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Las propiedades del anterior jefe del Estado

Una casa con fantasmas ilustres

La casa del Canto del Pico, construida en 1920 cuando en Torrelodones había 625 habitantes (hoy hay 3.500), toma su nombre de dos grandes rocas en forma de pico de trabajo que se encuentran a 50 metros de la mansión. Pronto la grandiosidad del edificio y el lugar elegido para su edificación, en un terreno situado a 1.012 metros de altura en el que predominan encinas, enebros, pinos, zarzas, jaras y tomillos, hizo que el palacio se convirtiera en símbolo de la población, junto a la pequeña torre árabe de Lodones que le dio nombre.La finca, cercada de una tapia de piedra de dos metros de altura, se formó hacia 1920 mediante la compra de siete parcelas que sumaban 820.000 metros cuadrados, de los que poco más de 10.000 están dentro del término municipal de Hoyo del Manzanares, en tanto los demás están en Torrelodones.

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De Franco al jeque

Tanto la formación de la finca como la construcción de la casa fue acometida por José María del Palacio y Abarzuza, conde de las Almenas, que había nacido en Londres y era ingeniero de profesión. Según cuenta José de Vicente Muñoz en su libro Escudo, geografía e historia de Torrelodones, este curioso personaje falleció en 1940 en su palacete de la localidad madrileña.

Para entonces la casa ya tenía su pequeña historia. En 1930, 10 años después de su construcción, en un plazo de tiempo excepcional para lo que es normal en este tipo de tramitaciones, el edificio fue declarado monumento histórico-artístico. Asimismo ya había tenido visitantes importantes, pues a ella acudió numerosas veces Antonio Maura, en especial a partir de 1921, año en que abandonó la política tras haber sido ministro de Ultramar, Gracia y Justicia y Gobernación y haber sido presidente de Gobierno.

Maura murió en la escalera

Maura tenía una finca a la izquierda de la carretera de El Pardo, que se llamaba El Pendolero, y, como amigo del conde de las Almenas, acudía en numerosas ocasiones a la finca del Canto del Pico, en donde pintaba paisajes. Fue precisamente en esta casa donde: el 13 de diciembre de 1925 Maura cayó víctima de una hemorragia cerebral cuando bajaba desde el piso principal al vestíbulo. El conde de las Almenas, al parecer muy dado a poner lápidas, puso entonces una en la escalera con la siguiente frase: "Cuando bajaba por esta escalera subió al cielo don Antonio Maura Montamer".

La casa, de piedra, posee una arquitectura ecléctica que combina numerosos estilos, en la que destacan las torres escalonadas y terminadas en coronas de metal, los arcos ojivales y medio punto de los miradores de las fachadas este y sur, y sus detalles barrocos. Según consta en el Registro de la Propiedad, en 1940 ya estaba dotada de calefacción, fosa aséptica y reloj de torre.

Interiormente, el caserón, según describe José de Vicente Muñoz en su libro, estaba decorado con numerosas obras de arte que el conde de las Almenas compraba en distintas provincias. Según el citado autor, allí había columnas como las del castillo de Curiel, tallas góticas de diversos edificios religiosos de Logroño, Seo de Urgel, Valldigna y Lérida y Baleares, relojes antiguos y cuadros, entre ellos el que no terminó Maura.

En 1937, durante la guerra civil, el palacio sirvió de cuartel general al general Miaja, que dirigía la batalla de Brunete. Ese mismo año el conde de las Almenas, viudo, hizo un testamento en el que, haciendo caso omiso de su nieta, a la que ni siquiera nombró, dejó a Francisco Franco la finca, "aun cuando no tengo el gusto de conocerle, por su grandiosa reconquista de España", según consta en el Registro de la Propiedad de San Lorenzo de El Escorial.

En este registro figura que en 1941, en el acto de adjudicar los bienes del difunto -al que asistió Leopoldo Eijo y Garay, obispo de Madrid-Alcalá-, se expuso la obligación de prorratear entre los legatarios las deudas y gravámenes de la herencia, que ascendían a 356.334 pesetas y 95 céntimos. Según se indica en el registro, "la generosa actitud del principal legatario, Su Excelencia el Generalísimo, decidido a soportar no sólo las cargas hereditarias procedentes sino también a abonar a los servidores del finado las liberalidades con que éste quiso premiar sus servicios, aportando de su peculio particular las cantidades necesarias, hizo posible el cumplimiento de los legados y la voluntad del causante".

A partir de entonces, Franco, desde el cercano palacio de El Pardo, cuyas tapias están distantes unos siete kilometros de la casa, se trasladó varias veces a esta casa, hecho del que se daban cuenta los vecinos por el aumento de las medidas de seguridad.

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