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ANTE EL 30º CONGRESO DEL PARTIDO EN EL GOBIERNO

La difícil elección de un líder

, Desde el Congreso de 1972, Felipe González simultaneó su despacho de abogado laboralista con el periodismo político: un periodismo bastante especial y clandestino, puesto que, en su calidad de secretario de Información de la ejecutiva, dirigía El Socialista, órgano oficial del PSOE. Algunos de los materiales previstos no fueron publicados, por cortocircuitos de un exiliado, lo cual provocó incidentes entre los renovadores del interior y del exterior, que desembocaron en la dimisión de Felipe González y Alfonso Guerra como miembros de la dirección.En aquellos momentos, el número uno del PSOE, Nicolás Redondo, estaba encarcelado en Basauri (Vizcaya). Felipe González le visitó en la prisión y Redondo insistió severamente en que debía volver a la dirección. Varios acontecimientos forzaron la solución: el PCE, el grupo de Enrique Tierno, y otros grupos y personalidades de la oposición constituyeron la Junta Democrática de España, mientras que el jefe del Estado, Francisco Franco, sufrió una tromboflebitis. Los dirigentes socialistas formaron una dirección atípica o ejecutiva restringida, que excluía a los residentes en el exilio, en la que se integraron Felipe González, Alfonso Guerra, Guillermo Galeote, Enrique Múgica y Pablo Castellano, además del propio Redondo desde que salió en libertad, a los que se sumó en ocasiones Eduardo López Albizu.

A lo largo del verano de 1974 hubo varias reuniones para preparar el 132 Congreso, convocado para el 11 de octubre en Suresnes -localidad próxima a París-, al que el partido socialista acudió con un censo de 3.432 miembros (el 2% de los afiliados que hoy dice tener). El problema de Suresnes no era ya realizar la renovación, ni siquiera discutir una escisión: 20 días después del asesinato del almirante Carrero, la Internacional Socialista reconoció al sector renovador como su partido fraternal en España, por lo que esa polémica había quedado resuelta. De lo que se trataba en Suresnes era de establecer una línea más definida, y sobre todo había que elegir un líder.

Los preparativos congresuales se vieron rodeados de una tensión considerable. El problema no habría llegado a plantearse si, en la reunión previa del Comité Nacional, Nicolás Redondo hubiera aceptado la candidatura a la secretaría general; pero Redondo, más sindicalista y organizador que político de primer plano, rechazó esa posibilidad.

En Sevilla se habían reunido previamente Felipe González, Alfonso Guerra, Luis Yáñez, Guillermo Galeote y Carlos Navarrete, quienes acordaron apoyar al primero como candidato si Redondo no se presentaba. Por eso, en Suresnes, Luis Yáñez, portavoz de los andaluces, planteó la candidatura de González ante los jefes de delegación. Se hizo un gran silencio; a la vista de que nadie hablaba, Ramón Rubial, que presidía la reunión, dijo "vamos a reflexionar" y levantó la sesión.

Yáñez, el muñidor

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A partir de ese momento hubo un febril período negociador. Nicolás Redondo afirmó que le parecía buena la idea y que estaba dispuesto a apoyar a Felipe González. Enrique Múgica comunicó a Yáñez que ni él, ni Pablo Castellano, aceptaban una ejecutiva dirigida por el sevillano, que supondría un giro "excesivamente izquierdista". Yáñez buscó rápidamente a Redondo: "Oye, que Múgica no apoya". Redondo buscó al vasco disidente y le convenció de que era la mejor solución.

Mientras se discutían las resoluciones, varios exiliados, como Antonio García Duarte, Máximo Rodríguez y Arsenio Jimeno, se sumaron a la propuesta de Felipe González, pero condicionándola a un acuerdo más amplio. Finalmente Múgica aceptó y se produjo la convergencia entre vascos y andaluces, operación a la que Pablo Castellano bautizó con la renombrada denominación de pacto del Betis.

Felipe González obtuvo el puesto de primus inter pares, por una mayoría muy amplia. Hubo otra persona votada para ese puesto: el madrileño Sebastián Reina, un militante de Juventudes que obtuvo algunos sufragios para ese cargo sin pretenderlo, y que, lógicamente, quedó situado a enorme distancia. González es hoy presidente del Gobierno, y Reina es su director general de Cooperativas.

Cuando Radio París dio la noticia de su elección, en la noche del 13 de octubre de 1974, sus amigos se telefonearon unos a otros para dar la buena nueva: "¡Es Felipe!", o "El gran jefe ya es gran jefe". El presidente oficial del congreso fue José Martínez Cobos, aunque Alfonso Guerra, como vicepresidente, tomó la mayoría de las decisiones: incluso la de cortar la megafonía en el momento en que Juan Iglesias intentaba renunciar a su nominación como dirigente, pues to que no le convencían las resoluciones aprobadas ni su condición de único exiliado en la ejecutiva, seguido de cerca por Francisco Bustelo, que también pretendía renunciar. Tras haber logrado un clima generalizado de entusiasmo, y después de las intervenciones del francés François Mitterrand y del chileno Carlos Altamirano -que incrementaban el espaldarazo a los renovadores- Guerra no iba a consentir que unas dudas de última hora estropearan la fiesta.

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