_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La Universidad Complutense y el abecé de la convivencia

Con motivo de las recientes elecciones del claustro de la Universidad Complutense y de las próximas de rector, el diario Abc y, con él, algunos profesores, sostienen que una universidad ha de ser dirigida por un profesor independiente, sin vinculación con partidos políticos o sindicatos. Corrobora lo acertado de esa teoría, dicen esos señores, el hecho de que mi gestión como rector político durante los tres años en que he desempeñado el cargo haya sido todo un ejemplo de sectarismo e ineficacia. En justa recompensa, siguen afirmando, la Universidad, en las primeras elecciones ya celebradas, ha asestado una derrota estrepitosa a mis escasos partidarios, derrota que resultaría descomunal si tuviera la osadía de presentarme a la reelección. Por todo ello, concluyen, lo mejor que puedo hacer, sin ni siquiera esperar a cumplir las pocas semanas que me quedan de mandato, es dimitir cuanto antes, marcharme a mi casa y dejar que personas serias y entendidas se ocupen de arreglar la maltrecha Universidad. Un rector independiente y científico sería, así, imprescindible para desfacer los muchos entuertos que he cometido, pues, a lo que parece, he convertido a nuestra respetable institución en lugar de reunión de apologetas del terrorismo, siniestra oficina donde el pobre profesor ha de fichar a la entrada y salida, patio de monipodio de trapicheos y manipulaciones electorales y organismo gestionado peor que mal.Todo esto -y le juro a quien no lea Abc que no exagero- tiene, claro está, su explicación. Política, en el caso del periódico citado, que gusta, como es sabido, de atacar a los socialistas, y cree haber encontrado en mí un blanco -o quizá, en este caso, habría que decir mejor un rojo- pintiparado. Nada hay que objetar a ello, y menos por los que luchamos tantos años por la libertad de expresión. Además, suele decirse, y no sin razón, que en España hay que aprender a encajar la crítica. Pero también es un derecho del criticado responder, y a mí me parece, dicho sea con todos los respetos, que cualquier parecido con la realidad de lo que Abc lleva dicho en las muchas páginas que me tiene hasta ahora dedicadas es pura coincidencia. Lo que ocurre, me temo, es que de un tiempo a esta parte hay dos Abc. El que aspira, y a veces consigue, a ser un gran diario conservador, de talante liberal y respetuoso con los demás, y el Abc que casi me atrevería a calificar de diario del sensacionalismo político y del derechismo a ultranza. Yo he tenido la mala suerte de que me haya tocado en estos momentos el segundo, lo mismo que en 1980, en cambio, me ocurrió todo lo contrario. Sic transit...

En cuanto a los respetables profesores que, noblemente preocupados, creen de verdad que el remedio de la Universidad está en un rector despolitizado, su caso es más sorprendente y sólo se explica, creo yo, por nuestro pasado y el consiguiente rechazo que en algunos produce todavía lo político. Pensar que el cargo de rector de la Universidad Complutense no tiene dimensión política y que para dirigir un organismo con 10.000 millones de pesetas de presupuesto, 2.000 funcionarios, 4.000 profesores y 100.000 alumnos no hace falta una persona con vocación pública e 3 estar en babia. Un rector que tiene que tratar constantemente con ministros, subsecretarios y directores generales, que ha de estar pendiente de lo que hacen el Gobierno y el Parlamento, por sus repercusiones en la vida de nuestra institución, que ha de participar velis nolis en la vida política y diplomática de la capital, por lo visto, para hacerlo bien., tiene que ser un profesor que jamás haya salido de su departamento.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

La Universidad española está mal, y el lógico descontento asoma por donde puede. Sin embargo, no deja de ser extraño que personas que se dedican a la ciencia acepten sin más como verdad evidente tan peregrino aserto. No sólo el simple sentido común indica que el rector de la Complutense ha de ser en buena medida político, sino que, además, así ocurre en muchas de las principales universidades del mundo. El presidente de la Universidad de Nueva York, que acaba de investir doctor honoris causa a nuestro Rey, es un conocidísimo político y ex senador del Partido Demócrata estadounidense, y nadie en la comunidad científica y universitaria de aquel país -un poquito mejor que la nuestra- se lleva por ello las manos a la cabeza.

