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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Maratón papal

Tanto los responsables de la Iglesia como del resto de la sociedad española debemos tomar nota, si es que queremos ser realistas, partir de datos objetivos y respetar al pueblo cuando decide y opta, lo mismo ante las urnas con el voto que por las calles con su aplauso. Si no todo es idéntico, tampoco es tan distinto; y si no estaban todos, sí estaba una gran parte.Después, el celebrante: actor -no histrión- perfecto, celebrante modelo, sensible y fuerte, activo y reposado; instrumento total al servicio de la expresión sacramental y corporal de la fe, y el sentimiento religioso, rico y variado de matices en la palabra y en el gesto. Junto a este gran valor celebrativo de Juan Pablo II, que conecta perfectamente con las masas y les hace vibrar y palpar el misterio, encuentro alguna discrepancia en detalles aislados, que me parecen arcaizantes y, además, más simbólicos de una eclesiología piramidal que fraternal, más sacralizadores que sagrados, como es el recibir sentado las ofrendas mientras los oferentes se mantienen humildemente arrodillados a sus pies; comunión en la boca; convertir la simple indicación después de la consagración en una mostración solemne, que en ese momento no parece ha lugar, etcétera.

Es mucho más complejo y difícil de juzgar el mensaje del Papa en estos días; no sólo por el enorme número de sus discursos y homilías, sino porque, además, se advierte la intención deliberada de repartir diversos temas en diversos momentos, formando un todo, un mensaje global, complementario e interrelacionado. Por eso, es necesario releer el conjunto como un único texto, buscando el esqueleto, las junturas, los acentos; distinguiendo lo sustancial de lo accidental, lo indiscutible de lo opinable, lo indispensable de lo potestativo. ¿Cómo hacer al Papa el agravio de creer que en su discurso a las religiosas da la misma importancia a la vida de oración o de comunidad que al hábito externo? ¿Cómo no darse cuenta de que si en la homilía a las familias cristianas, en Madrid, o en la de los nuevos sacerdotes, en Valencia, apenas insistía en el compromiso cristiano y, en la lucha por la justicia es porque estos temas los iba a tocar ampliamente en sus discursos a los trabajadores en Barcelona, Guadalupe o Galicia? ¿Y cómo va a pretender el Papa atribuir la misma certeza e imponer la misma uniformidad en temas como, el aborto, o el divorcio para los casados por la Iglesia católica, que a otros más discutibles como la posibilidad de que exista en la sociedad una legislación divorcista para no católicos, o sobre la escuela confesional, etcétera?

Es posible, inclusive, que sobre algunos de estos matices -importantes, sin duda, pero no sustanciales, ni evidentes, ni obligatorios- el Papa tenga sus preferencias, las cuales, sin embargo, ni puede ni quiere imponer a todos en la Iglesia, como podría ser el caso del discurso sobre Europa, en Santiago, donde parece traslucirse la concepción de que el cristianismo es necesariamente el alma de la cultura europea, y Europa, el alma del mundo. fin estos casos, como en otros, conviene recordar la frase de san Agustín que el mismo Juan Pablo II nos recordó en la Castellana: "In necessariis, unitas; in dubiis, libertas, et in omnibus, caritas" -"Unidad, en lo necesario; libertad, en lo discutible, y caridad, en todo".

Por eso, habrá que andar con mucho tiento a la hora de querer aplicar a nuestra Iglesia espaflola los frutos de este viaje, histórico sin duda. Debemos evitar la tentacíón de una nueva cruzada religiosa o el sueño de un nuevo nacionalcatolicismo, creyendo que lo que ha sido una ocasión única e irrepetible podemos convertirlo en norma y en estilo de una Iglesia que quiera imponerse ostentosamente por las calles, los medios de comunicación social y en la opinión pública. Aparte de no ser el modelo del Nuevo Testamento ni de la Iglesia servidora y discreta que nos redescubrió el Concilio, sería un grave daño, tanto para la Iglesia como para la sociedad en su conjunto, haciéndonos volver a las viejas divisiones fratricidas, las tristes dos Españas, bastante superadas hoy -según parece- por el civismo de esos días que van desde el 28 de octubre hasta el 9 de noviembre.

Catalizador intraeclesial

Respecto al interior de nuestra Iglesia, creemos que el Papa nos ha servido de admirable catalizador intraeclesial; que nos ha reunido no sólo con él, sino también entre nosotros, en una inmensa asamblea de oración y de celebración, dándonos nuevos alientos y nuevas fuerzas para continuar nuestra tarea eclesial y pastoral. Pero sería una injusticia, además de un grave error de planteamiento, creer o hacer creer que partimos de cero y que hemos descubierto el Mediterráneo. No hay aspecto doctrinal o pastoral de los tratados estos días por el Papa que no sea conocido por el Concilio, los sínodos, las conferencias episcopales, los teólogos, las revistas, etcétera, y, por supuesto, mil y mil veces comentado por los mismos papas. Y respecto a la experiencia pastoral, la Iglesia española en su conjunto lleva ya varios años empeñada en la renovación y en la aplicación de todos los aspectos prácticos recordados por Juan Pablo II en estos días, con más o menos acierto, siempre con necesidad de evaluación y de revisión y con necesidad de mayor entrega, generosidad y perseverancia. El Papa sabe todo esto muy bien, especialmente por la información de primera mano recibida por los obispos que han realizado recientemente la visita ad limina, y en sus discursos da todo ello por supuesto. Pero conviene recordarlo no por él, sino por nosotros, siempre proclives al balanceo entre el triunfalismo y el pesimismo; por los profetas de calamidades, que nunca faltan, y también por los nostálgicos involucionistas, que desearían desandar lo andado -mal, según ellos- y empalmar con lo que llaman la Iglesia de siempre, aunque en realidad se refieran a formas externas que no tenían más de unos pocos siglos de vida.

El huracán Wojtyla no puede pretender -lo ha dicho expresamente en este viaje- volvernos hacia atrás, al primer Vaticano, sino empujar a nuestra Iglesia hacia el futuro, en el camino de la historia -la historia y el camino de la Iglesia y del mundo-, irreversible, irrepetible e inevitable. Seguiremos andando en este tramo que va desde el Vaticano II hasta el Vaticano III: es nuestra historia, nuestra tarea; e nuestra responsabilidad irrenunciable.

Alberto Iniesta es obispo auxiliar de Madrid.

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