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Reportaje:

La herencia de un tal Behn

El nacimiento de la Compañía Telefónica Nacional de España está ligado al de la poderosa International Telephone and Telegraph (ITT). Son sesenta años de poder al margen del poder

Un tal Behn, que se hace llamar coronel y viene acompañado de varios colaboradores, llegó a Madrid pocos meses después del golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera. El dictador, que prohibió los piropos callejeros, había convocado un concurso internacional para unificar la red de teléfonos en España, y Sosthenes, Behn, aventurero norteamericano, acudió, como acuden las moscas a la miel, en busca de la concesión administrativa. Con un castellano fluido, aprendido en sus años de traficante de azúcar en Puerto Rico, el coronel Behn se instala en uno de los mejores hoteles de la capital, el hotel Ritz, desde donde monta la operación de conquista de la concesión.Sosthenes Behn, que había entrado en el negocio de la telecomunicación de forma fortuita (adquirió una pequeña compañía de teléfonos en Puerto Rico como pago de una deuda), se alistó en el Ejército de Estados Unidos durante la primera guerra mundial. De esta corta etapa militar procede su título de coronel, que jamás abandonaría, y buena parte de sus importantes relaciones con los poderes de Washington y Wall Street.

Decidido a conquistar el mundo, al concluir la guerra funda la compañía International Telephone and Telegraph (IIT). La compañía es poco más que una escritura y un domicilio social, pero sus siglas (remedo de la todopoderosa ATT, la American Telephone and Telegraph, que controla el mercado de las comunicaciones en Estados Unidos) hablan ya de los delirios de grandeza de este coronel recién licenciado.

Ante la imposibilidad de acceder al mercado interior norteamericano, Sosthenes Behn pone sus ojos en Europa, y con sus siglas ITT, que poco o nada eran en aquel entonces, pide habitaciones en el Ritz madrileño. El cliente americano hace gala de un dinero que no le sobra, prodiga banquetes, invitaciones y buenas propinas, y en pocas semanas traba buenas relaciones con el funcionariado más influyente, con la oligarquía financiera local, con la aristocracia y con el Gobierno.

Tal es su ostentación, que el Madrid de las habladurías comienza a propagar que una gran caja, que siempre lleva consigo el americano, está llena de oro para premiar a quien le ayude. En realidad, según testimonio posterior de un alto directivo de ITT (Maurice Deloraine, Jeunesse des Télécommunications et de l'ITT), en la citada caja hay permanentemente un humilde queso manchego; pero Behn deja, complacido, que corra por la villa y corte la falacia del oro.

Con estas armas y el trabajo denonado de sus colaboradores, el coronel Behn logra la concesión de explotación, en régimen de monopolio, del servicio telefónico en España. Y lo logra sin contar con un respaldo tecnológico suficiente y careciendo del más mínimo taller de fabricación de equipos telefónicos. El discreto encanto americano de Sosthenes Behn ("general, no me sea pendejo") deja en la estacada del concurso a dos firmas de solera y renombre: Siemens y Ericsson.

Maurice Deloraine, en el libro citado, señala como colaboradores españoles del coronel Behn, en la operación para conseguir la concesión del monopolio, a Pedro Peres Sánchez, miembro de la dirección de Correos y Telégrafos; a Gumersindo Rico, secretario general del citado organismo, y al ingeniero Luis Alcaraz. El duque de Alba, uno de los mayores accionistas del Banco de España (entonces privado) y uno de los primeros entre los terratenientes españoles, y el marqués de Urquijo, propietario de uno de los mayores bancos del país, facilitaron a Behn sus contactos con el rey Alfonso XIII y con el dictador Primo de Rivera. Sus nombres y sus intereses -Casa de Alba y Banco Urquijo- continúan todavía hoy ligados a los consejos de administración de Standard Eléctrica (filial de ITT en España) y de la Compañía Telefónica Nacional de España.

Sosthenes Behn está seguro de lo que quiere, y no duda, para conseguirlo, en repartir dinero o comprometer futuras participaciones en la explotación de la concesión. Juega fuerte y desconfía de todos.

El propio rey Alfonso XIII, en una de las audiencias que le concede, no duda en reprocharle este comportamiento -según cuenta Maurice Deloraine-: "Mientras hablamos, usted no ha dejado de mirar por esa ventana, desde la que se ve la entrada de palacio, para ver si llegan sus competidores y para espiar mis visitas". Behn debió poner cara de jugador de póker.

El caos telefónico existente en nuestro país, con múltiples concesiones y sistemas (en muchos casos sin posibilidad de conexión entre unos y otros), urgía la unificación. El 7 de marzo de 1924, la víspera del definitivo acuerdo entre el coronel Behn y Primo de Rivera, el mosaico de concesiones existentes en nuestro país -según recoge Juan Antonio Cabezas en su libro Cien años de teléfono en España- era el siguiente: de los 78.124 teléfonos instalados, el Estado venía a explotar el 28%.; las corporaciones locales, un 9%; empresas concesionarias importantes, entre las que figuraba la Compañía Peninsular de Teléfonos, el 33%. El otro 30% lo explotaban pequeños concesionarios particulares.

