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Tribuna:
Tribuna
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¡¡¡Gol!!!

Ese clamor unánime que se elevaba de los estadios suburbanos al cielo de la tarde de domingo a anunciarles a las cigüeñas y a las nubes y a los dioses que los hombres habían metido un gol, recuerdo que ya de muchacho me había sonado tanto a ser una de las apariciones más gloriosas de la tristeza de los condenados al trabajo y al tiempo vacío por consiguiente, que hasta había probado a utilizarla para alguna especie de poesía, que no recuerdo ahora. Ahora, a través de algunos retazos de la radio de los taxistas, me he enterado también de que hay por ahí locutores que se han especializado en producir el grito de "gol" con modulaciones entusiásticas, con vibraciones prolongadas de gozoso apocalipsis, con retorcimientos de éxtasis de cadencia interminable; modulaciones que parece que en algunos casos han llegado a formalizarse en esquema de recitativo de ópera; lo cual no está mal: esa teatralidad implica al menos algo como caricatura de aquel clamor de los estadios; pero aunque ese arte sirva para limpiar un poco la conciencia del locutor, no quita para que el grito cumpla en las retransmisiones su función seria: la de ayudar al público a participar en el orgasmo, el más alto orgasmo -si se atiende al tono del clamor- al que pueden aspirar los condenados a lo susodicho.Pero ese clamor es también la aparición más clara de la voz de la masa (que es asimismo la voz de su amo, por supuesto, sólo que el amo de la masa ya no es nadie, ya ha ascendido a los cielos de la abstracción pura), eso que venimos llamando masa para distinguirlo de la gente, para hacerlo ser lo contrario de la gente que no se cuenta y donde cada uno no acaba de saber bien quién es, siendo por el contrario masa un conjunto de individuos numerados (en el caso de los estadios directamente por el control del taquillamen, pero en el de radioyentes o televidentes también, por mediación de las estadísticas), en el cual número por consiguiente cada uno sí sabe quién es él, lo que quiere y lo que siente, que luego suele coincidir que es lo mismo para cada uno de los componentes individuales de la masa, gracias a lo cual puede subir el grito de "¡gol!" unánime a los cielos.

Es esa masa precisamente con la que juegan el Estado y el capital (y la fabrican y perfeccionan para ello) y con la que esta temporada precisamente (pobrecito mes de junio, ¡qué poquitas te van a quedar este año que tengan tiempo para, tumbadas boca arriba bajo alguien amoroso, ver en lo alto pasar tus nubecillas entre las hojas de los álamos temblorosas!), pues, Estado y capital se han conchabado como nunca para organizar el negocio más fabuloso de la historia.

Aquí me interrumpe un familiar un tanto amoscado para decirme: "Pero bueno, ¿es que nos vas a contar todavía lo de pan y circo y cómo utilizan el fulbo los negociantes para atrapar consumidores de televisores, videocasetes o la pera en dulce, y lo bien que les viene a los Gobiernos para tener al personal entretenido? Venga, nene, cambia el rollo, que ése ya está visto. A mí ¿qué carajillos me importa lo que saquen de mí y del campeonato el Estado y el capital ese que cuentas, si lo cierto es que a mí me gusta el fulbo, y pago lo que me gusta, y hasta de verlo en la pantallita disfruto como un enano y me emociono y me arrebato que no veas. Así que no me vengas con sermones y aparta, tío, que no me dejas ver la retrospectiva del Tailandia-Luxemburgo".

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Perdona, caro sobrino, que utilice tu interrupción, pero ha caído tan oportuna... Parece una ilustración aposta de eso que venimos sintiendo y tratando de decir desde hace siglos: que la masa está compuesta de individuos; y por tanto, y a la inversa, imagínate lo que va uno a poderse fiar del gusto y de la voluntad de cada uno de ellos. A cada cual le gustará lo que la máquina del consumo necesite que les guste a todos; cada uno querrá (y hasta se matará por ello, si hace falta) lo que está mandado que quieran todos y cada uno.

Pero ¿es que tú te crees, sobrino, que uno está contra el football y el negociazo del Campeonato Mundial por razones morales o políticas? No seas gili, muchacho: si se está contra la diversión (por lo mismo que se está contra el trabajo, que es el que la cría), será porque se piensa, a pesar de todo, que no es del todo imposible que se pueda vivir de veras, disfrutar de algo, oler, palpar; porque la diversión o entretenimiento, como está prevista, como está hecha para llenar el tiempo vacío que el orden del trabajo ha creado, no puede darte nada que no esté previsto, no puede darte nada de ese disfrute de que hablas, nada más que ilusiones, ideíllas, sustitutos del tal disfrute, cuando a lo mejor -no se sabe- podía haber algo que no fueran ilusiones; pero la coña de: la cosa está en que si aceptas los sustitutos te estás llenando el campo, te estás cerrando a las posibilidades de que pudiera venir algo que vivieras: cuando bajas la persiana del jardín para poder ver en su rincón la pantallita le estás cerrando el paso al olor de las flores del saúco, que no se sabe adónde podía, en un momento de abandono, llevarte acaso; y cuando te obligas a ir al estadio a disfrutar a las cinco en punto y a coger para ello el suburbano a las cuatro y media, no sabes que a lo mejor a esas horas iba a llamar a tu puerta una que no conoces. Y cuando te dan sábado y domingo te lo dan sólo porque saben que, acondicionado por los cinco días de trabajo, en esos dos días vacíos no se te va a ocurrir más cosa que llenar el tiempo, divertirte como está mandado. Y, sin embargo, era tal vez tan importante por lo menos no hacer nada... Tan importante, en tanto y no que se pueda no trabajar, por lo menos no divertirse, a ver qué pasa.

