Josep Vilarasau Salat
Director general de La Caixa y candidato a la presidencia del Banco Hispano Americano
A José / Josep Vilarasau le llaman ahora con cierta urgencia para presidir el Hispano Americano. Pero él tratará de aferrarse a la salita de música de su funcional torre del desierto de Sarrià. Ópera, sin duda, para conjurar el mal sueño del cash flow, los costes de transformación, las cédulas hipotecarias: La Cenerentola, de Rossini; el Don Giovanne, de Mozart. Y sobre todo Wagner, que sigue siendo la principal seña de identidad de la burguesía catalana. Profesional de los números, trabajó en el Ministerio de Hacienda cuando el plan de estabilización.
José/Josep Vilarasau Salat es ante todo, un hombre cauto, conservador, amigo de preguntar más que de responder, cortés, frío. Una de esas personas que puede apretar los labios como espadas, y al que sus gafas de media luna le pueden transparentar, alternativamente, como un ser humanitario o como un personaje lejano y distante.Con el título de ingeniero industrial en el bolsillo, Vilarasau entra de ayudante en una casa de censura de cuentas, para darle un repaso a la firma Autonacional, SA, la famosa fabricante del biscúter. Este primer trabajo no figura en las biografías oficiales, y es una lástima, porque es quizá el que mejor define su carácter. Apenas sabe de auditorías, pero le echa horas y entusiasmo. Hasta que, siguiendo el hilo de Ariadna de los mensajes internos de la empresa, descubre el ovillo de la burocracia: el más insignificante papel recorre 63 tramos -personas o departamentos- antes de llegar a buen puerto.
Pronto, en 1958, ingresa en el cuerpo de ingenieros industriales de Hacienda, de donde llegará a ser secretario general técnico. Se inicia en el mundo de las finanzas como director de los servicios técnicos del Instituto de Crédito Oficial. Luego entra en la banca privada, como director de Indubán, para pasar en 1966 a la Compañía Telefónica, en la que bajo la presidencia de Antonio Barrera de Irimo, y como director general adjunto, coprotagoniza el fin de una profesión: la de las operadoras.
Vuelve luego a Hacienda, en 1969, como director general del Tesoro, con Alberto Monreal de ministro. Conservador, pone cara de póker cuando las sentencias del proceso de Burgos inducen a Mariano Rubio a dimitir de la dirección general de Política Financiera, cargo que asumirá inmediatamente, aunque por poco tiempo. En 1973 echa una mano a su primo, Carlos Ferrer Salat, para la creación del Banco de Europa, a cuyo consejo de administración accede. Enseguida, la última experiencia antes de La Caixa: el presidente de CAMPSA, Federico Silva Muñoz, le nombra en 1974 director general.
Ala jubilación, en 1976, de Enrique Luño Peña, comisario político y director general de la Caja de Pensiones, e inoculador de latinajos en las memorias de los estudiantes de Derecho, su nombre surge después de que se hayan barajado más de una docena de candidatos. La experiencia en la Administración da un buen fruto.
Tiene 44 años y es director general de la primera caja española, y quinta de Europa, de la mano de la presidencia de Narcís de Carreras (el Barça, la Lliga, el Empordà).
En ocho años cuadriplica el volumen de su caja; lidera las propuestas en pro de la liberalización de las cajas (que puedan actuar como bancos y fuera de sus regiones de origen); asienta bien sus relaciones con el consejo y con el nuevo presidente (Salvador Millet i Bel, la Lliga, siempre la Lliga); sortea algunas polémicas; y tantea la compra de Banca Mas Sardá y de Banca Catalana.
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