El terreno, a la vista de estos datos, está abonado, y las semillas cuidadosamente esparcidas por el coronel pronto dan frutos. Alfonso XIII, a propuesta del dictador, firma el 25 de agosto de 1924, en Santander (Gaceta, número 241, de 28 de agosto de 1924), un real decreto por el que se concede a ITT, a través de una compañía de nueva creación (la Compañía Telefónica Nacional de España), la explotación del servicio telefónico en España.

La Compañía Telefónica Nacional de España se constituye con un capital social de trescientos millones de pesetas (unos 45 millones de dólares al cambio de la época), de los que 115 millones son cubiertos por una suscripción de acciones privilegiadas y ordinarias. La Casa de Alba y el marqués de Urquijo, que se convirtió en el primerpresidente de la CTNE, adquieren, junto a otros representantes de la oligarquía española, buena parte de estas últimas acciones.

La oferta de Behn, sobre la que recayó la concesión, consiste, en sintesis, en fundar una compañía de servicios (la CTNE) y en instalar una fábrica de equipos electrónicos (la actual Standard Eléctrica, que se inaugura en 1926) para asegurar la fabricación de los equipos necesarios. El coronel, que no tenía ninguna fábrica en el mundo ni tecnología propia, tiene que comprar apresuradamente la Western Electric International (WEI) para cumplir sus compromisos. El contrato español, sin embargo, facilita a la ITT la captación de fondos necesarios para llevar adelante esta y otra serie de operaciones internacionales.

"Entre otras cláusulas leoninas del contrato entre el Gobierno y la Telefónica -escriben César Alonso Ríos y Peru Erroteta en un reciente libro sobre la ITT-, se incluía el monopolio de las comunicaciones de voz punto a punto, se utilicen o no las redes de la compañía. Aún hoy, hay que pagar un canon a la Telefónica por cualquier comunicación de voz bilateral; por ejemplo, las comunicaciones por radio en empresas de transporte o taxis, aunque no se utilicen en absoluto las redes o servicios de la Telefónica".

Advertencia del 'tío Sam' a la República

La duración de la concesión era ilimitada, pero con un derecho de rescate de la misma por parte del Estado, una vez transcurridos los primeros veinte años, siempre que el Gobierno advirtiera de su intención a la Compañía Telefónica con un preaviso de dos años.

Los años de la dictadura de Primo de Rivera fueron de una gran actividad para Telefónica, con importantísimas realizaciones y buenos resultados económicos. Un joven abogado hijo del dictador, José Antonio, el que ocho años después fundaría Falange Española, trabajó durante algunos meses en la asesoría jurídica de Telefónica. ITT, de forma paralela, se desarrollaba y crecía de forma imparable en el mundo, aunque en estos años la Telefónica continuaba siendo la obra predilecta de su presidente, el coronel Behn.

La llegada de la República, tras las elecciones del 14 de abril de 1931, y el abandono de España de Alfonso XIII, supuso una revisión del septenio dictatorial anterior. El contrato de concesión del servicio telefónico a intereses americanos no quedó al margen. Para intentar la anulación del citado contrato, escribe Juan Antonio Cabezas (Cien años de teléfono en España), el presidente del primer Gobierno de la República autorizó al ministro de Comunicaciones "para que someta a la deliberación y aprobación de las Cortes Constituyentes un proyecto de ley, declarando ilegal la adjudicación de la reforma, reorganización y ampliación del Servicio Telefónico Nacional, del 25 de agosto de 1924".

En la polémica sale a relucir un intercambio de cartas entre el coronel Tafur, que era director general de Telecomunicaciones n 1924, y Sosthenes Behn, meses antes de la firma del contrato de concesión a la Compañía Telefónica.

En las alegaciones presentadas por Gumersindo Rico, representante de Telefónica, contra el proyecto de ley, se afirma: "Podrá discutirse la legitimidad del poder que se atribuyeron el jefe del Estado y el dictador. Pero producida la dictadura y admitidas, de grado o por fuerza, las disposiciones legales que de la misma dimanaron, por todos los organismos del Estado, personas jurídicas o individuales, no cabe sostener, en buenos principios de derecho, que la legalidad vigente en 1924 no era la que expresamente derogó la dictadura, sino aquella que la propia dictadura instauró".

El asunto de la legalidad o ilegalidad de la concesión levantó una gran polémica en la Prensa durante algunas semanas, que se crispó sobremanera al conocerse el envío de algunas notas de la Embajada de Estados Unidos al Gobierno español. El diario El Sol, el 4 de diciembre de 1932, escribía: "El embajador de Estados Unidos en España ha presentado al Ministerio de Estado una nota relacionada con la Compañía Telefónica. El ministro ha contestado adecuadamente. Quiere esto decir que entre las cancillerías española y norteamericana se tramita una negociación a propósito de la concesión otorgada por la dictadura a un grupo de financieros para explotar en España el negocio de los teléfonos".