Un 'rojo' raro

Respecto de las afirmaciones que se hacen sobre mi sectarismo y desmedido izquierdismo habrá que reconocer que resulto ser un ultrarrojo bastante raro. Véanse, si no, algunas muestras.Durante los tres años en que he desempeñado el cargo de rector he tenido el honor de invitar y recibir en la Complutense al Papa, al Rey -la Casa Real tiene una propuesta nuestra para hacer a Su Majestad, por su contribución a la paz entre los españoles, doctor honoris causa por la facultad de Derecho, donde estudió, o bien, si se prefiere, para organizar un homenaje conjunto de todas las universidades españolas-, al actual presidente del Gobierno, a bastantes ministros, sobre todo centristas, y a altos jefes de las Fuerzas Armadas, con cuyo Centro de Estudios Superiores de la Defensa Nacional hemos establecido relaciones fecundas y cordiales, y por lo que el Gobierno de UCD, a propuesta de las FF AA, me concedió la Gran Cruz del Mérito Militar. Movido también por mis irresistibles afanes sectarios trabé lazos de amistad y entendimiento con el hasta hace poco cardenalarzobispo de Madrid cuando coincidimos en los actos de los colegios de la Iglesia adscritos a nuestra universidad, que casi siempre que me lo han pedido he aceptado presidir. No sólo he trabajado en la Fundación Universidad-Empresa para promover el tan necesario acercamiento entre ambas, sino que la junta de gobierno de la Complutense, a propuesta mía, concedió la Medalla de Oro de la Universidad a un distinguido empresario, y para otro, igualmente ilustre, tomé la iniciativa de pedir al Gobierno, junto con los demás rectores de Madrid, la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio.

Siguiendo en esa misma línea de radicalismo y partidismo a ultranza, me he rodeado a lo largo de tres años de una veintena de incompetentes vicerrectores, secretarios generales y gerentes, de los que sólo cuatro pertenecen a partidos políticos de izquierda y de los que tres, sin duda por causa de su radicalismo e ineficacia, fueron promovidos a altos cargos, dos por el Gobierno centrista y uno por el socialista. Todos ellos nada hicieron en estos tres años y se limitaron a disfrutar de las pingües gratificaciones que cobran los cargos académicos. Y ya en pleno empacho partidista, no he nombrado a un solo miembro del PSOE para los cargos de libre designación del personal no docente de la universidad, y sí he destituido a alguno.

En cuanto a la total y obvia ineficacia de mi gestión he de confesar que he sido el primer rector desde la guerra civil que no he sido objeto del menor intento de agresión, ni física ni verbal, de nadie de la universidad durante mi mandato, que ha sido también el primero en que no se ha suspendido una sola clase por motivos políticos. También he sido el primer rector en la historia de la Complutense que ha presentado balances de gestión anuales y un programa de acción, y el primero también que ha llevado a la junta de gobierno todo el presupuesto para su discusión y aprobación. Por primera vez no se ha pedido al Ministerio ni una sola cátedra, agregaduría o adjuntía que no estuviera aprobada. por la correspondiente facultad o escuela ni se ha contratado a dedo a un solo profesor no numerario. Los estudiantes, también como novedad, han tenido una relación estrecha con el rectorado por conducto de su junta de representantes, aunque no siempre hayamos estado de acuerdo. Hemos gastado más dinero -en pesetas reales- en instalaciones y equipamiento que en los cinco anos precedentes y hemos mejorado muy sustancialmente la labor diaria de administración y gestión. Cuando un admirado catedrático dice en la tercera de Abc que mi labor ha sido pésima en este aspecto, demuestra ignorancia o parcialidad, pues el que la universidad siga mal en términos absolytos -cosa que nadie discute- no debería impedir reconocer las muchas mejoras relativas. He acrecentado sustancialmente las relaciones científicas internacionales de la Complutense, he sido invitado por una docena de Gobiernos y universidades extranjeras; Francia me ha otorgado su máxima condecoración académica, y, eso sí, entre otros muchos, he firmado un convenio de colaboración con la Universidad de Moscú, de lo que no me arrepiento en absoluto.

La necesidad de ser político

Por último, y para no alargarme, como único ejemplo de cuánto he manipulado las elecciones del claustro, citaré el hecho de que entre los representantes estudiantiles figuren muchos alumnos del CEU, centro privado de inspiración religiosa adscrito a la universidad, y a cuyos estudiantes, a propuesta del rectorado, se les concedió derecho de voto. O, como una prueba también de mi reconocida incapacidad, señalaré el que se hayan hecho,- sin el menor tropiezo e impugnación -salvo en la mente acalorada de algún editorialista- unas elecciones con un censo que supera al de 17 capitales de provincia.En lo que sí he de confesar que he sido sectario es en no conceder a los catedráticos la exclusiva de la sabiduría ni del poder. Todos los miembros de ese estamento -al que huelga decir que me honro en pertenecer- han sido tratados por mí con respeto y compañerismo; ni a uno que haya venido a mí he desatendido, han sido mayoría entre mis colaboradores, pero también he respetado, consultado y reunido a profesores adjuntos (hoy profesores titulares) y a profesores no numerarios. Incluso me atreví a convocar una o dos veces al año reuniones amplias, llamadas miniclaustros, de representantes de todos los sectores de la universidad, donde, he de reconocerlo, no sólo podían hablar los catedráticos. Como también es cierto, que estamos exigiendo el cumplimiento de sus deberes a todo el personal docente sin distinción alguna.

