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Elecciones municipales y otras reflexiones

Aunque leo en los periódicos que las elecciones municipales van a tragarse unos 6.000 millones de pesetas, tengo la certeza de que los números reales van a sobrepasar, de muy lejos, esa cifra. De todas maneras, con tal baile de nombres y pesetas podemos presentarnos a los récords del Guinnes, pues de seguir así van a costar tanto nuestras elecciones como el intento de entrar en la Casa Blanca en los comicios estadounidenses.¿Cuánto hay que desembolsar para aspirar a instalarse en el Salón Oval de la avenida Pennsylvania, Washington DF? Los auditores del Washington Post son muy meticulosos -si no lo fueran no serían auditores- y, por tanto, sumaron cada dólar que invirtieron Ronald Reagan y Jimmy Carter en la última contienda electoral norteamericana: los banderines -costo por millar-, el alquiler de los aviones personales de los candidatos; -dólares la hora-, el precio de los botones para las solapas con I love Jimmy o I love Reagan. En resumen, entre ambos candidatos gastaron unos 100 millones de dólares. Otros auditores privados dijeron que la suma podía subir hasta 130 millones de dólares. Yo voy a quedarme con esta última cifra, que representa, al cambio actual, unos 18.000 millones de pesetas.En las elecciones de 1976, las inversiones publicitarias treparon a mayores alturas. Newsweek puso debajo de la lupa el gasto de los candidatos y mostró la escalofriante cifra de 400 millones de dólares, o sea, unos 54.000 millones de pesetas. La oscilación entre lo gastado en 1976 y 1980 se debe, en síntesis, a una ley electoral que prohibe a cualquier ciudadano o empresa norteamericana hacer donaciones a partidos políticos por encima de una cifra establecida. En otras palabras, existe un límite para las aportaciones. Ésa era la finalidad de la ley y, de acuerdo con el contraste de números, la ley se cumple.

En España creemos adivinar lo que invierten los partidos en cada campaña electoral. Lo que no se sabe a ciencia cierta es lo que gastan los candidatos importantes, los cabeza de lista, aquellos que se conocen como los número uno. En Estados Unidos, quizá por su mayoritaria condición de protestantes, las cifras que gastan los presidenciables las sabe todo el mundo, incluido el fisco.

Del trío que en 1980 aspiraba a regir los destirios de Norteamérica -y, por tarito, del mundo-, Ronald Reagan fue quien más invirtió en su campaña personal, unos 750 millones de pesetas. Si se tiene en cuenta que ningún partido puede sobrepasar la cifra de 29 millones de dólares destinados a publicidad política, ¿cómo se explican los gastos?

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En EE UU, cuando un partido político llega a los 29 millones de dólares, tope que marca la ley, se pone en marcha otro mecanismo que sirve, igualmente, para promover al candidato. Uno de los clásicos recursos es ir a golpear la puerta de los sindicatos, que invierten por ideología, simpatía o capricho. En la campaña de 1976 los sindicatos aportaron unos 138 millones de pesetas, lo que provocó un escándalo en California, sede del gobernador Reagan. Pero cuando éste se presentó en 1980, los sindicatos volcaron sobre el tesoro republicano cuatro veces esa cifra.

Que la televisión juega un papel importante en las elecciones, creo que no es preciso decirlo. En Estados Unidos, con sus miles de canales subsidiarios de las grandes corporaciones, la televisión es el primer punto a discutir cuando se hacen los planes de actuación de los candidatos. Es entonces cuando aparecen oradores que no se oponen a los candidatos, pero que dan sus puntos de vista sobre ellos para que luego el electorado determi-

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ne con quién quedarse. Junto a estos oradores no políticos -ministros de las iglesias, deportistas, amas de casa, obreros, estudiantes- aparecen también espontáneos que piden el voto para un determinado candidato. Sumando los imparciales y los que juran que su candidato es un enviado de¡ cielo, en 1980 se manejaron cifras que subieron por encima de los 120 millones de dólares, inversión que, no sé si vale la pena decirlo, no se contabiliza como gasto de campaña de los candidatos.

El Ministerio del Interior ha prometido darnos el resultado de las elecciones del 8 de mayo a las tres horas de haberse cerrado los comicios. Aquí, lamentó decirlo, comparativamente con EE UU, estamos en la edad de piedra.

La máquina se llama Votomatic e hizo su debut en 1976. Por si alguien está interesado en adquirir tan sofisticado aparato, diré que lo fabrica Computer Election Systems, y su sede está en Berkeley, California. Dentro de su impresionante complejidad, el funcionamiento del Votomatic es sencillo. A diferencia de los demás sistemas de recuento de votos, el invento de la Computer se basa en las tarjetas punzadas, las cuales alimentan una computadora central. Cuando la última tarjeta llega a la computadora madre, ésta da el resultado definitivo. ¿Cómo es posible tal prontitud en conocer los resultados de una contienda electoral en un país como EE UU, con Estados distantes unos de otros miles y miles de kilómetros? Muy sencillo: el proceso de la Votomatic funciona a razón de 24.000 tarjetas por segundo.En España todavía existe la creencia de que determinados sectores de la sociedad no tienen que hacer política, y pongo esas dos palabras en cursiva porque todavía no sé bien qué es eso. Yo suelo decir que la política no se hace, pero, en fin, dejemos las cosas como están y hagamos la pregunta: ¿Por qué los actores -los menciono a ellos porque es allí donde tengo muchos de mis mejores amigos-, por qué los actores, insisto, no tienen que vivir la política? Se me dirá que sí, que hay algunos que la practican, la viven, la sufren y hasta, de cuando en vez, reciben de ella un efusivo agradecimiento, nunca una real compensación. Sí me he referido a los actores es, también, porque da la casualidad de que un ex actor está sentado en la Casa Blanca, porque los actores en EE UU hacen política de la mañana a la noche -son sindicalistas, están agremiados en serio y también porque un hombre como Paul Newman dio en la diana a la hora de explicar esta cuestión.

Paul Newman siempre militó en las filas demócratas, hasta que en las elecciones de 1980 se pasó al bando de John Anderson, ese atildado profesor del cual se decía: "lástima que no vaya a ganar". Bien Newnian se planteó él problema y llegó a la conclusión de que él, como actor, podía darle a Anderson algo más que un montón de dólares: "Alguna gente, en este país, tiene la extraña idea de que los actores no deben meterse en política, lo cual es absurdo. Somos ciudadanos como los demás - y a veces también nos ponemos a pensar qué es lo que ocurre más allá de las salas de filmación. Al apoyar a John Anderson no estoy simplemente metiendo la mano en mi cartera para darle algunos dólares; también quiero convencer a muchos indecisos de que su candidatura es la mejor opción en este -momento". Frank Sinatra fue más parco refiriéndose a Ronald Reagan: "Me gusta el hombre, me gusta cómo piensa, me gusta lo que dice. Es claro y directo y es el único candidato al que entiendo cuando habla". Y a mí me gusta Sinatra, pero cuando canta.

En esta danza de pesetas gastadas en publicidad electoral existen, como para todos los cargos en esta vida, candidatos poderosos, candidatos que tienen un límite reducido y candidatos rematadamente pobres. Ni unos ni otros tienen que preocuparse mucho a la hora de hacer las cuentas de estas elecciones municipales. Ninguno tiene que llorar o rasgarse las vestiduras, pues todos terminarán endeudados. Pero con algunos, con los más serviles, la banca tendrá mala memoria y buena voluntad.

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