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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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El presidente

La popularidad que dan las encuestas, los sondeos, las sofemasas y los gallups no es popularidad: es marketing. Ahora han sacado a Calvo Sotelo, el presidente del Gobierno, con un 41% de popularidad, no se sabe bien sobre qué totales.En todo caso, sobre la popularidad/impopularidad de Suárez, que en sus últimos tiempos estaba en un desertizado catorce, número que sólo es suficiente para reventar una quiniela, pero no para salvar un país. En el Consejo de Ministros anterior a la aparición de Calvo Sotelo por la televisión, parece que el presidente tuvo fuertes presiones para anunciar al país la reinstauración de la pena de muerte, o bien para preparar al país, o para irle haciendo simpatico el invento. Algunos ministros estaban en un grito hasta que oyeron el breve y sobrio discurso del presidente, en el que había como una refutación implícita/explícita de esas presiones. Pero la verdad es que, a pesar de lo que digan las computadoras, que no son sino las alegres comadres de la informática, Calvo Sotelo es un hombre que parece que no va para adelante ni para atrás. Lo suyo, más que nada, es un dontancredismo, quizá el que exige el momento, una resistencia pasiva, un ten con ten, que decía mi tía. Lo que pasa es que hay tanto nerviosismo en los ecosistemas que ya hasta le agradecemos a Calvo Sotelo, simplemente, que no se ponga nervioso. Mientras Fraga clama pena de muerte y Felipe sufre alferecías políticas, según los pasillos de Santa Engracia, Calvo Sotelo es o parece ser el hombre tranquilo, y eso, aunque no sirva para nada, ayuda a bien morir.

Su dontacredismo le impide al presidente llamar a la derecha -Areilza, Fraga- o llamar a la izquierda -Felipe, Carrillo. Pero la concertación, para parecer algo más que un consorcio panadero, hay que hacerla con la derecha o con la izquierda -ya casi nos da igual-, si queremos salvar este país.

Calvo Sotelo se ha subido a un presidencialismo que no sé si es vanidad, seguridad, inseguridad, o, como vengo diciendo, simple dontancredismo, una estatuaria muy española y taurina (sobre la que Carlos Luis Alvarez escribió una inapreciable e inapreciada pieza breve). El dontancredismo es así como un senequismo pasado por la plaza de Las Ventas, las gallinejas y la albañilería. Don Tancredo no conoce otra ecología ni otra multitud que la soledad. El presidente se ha ido sólo a ver a Schmidt, entre otras cosas para quitarle la novia a Felipe González. El presidente ha decidido él solo que entremos en la OTAN y que no vuelva la pena de muerte (quizá porque ya tenemos bastante pena con la cosa atlántica). El presidente hace muy bien de Don Tancredo, pero Don Tancredo trabajaba en función de un solo toro, y ahora la plaza está llena de astifinos y toros de la reyerta que se suben por las paredes del Congreso, mientras los infrarrojos le dan al aire verónicas de alhelí, o sea, que no aciertan una. El presidente, con soberbia muy propia de la humildad católica, quiere hacerlo él todo, salvarnos él solo, y en eso hay ya un aristocratismo de estilita y de estilista, de hombre providencial/marengo que nos considera a todos tontos. Como no arrastra la cola fastuosa y plebeya de unas elecciones, alguien ha decidido fabricarle unos escrutinios y sondeos de popularidad, que es como tegalarle los votos después de elegido. O nos salvamos juntos o nos salva la Virgen del Pilar que tiene Tejero en su habitación.

Los políticos van a la Moncloa como en un minué soso en que el presidente nunca le pasa el pañuelito de encaje a la oposición ni concede citas de medianoche. Parece que es muy popular entre los ordenadores electrónicos. No tanto entre el personal.

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