El olivo no es un cultivo social
Entre las grandes manchas del campo español, el olivar representa la segunda por su extensión, tras los cereales. Su máxima representación la ostentan las tierras andaluzas, en especial las bañadas por el río Guadalquivir -el río del aceite- (en todo Jaén se practica como monocultivo, mientras en Córdoba y Sevilla comparte con el cereal y el aceite de semillas, en especial de girasol, su reinato). De Andalucía p'arriba, la mancha se extiende por la parte sur de La Mancha y Extremadura, formando un conjunto homogéneo de atraso y conflictividad social; una extensísima zona de nuestra geografía, en Andalucía, Extremadura y La Mancha, donde se asocian los cuatro cultivos-mancha que venimos examinando: encinar, viñedo, olivar y cereal. El olivar se da en toda la España mediterránea y suratlántica, y así, tanto en Cataluña como en Aragón nos encontramos con núcleos olivareros de máxima calidad. En Cataluña, sobre todo en Tarragona, y en Aragón, en Teruel, con sus afamados aceites de Alcañiz y Caspe. Pero en la mancha castellano-aragonesa el olivar es un recurso más, no un monocultivo, y, por otra parte, amén de ocupar superficies incomparablemente menores, éstas se reparten en parcelas pequeñas o medianas y jamás en extensos latifundios, que allí son inexistentes.No es que en sí, digamos, el olivar sea el árbol del mal; lo convierte en tal su sistema de explotación y la estructura de la propiedad en la que se ubica. ¿Por qué en Aragón o en Cataluña jamás se han dado conflictos sociales generados por el olivar y sí en Andalucía, en Extremadura y en el sur manchego? Por la simple razón de que en las regiones aragonesa y catalana su explotación no se hace a base de mano de obra jornalera, sin tierras propias. No existe el proletariado campesino, sino el pequeño o mediano propietario, y aun cuando existan pequeños núcleos jornaleros éstos encuentran en la misma tierra una diversidad de cultivos que les permite trabajar toda la temporada.
Las agitaciones campesinas en el campo andaluz son las más antiguas de España... y las más sangrientas. Para un historiador tan acreditado como Edward Malefakis, la situación de hambruna permanente del jornalero andaluz fue una de las primeras causas desencadenantes de nuestra última guerra civil. Como dijo otro historiador español, Vicens Vives: "En el origen del anarquismo está la ciega incomprensión de una sociedad que considera los problemas del trabajo como simples cuestiones de orden público. Y los problemas de trabajo en Andalucía no son más que resultado de una desigualdad que ni se debe admitir ni debe continuar más.
De nuevo, el paro y las hambrunas han vuelto a poner sobre el tapete, dadas las cotas insostenibles a las que se ha llegado, las ocupaciones de tierras, las huelgas de hambre, las protestas que pueden derivar en nuevas agitaciones campesinas. La consecuencia de las estructuras de la propiedad y de estos cultivos explotados en régimen extensivo y de monocultivo es el paro, que genera penurias, tensiones y hasta violencias. "La cuestión agraria", dice el profesor Bernal, "está recuperando su protagonismo histórico. La ayuda al paro es vergonzosa. Por otra parte, el paro -derivado de las estructuras sociales y de la propiedad de la tierra- se ha tratado y sigue tratando como si fuera algo coyuntural o técnico, cuando es estructural y epidémico".
Hombres sin tierras
Recientes estudios han demostrado que tanto en Andalucía como en Extremadura la propiedad de la tierra sigue concentrándose, lejos de tender a su atenuamiento o más justo reparto. Hoy, el 80% de los campesinos andaluces son braceros sin tierras, y sólo el 2% de los propietarios acapara el 50% de la tierra andaluza. Es la tierra de los hombres sin tierras.
Se proclama por los propietarios que el cultivo del olivar (como también se dice del viñedo) es un cultivo social porque da origen a varios millones de jornales/año. El engaño es demasiado evidente. Basta con dividir esos millones de salarios anuales por el número de personas que intervienen en su recolección o laboreo. El resultado es que esos jornales no equivalen ni a 90 días por persona/año. No hace falta extenderse excesivamente sobre este pormenor. Basta simplemente con leer las noticias de estos mismos días sobre el paro y las huelgas para saber sin duda alguna que no puede denominarse cultivo social a aquel que genera paros estacionales obligados.
La rama del olivo no es, en tierras donde se cultiva en régimen extensivo y latifundista, símbolo de paz social, sino de guerra, y casi -o sin casi, por desgracia- de guerra de clases del más rancio sabor marxista. Porque aquí sí que el marxismo de principios de siglo encuentra campo abonado para su demostración. Para Andalucía, ayer es hoy... todavía.
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