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Todos los cambios, el cambio

Iniciar este trabajo parafraseando el título de una obra de Cortázar no supone robo ni plagio. Es simplemente el mejor homenaje al escritor fallecido recientemente. Ahora bien, no voy a tratar aquí de las peripecias de los radicales en el poder, como tampoco del último texto laberíntico del poeta ciego que habita en la bonaerense calle Maipú. Los párrafos que siguen versarán sobre la realidad española, tan zurrada por la crisis, y desde una perspectiva temporal y literaria.Juan Ramón Jiménez escribía, en 1910, a Pedro A. Morgado: "Las horas tienen aladas sus sandalias y se van sin que lo advierta, como mariposas, de ligeras y mudas". El paso del tiempo es algo que el escritor procura aprehender en su fabulación. Unas veces lo consigue; otras, las más, se le escapa. El tiempo es la palabra muda, la voz secreta que discurre inaprensible a nuestro lado. En las aguas mudadizas e implacables del tiempo se producen hechos, circunstancias y cambios. A ellos me atengo.

Las voces más radicales del tejido social se pronuncian en sentido diametralmente opuesto. Para unas, se han producido demasiados cambios. Para otras, lo ocurrido es lo accesorio, queda por hacer lo principal. Entre las márgenes de las aguas discordantes bracea la opinión general: los españoles estamos seguros de lo que no queremos, pero nos habita la duda y el temor al manifestarnos en lo que queremos. Desde la fundación como nación, ésta ha sido la norma.

El cambio, los cambios. ¿Cuándo empezaron a producirse? Entiendo que el punto de inflexión del régimen anterior se opera con la crisis ministerial de octubre de 1969, la del asunto Matesa. Es a partir de ese otoño cuando las facciones políticas afincadas en el establecimiento comienzan a dibujarse con nitidez, mientras que, por su parte, las fuerzas de la clandestinidad dan paso a una serie de audacias que exceden lo puramente verbal. El atentado contra Carrero Blanco, en diciembre de 1973, viene a confirmar tres datos que hasta entonces se movían en la sombra: los recursos físicos y el poder de Franco están deteriorados; se ha perdido la confianza y el respeto al sistema en vigor; tanto el establecimiento como la oposición clandestina se preparan para la transición. Lo porvenir no podía asemejarse a lo actual.

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Hasta noviembre de 1975, el régimen se ve azuzado por una presión doble: la exterior y la interior. En la búsqueda de una solución para el cambio parece obligado que prime lo político y se ignoren los asuntos económicos. Por eso se mantiene el viejo triunfalismo -España es diferente; aquí no pasa nada-, a fin de ocultar la realidad de un sistema ctinsado y con arterioesclerosis. El gran pecado -por omisión- de esos años consistió en dejar de lado la crisis económica, aparecida a nivel mundial en 1973. Todavía hoy estamos penando esa falta de sentido histórico.

Resuelto el problema institucional con la Carta Magna de 1918, los dirigentes se aperciben de las mutaciones que se han estado desarrollando al margen y por debajo de la dialéctica oficial. Con el estrenado régimen de libertades, todas esas mutaciones subterráneas afloran a cara descubierta. Ya nadie huye de los ecos y las sombras. El paso del tiempo había generado la desaparición de los viejos fantasmas y un sinrin de viciados comportamientos quedaban arrumbados para siempre. No obstante, resultó imposible eliminar unos cuantos resabios y tics en las personas y las instituciones

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que recibieron la herencia del poder mediante el voto.

Dentro del vaivén social escojo algunos casos que más llaman mi atención, aun sabiendo que cabría elegir otros como más significativos o de mayor trascendencia. En primer lugar, los deportes nacionales. Con un fútbol cualitativamente muy aburrido y sin un Santana con que encandilar el güisqui de la madrugada, se ha insertado con luz propia una nueva especialidad deportiva, las auditorías externas, en su doble modalidad: con y sin escándalo, con y sin ataque a las instituciones. Como común denominador de esta disciplina olímpica se presenta, como es habitual en nuestros pagos, la ausencia de alternativa, es decir, la auditoría se practica críticamente y sin que se ofrezcan fórmulas de recambio. Basta y sobra con rechazar la gestión anterior, a la que se culpa de todos los males -sin mezcla de bien alguno- La disciplina alcanza niveles de papanatismo folklórico, si bien cabe esperar que los ardores atlético-contables se remánsen en breve plazo, ajustándose al pacifismo bucólico del jogging en camiseta y calzón corto.

