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RELIGION

Malestar entre los jesuitas por el nombramiento de un delegado personal del Papa

El sector mayoritario de los jesuitas españoles ha reaccionado con indignación a la noticia ayer publicada según la cual el Papa nombraba unilateralmente al anciano jesuita Paolo Dezza como delegado personal suyo al frente de la compañía, dotándole de plenos poderes.

El 1 de noviembre debía cerrarse provisionalmente la crisis abierta por Pedro Arrupe en marzo de 1980, cuando decide convocar a la congregación general de los jesuitas para presentar su dimisión, aduciendo razones de edad, años de gobierno y que la nueva época requiere nuevos hombres. Al comunicar su iniciativa por deferencia al Papa, éste paró en seco la iniciativa porque no «la consideraba oportuna para el bien de la compañía y de la Iglesia», según rezaba una carta de Arrupe a los superiores mayores, con fecha del 3 de julio de 1980. Juan Pablo II responde con desaires a los repetidos intentos de Pedro Arrupe por encontrar un arreglo, hasta que el pasado día 3 de octubre, sin previa consulta a los dirigentes electos de la compañía, escribe una carta, que no deberá hacerse pública hasta el 1 de noviembre, en la que se comunica a un Pedro Arrupe afectado por una trombosis cerebral, ya «que no llega a enterarse del contenido por su estado de salud», que les es impuesto como general en funciones a Paolo Dezza. En ella se habla, en efecto, de que se les «manda un superintendente para preparar a la compañía a la celebración de la congregación general». Portavoces autorizados consideran esta formulación «comparable a los regímenes autoritarios del Tercer Mundo, que imponen la dictadura para preparar la democracia».Los mismos sectores encuentran improcedente que si Arrupe piensa dimitir en 1980 por razones de edad se nombre a una persona más anciana que él, ya que Paolo Dezza cumplirá en diciembre los ochenta años. Por otro lado, Paolo Dezza fue el candidato conservador rival de Pedro Arrupe en la congregación de 1965 que nombró al jesuita español general de la compañía, con lo que su imposición por vía de autoridad viene a significar «una descalificación de los quince años de gestión de Pedro Arrupe». Dezza es también un viejo conocido de José María Díez Alegría, a quien denunció por el apoyo de éste a la opción socialista del movimiento obrero católico Acli.

La pugna de Juan Pablo II viene de lejos. Siendo arzobispo de Cracovia quiso crear un seminario único por donde debieran pasar todos los candidatos al sacerdocio. Los jesuitas se opusieron, pero los agustinos, menos fuertes, tuvieron que abandonar la diócesis. El nudo del conflicto se encuentra, sin embargo, en Centroamérica, donde el apoyo de los jesuitas a los movimientos de liberación es considerado, por el Papa como peligrosa aproximación al marxismo. Círculos jesuitas bien informados explican que no es extraña el conflicto de la compañía con Juan Pablo II la actitud de López Trujillo, el secretario del Celam, conocido por su beligerancia contra la teología de la liberación, y del número tres del Vaticano, el español Martínez Somalo, próximo al Opus Dei, que ha castigado repetidas veces a la dirección de los jesuitas, como ocurrió en el nombramiento del rector de la Gregoriana, donde no respetó al candidato democráticamente propuesto por los órganos de la universidad romana.

El peso específico de los 27.000 jesuitas en la Iglesia católica hace que la decisión de Juan Pablo II sea considerada como una de las más importantes de su pontificado. De ahí la riada de declaraciones de altos jerarcas, como ese prelado italiano que declaraba recientemente: «Juan Pablo II no tolera hombres libres en su proximidad», o la de un cardenal español, que tuvo que ver con la elección de Karol Wojtyla, y que, no obstante, comentaba en voz alta: «Nos hemos equivocado de hombre».

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