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Las responsabilidades del caos financiero internacional / 1

Todo empieza en la década de los años sesenta. Los países en vías de desarrollo sienten la necesidad de salir de la deprimida situación en que se encuentran. De la misma manera que ante un mercado receptivo el empresario moderniza y amplía sus instalaciones recurriendo al crédito que reembolsará a medio plazo con los beneficios suplementarios que el nuevo progreso de su empresa le producirá, de la misma forma los países en vías de desarrollo, al no disponer de suficientes recursos en su propio país para poner en marcha el despegue, acuden el endeudamiento exterior con el fin de financiar el desarrollo de su infraestructura, de abrir nuevas carreteras y ferrocarriles, de hacer puertos, de crear centrales hidroeléctricas, de modernizar sus procesos productivos, etcétera. Este es el cauce normal para el desarrollo: con mejores infraestructuras, los países aumentan sus posibilidades de obtener excedentes en las balanzas comerciales y de cuenta corriente, y con esos excedentes ir reembolsando los créditos.Por otro lado, el euromercado de divisas -como principal suministrador de recursos crediticios internacionales- en la década de los setenta, con el flujo de los petrodólares de la OPEP, ve crecer su liquidez y con ella la necesidad de buscar nuevos mercados donde colocar los excedentes. Se valoran los riesgos de países dentro de la buena técnica bancaria, pero la gran liquidez hace que se llegue a prestar con relativa facilidad. Los primeros en lanzarse son los grandes grupos bancarios internacionales: los grandes bancos americanos, alemanes, ingleses, japoneses y franceses. Las buenas perspectivas y los buenos márgenes de las operaciones anima también a otros bancos. Así entran en el mercado internacional bancos regionales americanos -antes ajenos a este tipo de operaciones- y bancos de otros países, menos preparados, pero que van de la mano de la información y la tecnología de los grandes. De esta forma se alcanzan cifras muy elevadas de créditos sindicados a países y empresas públicas y privadas de países en vías de desarrollo que, animados por las facilidades, se endeudan irresponsablemente.

La crisis del petróleo

La primera crisis de los precios de los crudos de 1973-1974, que produjo graves desequilibrios de índole diversa en los mercados del mundo, ve agudizados sus efectos en 1979. Como consecuencia de ello, los países industrializados se ven inmersos en una inflación y un paro crecientes. Para combatirlos, se toman las medidas de política económica que se consideran necesarias. Así da comienzo una severa recesión; el producto de los países ricos deja de crecer, el comercio mundial -cuyo volumen venía aumentando históricamente de manera sensible- se estanca, reaparecen las guerras comerciales y el proteccionismo.

Ese estancamiento del comercio mundial y la consecuente aparición de barreras proteccionistas, veladas o a las claras, hacen que mercados normalmente receptivos para los productos de los países en desarrollo se vayan cerrando. Para agravar las cosas se produce la natural caída de los precios de las materias primas. El cobre, el azúcar, el café, etcétera, ven sus cotizaciones caer a niveles impensables y dramáticos para los países que los producen. No sólo la exportación de los países en desarrollo se reduce en toneladas, sino que el volumen de las divisas producidas es menor, con el consecuente efecto desastroso en las balanzas exteriores, cuyos excedentes son tan necesarios para producir los recursos con que hacer frente al servicio de la deuda.

Al mismo tiempo, esas medidas de política económica de los países industrializados, especialmente de Estados Unidos, conllevan el alza de los tipos de interés, y esos tipos de interés atraen inversiones que producen la fortaleza del dólar. El efecto de estos hechos es dramático para los países endeudados en el exterior. Por un lado se encarece el coste, en moneda local, del reembolso de los préstamos. Para comprender bien el problema veamos el caso de España, donde una empresa, cuya cuenta de resultados se expresa naturalmente en pesetas, que tomara un préstamo de un millón de dólares en diciembre de 1979, por el que recibió 66 millones de pesetas, tendría que pagar hoy el doble -128 millones de pesetas- para reembolsar ese mismo millón de dólares tres años más tarde. Por otro lado, en ese mismo período el tipo de interés del eurodólar se ha mantenido por encima del 17% al año.

Tensiones financieras

El irracional y lamentable episodio de la guerra de las Malvinas puede ser como la gota de agua que hace rebosar el recipiente de las tensiones financieras internacionales. Decae el comercio en la zona, se bloquean cuentas, se disparan los gastos no productivos y faltan disponibilidades para pagar los intereses vencidos. Argentina se queda en la cuneta. México y otros países latinoamericanos corren en busca de recursos, endeudándose a corto plazo de manera irresponsable. La banca internacional, actuando de manera inmediatista y poco técnica, sigue prestando sin valorar de forma adecuada la nueva situación que se ha creado.

De pronto, la banca internacional cae en la realidad. Primero aparece la desconfianza, luego el pánico y como consecuencia de ello el crédito se retrae y se van secando las fuentes de nuevos préstamos a algunos de estos países en vías de desarrollo. Si a un empresario, de repente, se le cierra el crédito y se le pide además que reembolse lo que debe a su vencimiento, probablemente acabará en la suspensión de pagos. Si se trata de un caso aislado, el tema puede acabar en sólo eso, pero si la actitud de la banca se extiende a un gran número de prestatarios, serán todos los que suspendan pagos y con ellos, probablemente, lo hará el propio prestamista. Esto mismo podría ocurrir con los países latinoamericanos y el sistema bancario internacional.

Agobiado por las dificultades, a finales de agosto México pide una moratoria y anuncia que renegociará su deuda exterior. Cuba, abandonada de cierta forma por Rusia, que le compraba el azúcar a un precio siete veces superior al de mercado y que le vendía el petróleo a la mitad del precio de la OPEP, pide la renegociación de su deuda exterior con la banca occidental por una cifra que representa la cuarta parte de su deuda total externa. Venezuela hace los primeros amagos de reordenación de sus cuentas exteriores y advierte de sus dificultades para pagar los vencimientos de diciembre. Chile insinúa, a través de su superministro económico en gira internacional, los efectos negativos que sobre sus cuentas externas están teniendo las medidas financieras internacionales. Brasil, de cara a sus compromisos de 1983, se acerca al BPI de Basilea, al FMI de Washington y a sus banqueros para estudiar con tiempo las medidas que eviten tener que renegociar su deuda como consecuencia de las alteraciones habidas en los mercados en los últimos cuatro meses.

Algo parecido a la conocida fábula de La Fontaine de La cigarra y la hormiga ha ocurrido del lado de los prestatarios latinoamericanos. Mientras algunos países-hormiga, como Brasil, actuaban con austeridad y destinaban en gran parte los recursos obtenidos siempre a largo plazo, para financiar su desarrollo, haciendo inversiones productivas, como la hidroeléctrica de Itaipú, como el programa de sustitución de petróleo, como los programas de desarrollo de alimentos agrícolas -es el segundo productor de soja, importantísima proteína vegetal-, mientras eso sucedía en Brasil, digo, en otros países se recurría a eso que llamé crédito fácil, especialmente a través de operaciones a corto plazo y para atender más bien a gastos suntuarios demagógicos y descontrolados, sin ningún criterio moderno de control y seguimiento de la deuda. En algunos casos, a la evidente mala gestión se añadieron graves hechos de deshonestidad y corrupción administrativa. Estos países-cigarra se habían emborrachado con el espejismo del petróleo y pensaron que las condiciones que caracterizaron el período entre 1973 y 1981 iban a perdurar indefinidamente. No fue así.

Giorgio Stecher es economista, actuario de seguros y banquero.

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