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Tribuna
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El envite de unas elecciones

En los procesos políticos democráticos (debates parlamentarios, vida interna de los partidos, mensajes a trav és de los medios de comunicación social, etcétera), sin duda las elecciones ocupan el lugar más importante y el simbolismo más dramático. En unas elecciones generales, el ciudadano emite su juicio sobre la labor de sus gobernantes, e insiste a los que merezcan mejor su confianza; opta por un modelo de sociedad, un programa de gobierno y de administración, y hasta por un estilo o talante para ejecutarlo.El envite es siempre muy serio, pero, obviamente, en unas ocasiones aún más que en otras. Las próximas elecciones se sitúan en medio de una transición política no rematada; en el contexto de rumores y manipulaciones sobre el grado de estabilidad de las instituciones; atravesando una delicada crisis económica y social, y, en definitiva, en circunstancias llenas de dificultad y gravedad.

La primera conclusión que cabe deducir de todo ello es que no es aceptable la abstención. Hay que enterarse, hay que buscar el voto de los afines, hay que facilitarlo por todos los medios, hay que defenderlo, como interventor o apoderado en las urnas; hay que pagar religiosamente la cuota de ciudadanía. Cuando se delibera sobre el ser de España; sobre la conservación de sus mejores tradiciones; sobre la más perfecta unión de los españoles, preservando la unidad esencial de la nación; sobre la consolidación de un modelo de autonomías que, recogiendo y representando la rica variedad de. nuestras regiones, evite nuevos centralismos, agilice y abarate la Administración y haga imposible toda discriminación o insolidaridad entre los españoles. Cuando está en discusión, no el principio de libertades o de igualdad básica, pero sí su interpretación; porque muchos rechazamos la idea libertaria de libertades absolutas e insolidaridades, mientras defendemos el concepto de libertades dentro de la ley y amparadas por el juez, dentro de un Estado de derecho, en el cual la libertad de uno se convierte en abuso cuando choca con las libertades legítimas de los demás. Y lo mismo respecto de la igualdad para nosotros e igualdad ante Dios y ante los hombres, basada en el personalismo cristiano; es igualdad ante la ley, sin privilegios para nadie; es igualdad de oportunidades, a través de la escuela y la cultura popular; no una falsa igualdad, por abajo, basada en el resentimiento y en la envidia, que destruye el estímulo para que la sociedad tenga una sana competencia por el mérito, por la obra bien hecha, por el mejor servicio al público y por los correspondientes reconocimientos de la sociedad. Es la más falsa de las igualdades el tratar igual cosas desiguales: al que estudia y al que no estudia; al que trabaja y al que no trabaja; al que se esfuerza y al que se niega a colaborar con la sociedad.

Cuando se discuten (y es tal vez lo más importante) las grandes instituciones, que son los cimientos, los pilares y las vigas de la sociedad: la familia, la escuela, las carreras básicas (civiles y militares), la empresa. Cuando se intenta cambiar el modelo económico y social, haciendo crecer disparatadamente el sector público; es decir, el gasto público, la burocracia, los impuestos y el déficit. Cuando se pretende volver a España al mismo aislamiento internacional que antes se lamentó. Cuando todo esto y más está en discusión y en litigio, nadie se puede quedar en casa. Hay que votar, responsabiemente y en conciencia, Hay también que votar eficazmente. El que desee el experimento colectivista del socialismo, que lo pruebe; el que no lo desee, que evite el colaborar directa o indirectamenté con él. Hoy ya se sabe perfectamente quiénes juegan, frívolamente, a apoyar la posibilidad de un Gobierno socialista, o a distraer votos (pocos, pero decisivos) a la unica fuerza que presenta y puede hacer posible una alternativa liberal-conservadora.

Ese, y no otro, es el envite de las próximas elecciones. Su resultado es de consecuencias incalculables. Y, a pesar de todas las manipulaciones que se intentan de la opinión pública, un hecho es cierto: la palabra la tiene, libre y decisivamente, el cuerpo electoral, el próximo 28 de octubre. Si vota, Y Sí vota lo que realmente piensa y quiere la mayoría natural de los españoles, no habrá en España un Gobierno socialista.

Lo que habrá es una clarificacion del sistema de las fuerzas políticas; ¡un consiguiente asentamiento y estabilidad del sistema constitucional y democrático; una vigorización del Estado y de todos sus órganos; un restablecirniento de la autoridad y de la confianza; una decisiva reanimación de la inversión y de la creación de puestos de trabajo. Para lograrlo hay que hacer algo tan sencillo y tan lógico como votar a Alianza Popular y a sus coaligados, en las urnas abiertas el 28 de octubre.

Manuel Fraga Iribarne es presidente de Alianza Popular.

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