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El aplazamiento del viaje del Papa

Lo que confundió Calvo Sotelo lo ha arreglado Dios, a través de su vicario en la Tierra. Nos referimos al viaje del Papa a España, previsto desde principios del verano para los días comprendidos entre el 14 y el 22 de octubre, en fechas que, por disposición de Calvo Sotelo, estarán plenamente dedicadas a la camparla electoral. Informado por su nuncio en Madrid y por el presidente de la Conferencia Episcopal Española, el Papa ha decidido un prudente aplazamiento: desde el 31 de octubre o 1° de noviembre hasta el día 9 de este último mes. Lo justo para que las elecciones hayan pasado ya y lo suficiente para que el Gobierno que salga de los comicios no esté constituido aún.El Papa hila muy delgado, pero los españoles también: recibido por un presidente socialista del Gobierno podía sentirse incomodado un sector de la feligresía católica; acogido por algún representante de la llamada mayoría natural, si tal protagonismo permiten los resultados electorales y los pactos, la progresía católica podía interpretar la visita como una bendición papal a la nueva situación. Al decidir las fechas, el Papa elude compromisos de cualquier signo y el viaje mantiene, sin contaminación política alguna, su carácter pastoral.

El viaje a España se lleva a cabo, sin que permita ninguna manipulación ni interpretación torcida de sus intenciones. Sólo desde una visión sectaria podía creerse que las expresiones manifestadas sobre la inoportunidad de la visita en las fechas previstas ocultaban la oposición inconfesada al viaje. Si así se tergiversaban ahora las opiniones de sectores que sólo expresaban su disconformidad con la coincidencia de fechas -una coincidencia de la que sólo hay que responsabilizar a Calvo Sotelo- imaginemos la manipulación que podía hacerse de las palabras del Papa en plena campaña electoral. Sólo desde la insensatez, desde los sectores que históricamente se han manifestado más papistas que el mismo Papa, podían considerarse inalterables las previsiones del viaje. Un viaje que, en las condiciones anunciadas, en nada hubiese beneficiado a la Iglesia y a su primer representante en un país en que han estado históricamente confundidas las cuestiones de la Iglesia y las del Estado. La serena reflexión de los obispos durante el pasado fin de semana, ha dado paso a esta solución, satisfactoria para todos. La primera visita de un Papa a España era demasiado importante para verse mezclada con las cosas del César.

8 de septiembre.

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