Por su parte, la contabilidad nacional se ha modificado en un par de epígrafes sustanciales. A partir de 1976 ha sido borrada del balance la específicamente dedicada a la exportación de capital humano. Desde 1492 se venía reflejando en las cuentas del reino y en romance vulgar se la conocía por la industria del exilio. La nómina de exiliados y emigrantes es históricamente bastante extensa: los judíos, los conversos, los moriscos, los heterodoxos, los liberales, los carlistas, los románticos, los afrancesados, los jesuitas, los republicanos de distintas hornadas, los progresistas, los afectados por las hambrunas de los siglos XIX y XX, los componentes del llamado exilio de 1939 y los emigrantes debidos al Plan de Estabilización de 1957. Existen firmes propósitos de no volver a penalizar la crítica y la disidencia, sean de origen político o religioso, y de hacer posible una convivencia pacífica para todos.

La otra modificación registrada se refiere a haber dado de alta en el balance un epígrafe estremecedor y con carácter estructural: la industria del paro. Este nuevo renglón se ve, en parte, paliado por el higiénico ejercicio de la tradicional chapuza, designación que es conocida en otras naciones occidentales como economía sumergida. La citada industria nacional produce, sin embargo, unos efectos devastadores: el daño psíquico, por no contar con posibilidades de lograr un empleo, y la angustia -cierta- de no llegar a fin de mes. La industria del paro afecta a todos los sectores económicos, a los que se suma el sector universitario con cifras abrumadoras.

Desde su formación, la sociedad española es machista, con la salvedad de la vasca, que se rige por un inveterado matriarcado. Gracias al empuje feminista y a la permeabilidad social, la presencia de la mujer en la vida española es, cada día que pasa, más importante. Todo parece indicar que los miembros del colectivo han logrado lo que pedía Virginia Woolf: una habitación propia. Ya menudean los puestos de responsabilidad ejercidos por mujeres, y el avance es positivo.

Se equiparan los sexos y se suprime la crispación y la tensión en las relaciones humanas. El machismo está en baja. Menos mal.

El factor "R" -de religión- ha variado en su concepción y en su práctica diaria. En general, la vida se ha desacralizado, y esta laicización ha traído dos consecuencias inmediatas: sacudirse de encima el concepto religioso-institucional y su compromiso político, que pesaban como una losa, y los asuntos de la fe y sus devociones se pasan a zonas más íntimas y. acogedoras. Hay más autenticidad y menos aparato en el manejo del factor "R", aun cuando continúa siendo un núcleo central en los momentos cumbres de la existencia. Bergamín, ese poeta que vivió quemándose, decía en 1934 que "no es el catolicismo banderín ni cepo de ningún partido; ni esos que dicen programas y gestiones de gobierno, se hacen para servir más intereses que los políticos, cuando no los privados, pues si así no fuera, por el solo hecho de su intento serían religiosamente bastardos y profanadores". Las brasas de la voz de Bergamín permanecen vigentes, más allá de la premonición, actuales.

El hábitat familiar, imparcial testigo del cambio de las relaciones familiares, se ha agrandado con una pieza adicional: la sala de máquinas. En ella se cobijan los chismes del culto a la imagen y el sonido. La convivencia se rige por secretos códigos y dígitos que salen impuestos por el mensaje ordenancista del ordenador personal. El gran dictador de las pautas y los hábitos sociales es el televisor. En esa célula enlatada ya no hay sitio para la abuela o el perro; el único hueco se hace para la muñeca repollo.

Y me pregunto: ¿Estamos en la modernidad? ¿Cuál es el espíritu de la época? ¿A dónde nos lleva tanta pegatina, tanta etiqueta simplificadora y tanto culto a la imagen y al ruido? Y continúa pasando el tiempo, ese misterio sin realidad profunda pero omnipotente. Hans Castorp, el ingeniero enfermo, monologa en la terraza de La montaña mágica: "El tiempo es activo, produce. ¿Qué produce? Produce el cambio". En la sociedad española, aquí y ahora, todos los cambios, el cambio.

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