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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

América Latina, entre la quiebra y la indigencia

UN AÑO después del anuncio del aplazamiento de todos sus pagos exteriores por parte de México y menos de una semana más tarde de que Brasil alcanzara un acuerdo para la renegociación de su deuda exterior, otro país latinoamericano, Argentina, ha entrado en barrena a la hora de cumplir sus compromisos financieros externos. El caso de Argentina, sin embargo, es mucho más dramático debido, en primer lugar, al colapso político interior y, como consecuencia de ello, a la incertidumbre añadida a propósito de lo que el futuro Gobierno democrático decidirá sobre los pagos exteriores. Hay que recordar que no hace poco tiempo, en el Congreso Mundial de Economía celebrado en Madrid, diversos economistas argentinos, con posibilidades de ocupar responsabilidades de gobierno una vez se celebren las elecciones, propugnaron de un modo más o menos explícito el repudio de la deuda como única fórmula de conseguir la reconducción del proceso económico. Y que esta idea, aunque parezca disparatada, es defendida en sus versiones más moderadas por una línea de pensamiento afincada en la Comisión Económica para América Latina.Al margen de las diferencias que siete años de dictadura militar han dado a este país en relación a sus vecinos, Argentina es hoy, sin lugar a dudas, el ejemplo más crítico de la situación política y económica que vive el continente americano, por no extender el ejemplo al resto del Tercer Mundo. Con unos recursos naturales suficientes (sin llegar a ser excedentarios en el case de la energía), Argentina acumula una deuda exterior del orden de los 39.000 millones de dólares (casi seis billones de pesetas), la mitad de la que tenía México hace un año y todavía muy por debajo de los 100.000 millones de dólares (alrededor de 15 billones de pesetas) que debe tener Brasil en estos momentos.

Contrariamente a estos dos países, donde los intereses occidentales son firmes e irrenunciables -en gran parte por el elevado riesgo ya tomado por la banca privada y organismos internacionales-, la situación argentina plantea serias dudas sobre su propia capacidad para salir adelante. El sorprendente encarcelamiento del presidente del Banco Central argentino, justo a la vuelta de Washington, donde trataba de obtener una solución de urgencia a la crítica situáción de su país en el marco de la asamblea anual del Fondo Monetario Internacional, no es mas que un ejemplo más del colapso final de un régimen en el que las instancias que ahora gobiernan la nación tratan ridículamente de trasladar responsabilidades a los civiles que dentro de muy poco tendrán que manejar la herencia de una dictadura militar forjada en la represión de los más elementales derechos humanos.

Políticamente inestable y sin garantías de que la vuelta al poder civil se vaya a traducir en la necesaria disciplina económica que requiere la situación, es muy dudoso que las fórmulas ensayadas con relativo éxito en México y que ahora se pretenden aplicar a Brasil puedan ser viables en Argentina.

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México es un ejemplo del límite al que puede llegar el sistema financiero internacional para resolver sus propias contradicciones. Hace un año, el país azteca dejó de pagar sus servicios de deuda exterior, apenas dos meses antes del cambio,de Administración. Los esfuerzos realizados por el FMI y la banca privada para convencer al nuevo presidente mexicano de la necesidad de implantar un severo plan de austeridad parecen, un año después, haber dado sus frutos, aun a costa de limitar a un 50% los incrementos salariales y extender los sacrificios a casi todas las capas de la población, mientras la inflación prevista superará muy posiblemente el ciento por ciento. Algo similar se está ensayando en Brasil, pese a las reservas que ha presentado el Congreso de este país para evitar que la política económica brasileña se elabore en Washington.

Por el contrario, las fuerzas políticas argentinas que intentarán ensayar un proyecto democrático a partir del próximo año impulsan en estos días manifestaciones cívicas en las que el elemento de un fuerte incremento salarial no está ausente. De ahí las interrogantes sobre la disponibilidad del futuro Gobierno democrático para someterse a los planes de austeridad y disciplina económica exigidos por los acreedores de Argentina.

Y lo peor es que el caso argentino puede no ser más que la primera pieza del dominó de un proceso de suspensiones (le pagos permanentes en el resto de los países latinoamericanos. Algo similar puede ocurrir en Chile, donde el futuro político planea igualmente sobre una situación económica que se deteriora cada día que pasa el general Pinochet en el palacio de la Moneda. La deuda chilena ronda los 17.000 millones de dólares (más de dos billones y medio de pesetas) y sus servicios de deuda están sin atender desde enero de 1983. Si la banca comercial norteamericana, principal acreedora, no reclama sus créditos de la manera insistente con que lo ha hecho en Brasil, quizá sea porque no ve salidas solventes en el horizonte.

Venezuela debe, a su vez, 36.000 millones de dólares (casi cinco billones y medio de pesetas), y desde el mes de abril no ha hecho ningún pago de principal, y debe más de 600 millones de dólares (casi 100.000 millones de pesetas) en intereses. El Gobierno de Caracas, según algunas versiones, tiene el dinero suficiente, gracias a sus ingresos de petróleo, para pagar esta deuda, pero se sospecha que intenta sacar provecho de la situación global en el continente. El problema básico de Venezuela es que debe pagar 18.000 millones de dólares (casi tres billones de pesetas) en sólo 22 meses, deuda que es comparativamente mucho más importante que la de sus vecinos. En situación muy similar se encuentran otros países como Perú, que debe 11.500 (alrededor de 1,7 billones de pesetas) millones de dólares, o Ecuador, con una deuda de 6.500 millones de dólares (aproximadamente un billón de pesetas), pero con una capacidad de pago muy inferior. Uruguay y Bolivia se encuentran al final de esta larga cola que también incluye a varios países centroamericanos, con Costa Rica a la cabeza.

Si el remedio ensayado en México y Brasil se convierte en norma general, muchos se preguntarán si el continente latinoamericano no ha entrado efectivamente en un callejón sin salida mucho más profundo que el de hace un año. Y si la alternativa a la quiebra efectiva en que se encuentra la mayoría de estas naciones es la indigencia a la que se ha llegado en México, donde la pobreza ha sido una constante histórica, no puede descartarse una situación revolucionaria en potencia, de la que las víctimas podrían ser, al final, sus propios patrocinadores.

El presidente Reagan, centrado ya en el proceso electoral estadounidense, está desatendiendo lo que sucede al sur de sus fronteras, desoyendo incluso los consejos que dentro de su propio Gobierno y de los estamentos más responsables te le hacen para que se encuentren vías nuevas y alternativas viables a la situación económica, y por ende política, de Latinoamérica.

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