Es, asimismo, verdad que he rendido homenaje siempre que he podido a los profesores de nuestra universidad que la guerra civil lanzó fuera de España y que he distinguido a Alberti, a Bergamín y a muchos otros a los que hasta ahora la Universidad oficial había casi siempre ignorado. Pero ni un solo profesor, un solo estudiante, un solo funcionario ha sufrido, siendo yo rector, la menor discriminación por motivos políticos. No daré nombres, pero algunos muy ilustres catedráticos de derechas de toda la vida -no faltan en la Complutense- han podido comprobarlo. No hace falta tampoco que recuerde que fueron otros tiempos, aún no muy lejanos, cuando sí había discriminación en la Universidad y no precisamente por parte de la izquierda.

¿Quiere todo esto decir que he hecho las cosas bien y que, salvo unos cuantos carcas, cuento con el apoyó de mi universidad? Ni mucho menos. Sucede que tenemos una universidad pobre y pobladísima, con los muchos inconvenientes y descontentos que ello lleva consigo. Algunos achachan al actual rector esos males y, por injusto que parezca, es una posición legítima, respetable y hasta lógica. No he conseguido, además, convencer a bastantes catedráticos de que la participación de todos no está reñida con el reconocimiento, obvio por lo demás, de la jerarquización de saberes. Muchos de ellos se han retraído y no he tenido la paciencia ni el acierto de hacerles cambiar. Tampoco he logrado interesar a los universitarios, en general, en la gestión y gobierno de la universidad. Ni, pese a haberlo intentado, he conseguido evitar que ésta siga estando burocratizada, centralizada y deshumanizada. Descontento y críticas se han manifestado así en un voto para el claustro constituyente menos lucido del que esperábamos algunos con miras a mi candidatura u otra parecida. Las espadas -académicas sólo, por fortuna- están en alto y pronto se saldrá de dudas sobre qué rector quiere la universidad.

Salga quien salga, aunque sea el no va más de la independencia y la pureza científica, mucho me temo que tendrá que hacer algo no muy distinto de lo que he hecho Yo. Habrá de dirigir un organismo gigantesco, con escasos medios y sin poder ofrecer, hoy por hoy, mayor remuneración a profesores y funcionarios, más medios de investigación al personal docente y a los doctorandos y mejor atención al estudiante. Tendrá que proseguir con el difícil equilibrio entre estamentos o sectores heterogéneos -y aunque más de uno se escandalice déjeseme decir que ese equilibrio en la universidad está más bien en posiciones como las mias- y habrá de bregar con la Administración, sobre todo en la nueva etapa en que la universidad, paulatinamente, empezará a ser, autónoma por primera vez dentro del marco de una reforma legislativa larga y profunda, recién iniciada. Y, mal que pese a algunos, tendrá que ser ese rector un político, pues deberá convencer a la sociedad, a las Cortes Generales y al Gobierno, a la Comunidad Autónoma de Madrid en su caso, de que somos un servicio público que, habida cuenta de nuestra penuria, funciona mucho mejor de lo que se piensa, pero que si no duplicamos en los próximos años el gasto por estudiante, la Universidad Complutense, como las demás universidades españolas, seguirá siendo lo que es hoy: una institución digna, que cumple su misión con decoro, pero no más, que puede y debe mejorar y que está en condiciones de hacerlo, aunque no dependa sólo de ella.

Todo esto requiere muchas cosas. Entre ellas el que mantengamos los universitarios un espíritu de convivencia que, ayudados por los nuevos tiempos, hemos conseguido hacer avanzar mucho en la Complutense en los tres últimos años. Contadísimos han sido durante mi mandato los profesores -algún que otro frustrado por las elecciones a rector de 1980 y que ve ahora ocasión de revancha-, los estudiantes y los funcionarios que, con las lógicas discrepancias, no hayan aceptado la tolerancia, el respeto y el diálogo que constituyen el abecé de la España que estamos haciendo y que son condición sine qua non para mejorar la Universidad. El que, por desgracia, existan ocasionalmente otros Abc de. la inconvivencia sólo es una torpe anécdota en la larga historia de nuestra vieja institución.

Francisco Bustelo es rector de la Universidad Complutense de Madrid. Ha sido diputado, senador y dirigente del PSOE. Como en todas las demás universidades, y para cumplir lo dispuesto en la ley de Reforma Universitaria, su cargo tendrá que someterse próximamente a la elección de un claustro constituyente, recientemente elegido por todos los profesores, estudiantes y personal de la administración y los servicios de esa universidad.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_