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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los vertidos

UNA JORNADA internacional de protesta contra los vertidos radiactivos movilizó ayer en varias capitales europeas -y especialmente en España, donde la relativa proximidad de la fosa atlántica a las costas gallegas preocupa muy especialmente- a elementos sensibles de la sociedad, y produjo algunas protestas políticas más académicas que eficaces. Lo que se llama expresiones de preocupación. El problema sigue en pie, y tiene un alcance mucho mayor que el de este hecho circunstancial. Las centrales de energía nuclear se multiplican en el mundo, pese a otras protestas, y el más estricto realismo hace pensar que es un camino tan irreversible como el de la industrialización, la tecnología y la electrónica: lo que es absolutamente exigible en todos los casos es una investigación continua y permanente de las condiciones de seguridad y unas vigilancias de todas las instancias de autoridad, para que nociones de beneficio o de explotación no afecten a la seguridad de las zonas donde se encuentran y de las colectividades generales.El problema de los residuos radiactivos entra de lleno en esa cuestión. Los empaquetamientos emplomados presentan unas garantías que pueden parecer válidas a quienes los realizan hoy, pero se desconoce cuál puede ser su comportamiento en un futuro más o menos largo. Son soluciones para las que no se tiene ninguna experiencia, o es tan corta -por reciente- que no tiene validez. Estamos confiados a la teoría. Cualquiera de las formas que se sugieren para los depósitos radiactivos sobrantes deja amplio lugar a la inquietud. La propuesta de algunos científicos de colocar los paquetes en órbita espacial escalofría a una conciencia popular que no puede ver de ninguna manera un futuro en el que la tierra estuviera circundada por estas amenazas volantes. Enterrarlos a gran profundidad, como ya se realiza en algunos países y parece que entre ellos la Unión Soviética, no tranquiliza. Y el vertido en los mares está haciendo pensar que en algún momento podrán estar los continentes bañados de radiactividad. Aparte de ese problema general, está ahora la circunstancia local de si la fosa atlántica donde el barco especializado británico Atlantic Fisher comenzó su vertido es un lugar adecuado, y si existe un cierto desprecio que desborda todas las nociones de derecho marítimo y aguas territoriales, puesto que los límites de millas marítimas son insignificantes ante la extensión del riesgo posible.

No hay que perder de vista que mientras se discute el riesgo de los átomos productivos la gran angustia del mundo está situada en el inmenso rearme nuclear y en los arsenales dispuestos para destruir, si el cálculo técnico tuviera una realidad en la imaginación, diez veces la tierra entera; es decir, que son sistemas diseñados especialmente para dejar en libertad todos los efectos mortíferos de la radiactividad, y que cada día unas ramas de la ciencia agudizan la capacidad de transporte y destrucción de esas armas. La preocupación por la radiactividad o los incidentes de la energía nuclear es lícita y urgente, pero no debe transportarse a ella la conmoción y el pánico por las armas nucleares. Son dos luchas relacionadas, pero diferentes.

La lucha contra los vertidos radiactivos se enfrenta, por lo demás, con la perspectiva de que en tanto se saquen adelante otras fuentes alternativas de la energía, que no parecen hasta ahora suficientemente investigadas o desarrolladas, este mundo va a convivir con la energía nuclear. Por eso es absolutamente preciso aumentar las regulaciones ya existentes para que un país no eche hacia otro aquello que él mismo teme, hay que mejorar las medidas de seguridad, establecer controles y vigilar estrictamente a quienes ponen por encima sus intereses económicos sobre lo que puede ser, un bien ¿o un mal? comunes.

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