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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El Rey y Felipe González

CASI AL MISMO tiempo que el Rey recibía en audiencia a Felipe González como próximo presidente del Gobiemo se hacían públicas las palabras de don Juan Carlos, en vísperas de las elecciones, a los líderes de los principales partídos. En ese discurso, el Rey prestó atención a tres cuestiones: sus funciones como Jefe del Estado, las amenazas terroristas y golpistas contra la democracia y la necesidad de que el período transitorio hasta la formación del nuevo Gobierno- transcurra con normalidad. Parece que sólo una petición -incomprensible a nuestro juicio- de la presidencia del Gobierno ha hecho mantener durante uná semana el embargo informativo sobre ese texto, tan ejemplar por su contenido como oportuno por las circunstancias en que fue pronunciado.En su mensaje del 27 de octubre, el Rey hizo suya la letra y el espíritu de la Constitución, que le define como símbolo de la unidad y la permanencia del Estado y como árbitro y moderador del funcionamiento de sus instituciones. La abrumadora mayoría de la población, que expresó en las urnas el pasado 28 de octubre sus profundas convicciones democráticas, sabe que estas palabras, pronunciadas como Rey de todos los españoles y como Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas", no pueden interpretarse en modo alguno como el deseo de "impartir directrices" que escapasen a las funciones constitucionales de don Juan Carlos. Antes por el contrario, el propio mensaje es un ejemplo de su voluntad de guardar y hacer guardar la Constitución. Pero nunca está de más que la minoría de desestabilizadores que suciamente especularon en su día con la Corona escuchen de nuevo la rotunda determinación del Rey de "mantenerme siempre dentro de la Constitución, con el mayor respeto a su espíritu y a sus preceptos y prestar todo mi apoyo a qtiienes sean designados por el pueblo como sus legítimos representantes".

Un segundo tema fue el desafío del terrorismo y del golpismo para la consolidación de la democracia. "Al terrorismo hay que oponerle, con decisión, toda la energía necesana para desarraigar una plaga intolerable" y para poner fin a la sangría constante y al sufrimiento que esa actividad criminal engendra. "Al involucionismo es preciso desactivarlo también decididamente, con prudencia y serenidad, sin consentir su permanencia y sin incitarlo a nuevas acciones". Es más de resaltar la claridad del Rey a propósito de la "nueva trama de golpe militar" proyectada para las vísperas de los comicios, indicando que esos hechos, aunque afecten tan sólo a un reducido número de miembros de las Fuerzas Armadas, "constituyen también un hecho inadmisible de alarma constante". El Rey también expresó su esperanza de que los conspiradores lleguen a convencerse de que "no puede la voluntad de una minoría imponerse por la violencia a los deseos mayoritarios de sus compatriotas". Palabras tanto más generosas cuanto que ¡a persona del Rey y la Corona se hallan en el centro del punto de mira de los golpistas.

Don Juan Carlos expuso, por último, a los líderes su preocupación por el período de tiempo que separa la celebración de los comicios y la constitución del Gobierno.

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Existe la posibilidad de que terroristas y golpistas "intenten producir, alteraciones" durante esa etapa. De otro lado, habrá que obviar los problemas derivados de una situación en la que se conoce el nombre del futuro presidente, pero sigue en funciones un poder ejecutivo transitorio. El Rey hace un llamamiento, al esfuerzo común y a la adopción de "miras mucho más elevadas que el interés personal o el de los grupos políticos, desde la independencia de criterios y sin que ello suponga fusión de los distintos pareceres". Digamos que algunos precipitados nombramientos de embajadores realizados en las semanas anteriores a las elecciones y medidas clientelistas de carácter parecido adoptadas en otros departamentos desde que la derrota de UCD pareció inevitable pueden servir como ejemplo negativo de lo que el Gobierno en funciones no debe en ningún caso hacer de aquí a comienzos de diciembre.

La audiencia concedida ayer por el Rey a Felipe González ilustra, por lo demás, el contenido de esas palabras pronunciadas una semana antes. El 28 de octubre entrará en los libros de historia como la fecha de ascenso al poder del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) a través de unas elecciones libres, celebradas en el marco de una Monarquía parlamentaria que ha garantizado la igualdad de oportunidades a todas las opciones, ha mantenido la más estricta neutralidad, en la competición entre partidos, ha asegurado el cumplimiento de las reglas del juego y ha respaldado enteramente al ganador. La victoria socialista, limpia y pacíficamente ganada en las urnas, disminuye las posibilidades de que la terrible metáfora de las dos Españas pueda seguir helando el corazón de nuestros hijos. El acceso al poder está abierto a todos los ciudadanos, y el Estado no es el monopolio de una clase ni de una ideología. El triunfo del PSOE culmina el ambicioso proyecto histórico de la Corona, cimentado en el propósito de Juan Carlos I de ser rey de todos los españoles dentro de un sistema en el que los gobernantes son elegidos por el pueblo. La llegada al poder del PSOE y la designación de Felipe González como presidente del Gobierno clausurarán un período de incomprensión de casi un siglo entre la forma monárquica de Estado y la izquierda socialista y democrática.

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