el mercado del libro". Mitterrand se apresuró a desautorizar a su fogoso consejero y Debray, en lugar de mantenerse en sus trece o de pedir disculpas, afirmó riéndose: "Yo no iba para crítico literario". Sus biógrafos cuentan que recién terminados sus estudios de periodismo entró, por casualidad, en Le Figaro Littéraire. El redactor jefe, Maurice Noel, le sometió a un pequeño examen y Pivot se vio perdido: verdaderamente no sabía mucho, entonces, de Yourcenar o de los escritores norteamericanos de la segunda mitad del siglo XX. Afortunadamente, Noel era un buen aficionado al vino de Beaujolais y Pivot, un auténtico experto. Pese a ser una estrella, Bernard Pivot ha conseguido mantener una estricta intimidad.

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