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Una comuna campesina funciona desde hace dos años en Tielmes, a 40 kilómetros de Madrid

Hace dos años, a los veinticinco, José Santos llegó a la situación limite. La suma de las frustraciones cotidianas originadas por la gran metrópoli arrojaron un resultado positivo: el convencimiento no sólo intelectual, sino incluso físico, de que su lugar no estaba en Madrid. Entonces se reunió con un grupo de amigos y dieron el gran salto. Marcharse a vivir al campo, a vivir del campo, parece ser, hoy por hoy, la única solución atractiva, globalizadora, de miles de personas agobiadas por Madrid, en este caso. Hoy, José Santos con otras dos personas, subsisten con una granja de conejos que se ha montado en Tielmes, y por ahora no se ha muerto de hambre

A las cuatro de la tarde de un día cualquiera, José Santos se dirige con su bata azul a la nave que tiene alquilada a las afueras de Tielmes, un pequeño pueblo agrícola todavía, a cuarenta kilómetros de Madrid. Dentro de la nave, 130 conejas ponedoras y unos quinientos gazapos de distinta edad se rebullen en sus jaulas metálicas. Durante cuatro horas limpiará las jaulas, controlará que tengan comida y agua, observará las fichas, pegadas con celo en cada una, donde se indica la fecha del último parto, el número de conejitos que tuvo, el peso de cada uno, y a veces se detendrá un poco más y acariciará a alguno o alguna de ellas por los que siente un especial cariño.Durante un rato abandona su trabajo diario para negociar con un agricultor del pueblo la venta del estiércol producido por los conejos, a cuatrocientas pesetas el metro cúbico, y después seguirá su tarea con escrupulosidad. Aunque no se aproveche de sus prerrogativas, sabe que puede salir a tomar algo o ver cómo está el día en cualquier momento, que ningún jefe neurótico porque ha dormido mal la noche anterior le va a echar una bronca fuera de tono, y eso es suficiente para reafirmarle en la idea de que hizo bien abandonando su carrera de veterinario y las repetitivas salidas con los amigos a tomar copas en un pub, aburridas a la postre.

«La gente ahora se va al campo con un sentido más realista de lo que puede conseguir, con objetivos más limitados tal vez. El movimiento de comunas basados en las ideas hippies era un poco utópico, al menos para trasplantarlo en España. Nosotros también intentamos al principio montar una granja más a lo grande, con vacas y tierra cultivada, pero los créditos son difíciles de conseguir, la tierra está muy cara, por lo menos para las disponibilidades normales de la gente, y hubo que dejarlo. Al final, el grupo se fue deshaciendo, en unos casos por discusiones, en otros porque alguno encontró un buen empleo, y ahora sólo quedamos un compañero y yo. Nos decidimos por la cría de conejos porque exige menos inversión, aunque también los beneficios sean menores. Pero no se trata de ganar dinero, sino de tener un trabajo que te guste y que te permita vivir tranquilo, así que esto nos basta. Incluso gente que tiene su vida encarrilada, profesionales liberales y políticos, pero que cada vez aguantan menos la ciudad, prefiere empezar de nuevo en el campo».

Unos estudios que no le sirvieron de nada

José Santos nació en Madrid, en Cuatro Caminos, hace veintisiete años. Comenzó a estudiar Veterinaria precisamente porque desde siempre se sintió atraído por todo lo relacionado con la naturaleza. Como les ocurre a miles de estudiantes, sus estudios se convirtieron en una frustración más: «En la facultad no vas a aprender realmente, sino a aprobar para obtener el título. Una de las pocas asignaturas que me gustaban, la de Anatomía, se daba al llegar al tercer curso, así que hasta entonces los estudios eran puramente teóricos, y no me han servido de nada cuando, como ahora, he tenido que enfrentarme al cuidado de los conejos. Recuerdo los sustos que nos llevamos al principio. Estábamos totalmente desorientados. Debajo de las jaulas de los conejos, por ejemplo, suelen caerse granos de pienso, que luego se hinchan y se enrojecen por la acción del amoníaco de la orina que les cae encima. Bueno, pues nosotros pensábamos que tenían diarrea, y nos angustiábamos porque creíamos que se iban a morir y no sabíamos qué hacer. A través de la experiencia, y por los consejos de otros vecinos del pueblo, aprendimos los pequeños detalles, imprescindibles, que son necesarios para cuidar cualquier animal. Como palparles la tripa para saber y reconocer los pequeños bultitos que indican que están embarazadas, o poner a las conejas reacias a que las monte el macho en una posición que le permita hacerlo, etcétera. Muchos gazapos se nos han muerto porque no supimos darnos cuenta de la inminencia del parto, y como no tenían el nido preparado murieron de parto, y mil cosas más».Después de dos años de cuidarlos, Santos es ya un experto, y ahora comienza a pensar en que ya puede, si encuentra facilidades, comprar alguna parcela en la que plantar la huerta, y seguir también con los conejos, que tienen muy fácil salida vendiéndolos a restaurantes de la zona o a tiendas de pueblos cercanos o de la capital, e incluso para los laboratorios.

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Pronto se cansó de la vida superficial que llevaba en Madrid. Años enteros sin. nada más interesante que hacer que tomar copas con los amigos., sobre todo en un contexto de desencanto político -José Santos estuvo muy afín a un partido de la izquierda extraparlamentaria-, observando la burocratización de las relaciones con sus propios vecinos, sin trabajo ni perspectivas claras de encontrar algo, y muchos menos, algo gratificante, la sensación de estar acorralado que origina la ciudad. Lo único que echa un poco de menos es el cine, pero la cercanía de Tielmes con Madrid, a donde acude una vez a la semana por término medio para resolver asuntos, le permite mantener ese contacto con la pantalla.

Las utopías juveniles y el cuento de la lechera

«Lo que ocurre a mucha gente que se marcha al campo, un poco utópicamente, es que se creen que esto es el cuento de la lechera. Conocimos a unos chavales de Mondéjar que querían comprarnos gazapos para criarlos ellos, venderlos y con lo que les dieran comprar conejas ponedoras, y con los nuevos beneficios comprar vacas, y así. Claro, eso no resultó. No te voy a decir que el trabajo aquí no sea pesado, hay algunas tareas que lo son. Nosotros nos deslomamos casi para levantar el suelo de cemento de la nave y cavar zanjas donde cayeran los excrementos. Pero es una pesadez, por decirlo así, distinta del trabajo en una oficina. Luego está la limpieza de las jaulas, que la hacemos una vez a la semana, y más tareas cotidianas que pueden resultar un poco palizas, porque aquí no hay fiestas, los conejos comen todos los días. Aunque el resultado global es positivo. Yo prefiero esto a Madrid, sin duda alguna».

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