Pero ahora -ya ves- te han organizado un mes en que todos los días o casi van a ser domíngos. Vas a tener tu tiempo todo lleno: los ratos que no estés viendo los partidos o sus retransmisiones, podrás acalorarte con los camaradas en la güisquería comentando los momentos culminantes del juego, o la victoria que estuvo en un tris de conseguir tu equipo (¡el tuyo, ay!), si no hubiera sido por aquel fallo, y cuál ha sido el hombre mejor de la tarde, o si no discutiendo las decisiones del árbitro, o si no ilustrando a los camaradas, enterao, sobre los motivos de tal fichaje o los negocios de compra-venta de tal directiva o de la otra, que también tienen su sustancia y su pasión y ayudan a pasar el día con la convicción de que se ha vivido algo grande.

La verdad es que esta vez, con eso del campeonato este, el abuso del procedimiento por parte del capital y del Estado ha sido tan notorio, el aprovechamiento de la receta se ha exagerado tan a conciencia, que uno llega a pensar a veces, con una interior sonrisa de tímida esperanza, que han debido de pasarse una raspita, o casi llegar a términos de desmadre. ¿Sería posible que les saliera torcido el negociazo, que esto resultara un fracaso resonante de ruina y de aburrimiento? Uno deduce tal posibilidad (con apenas una llamita de gozosa sospecha encandilándose por dentro) de algunos datos que por superstición no me atrevo a publicar aquí; pero también de consideraciones generales, en el sentido de que, cuando una fiesta se prepara por todo lo alto, y se cuenta mucho de antemano con que va a ser el no-va-más, y se anuncian con todo detalle los numeritos, fechas y lugares de la juerga, es regla común que con todo ello se van aumentando las probabilidades de que los hechos vengan a ser un derrumbamiento de las expectativas. Así que a lo mejor a este Mundial-82 de mis intríngulis, tan organizado...

En este punto me interpela otro de los parientes, no exento de conexiones comerciales con el asunto: "Oye tú, malalengua, ¿qué andas ahí agorando? ¿Qué cuentas de fracasos, de negocios ni de abusos? Entérate de un recado: yo estoy haciendo ya el agosto con la venta de chismes para ver el Mundial, y..." (¡Ver el Mundial, consuegro!: ¡verlo todo!: ¡qué imágenes fascinantes se os ocurrena veces a los del comercio!) "... pues sí, para ver el Mundial -¿qué pasa?-, y lo que te digo es, que qué cojinetes me importa a mí el negocio que se hayan montado con ello el Gobierno o la banca o los que digas, si a mí me dan ocasión para sacar tajada y poner a flote la casa, que falta le estaba haciendo.

Así que no me vengas a mí con zarandajas, y que monten lo que sea, con tal de que me hagan a mí vender y sacar provecho, que es lo único real y verdadero".

Pero mi querido ex consuegro, parece mentira que, siendo usted un hombre de negocios, tenga tan cortas nociones de economía, y no vea más lejos al echar sus cuentas: ese dinero que usted saca de las ventas, ¿no sabe usted qué clase de dinero es?: que es el dinero del progreso, un dinero esencialmente dinámico y progresivo, y que le convierte a usted, en el acto mismo de ganarlo, en un consumidor del mismo tipo que sus clientes, que le obliga a darle marcha, a gastarlo con la misma obligatoria estupidez que ellos se lo han gastado en su casa; y que no va a servirle para ningún otro provecho (ni siquiera para dejárselo a los hijos, como antaño), sino sólo para comprar información sobre el Mundial, o un piso de inversión en la urbanización de Monteymar, o un automóvil nuevo del nuevo modelo que más le guste, o cualesquiera otras ilusiones por el estilo; que no le mando a usted menos fatiga para gastarlo que para ganarlo. De modo y manera que usted dispense, pero no voy a dejar por consideración de su ganancia de rezarles a los angelitos de abajo, porque este tinglado del Mundial-82 resulte ser el desastre que le corresponde.

Lo que pasa es que, como les iba diciendo, no me atrevo tampoco a profetizar mucho el fracaso, por esa superstición de que basta que profetices algo, aunque sea en este rinconcito de periódico bienpensante para que ello influya en que falie de algún modo la profecía; y a lo mejor hasta eso mismo de "¿fracaso? ¿no fracaso?" servía para darles a los seguidores del Mundial-82 la expectativa y emoción que no iban a darles los partidos. Así que no voy a andar haciéndoles más profecías, no. Pero les aseguro a ustedes que me encantaría convertirme en un grajo de mala sombra, multiplicarme en millones de grajos que volaran sobre los estadios del domingo, graznándoles agoreramente a los empresarios y directivos "¡Gra-gra, que se te tuerce! ¡Gra-gra, que se te afloja!", y desde allí, desde las nubes, cuando estuvieran todos con la o de "¡goool!" redondeando la boquita.

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