La sangre, en cualquier caso, no llegó al río. El Parlamento no se atrevió a aprobar el mencionado proyecto de ley, y sí una propuesta de Manuel Azaña en el sentido de que "no ha lugar a deliberar" el asunto de la concesión telefónica.

Franco, Suanzes y Juan March

Al producirse la rebelión de Franco contra la República, los hermanos Behn se trasladan a Madrid y montan, en el rascacielos construido por Telefónica en el mejor estilo de Manhattan, en la Red de San Luis, su cuartel general. Los bombardeos de la aviación de Franco apenas producen desperfectos sobre este edificio, a pesar del indudable valor que como objetivo de guerra tiene.

La marcha de la guerra civil hace comprender al coronel Belín que debe iniciar contactos con los jefes sublevados. Paul Baldi, en representación del coronel Belín, realiza numerosos viajes a Burgos y París, donde negocia con el conde de Jordana, entonces ministro de Asuntos Exteriores de Franco. Termina lit guerra civil, y a comienzos de 1940, un grupo de banqueros españoles hace una oferta de unos sesenta millones de dólares por la participación de la ITT (un 80% de su capital) en la Compañía Telefónica. Es una buena oferta -36 millones de dólares más que el valor de las acciones en los libros de ITT-, pero Behn la rechaza. Ha consultado al Gobierno de Estados Unidos y le han dicho que tras esa oferta hay dinero alemán y que no debe vender.

Cinco años después, en 1945 ITT vende: la Telefónica al Gobierno español. La sociedad recibe 5 millones de dólares por su participación, a los que hay que añadir otros 31 millones en concepto de pago de débitos (royalties y suministros), que la CTNE no había abonado desde 1936. En el momento de la firma, ITT recibe veintiséis millones de dólares en metálico y aplaza a finales de 1945 el cobro de otros doce millones de dólares. Los cincuenta millones restantes deberán ser pagados bajo la forma de bonos del Gobierno español, en dólares, a un interés del 4% y a un plazo de dieciséis años, con una amortización anual mínima de dos millones de dólares.

Manuel Márquez Mira, presidente de Standard durante muchos años (cargo en el que le ha sucedido su hijo, Manuel Márquez Balín), ha escrito un libro de memorias en el que se recogen algunas anécdotas sobre la personalidad del coronel Behn y sobre las dificultades del Gobierno de Franco en 1945, al encontrarse sin divisas para pagar a ITT el rescate del monopolio telefónico.

Cuenta Márquez que Juan Antonio Suanzes, paisano y amigo de la infancia de Franco (preparó a éste para su ingreso en la Escuela Naval), fue el encargado de llevar la negociación de los pagos a la compañía ITT.

Dadas las muchas dificultades que tenía para hacer frente a los mismos, la víspera de un vencimiento de doce millones de dólares, Suanzes llamó a Juan March, el banquero que financió la sublevación contra la República, para decirle: "Don Juan, ¿podría usted facilitar al Gobierno doce millones de dólares?"; su respuesta fue: "¿Qué día y a qué hora?". "Pues ahora mismo", le pidió Suanzes. "Pues ahora mismo serán depositadas en el City Bank, al nombre que usted diga", fue la contestación.

Los bancos, aquellos bancos de la primera hora de las negociaciones con ITT, continúan desde entonces copando el consejo de administración de la Telefónica, a pesar de no reunir en conjunto el 1% de su capital social. Por la presidencia, retiro dorado de políticos, han pasado José Navarro Reverter, Antonio Barrera de Irimo, José Antonio González Bueno, Tomás Allende y García Baxter y Salvador Sánchez Terán.

Los delegados del Gobierno en la compañía, cuyo papel no ha sido hasta ahora nada relevante, han sido también "aparcamiento de lujo" para políticos en activo. El ex presidente Suárez fue durante algunos meses delegado del Gobierno en la Telefónica.

La herencia del tal Behn, que comenzó a forjarse hace sesenta años en los salones del Hotel Ritz, concluye, por ahora, donde empezó. El poder de Telefónica se cierra sobre sí mismo: Pierre Trudeau, primer ministro canadiense y huésped ilustre del Ritz, vio hace unas semanas, con motivo de su visita oficial a nuestro país, cómo un personaje local, un tal Sánchez Terán, le arrebataba el gran salón de banquetes del hotel. Trudeau tuvo que buscar otras dependencias para ofrecer un almuerzo a las autoridades españolas. Salvador Sánchez Terán, entre tanto, celebraba un multitudinario banquete para dar cuenta a los medios informativos de los "buenos resultados, en un año difícil", obtenidos por la CTNE en 1981.

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