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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Un viaje necesario

LA GIRA del presidente del Gobierno por Euskadi ha tenido un cauce institucional y ha llegado a la sociedad vasca casi exclusivamente por la vía de las noticias de la Prensa, del comprensible reforzamiento de las medidas de seguridad y de la paralización de los ayuntamientos durante la mañana del martes.Subrayar esta circunstancia no significa, en modo alguno, restar importancia al viaje ni regatear a Adolfo Suárez los méritos que le corresponden por haberse embarcado en la visita, difícil aunque necesaria. La frialdad del ambiente en la sociedad vasca, más allá de sus representantes políticos y sindicales, debería servir de enseñanza a quienes atribuyen a los actores de la vida pública iniciativas que en realidad no son sino consecuencias de actitudes y emociones con raíces más profundas o respuestas, a temores, intimidaciones y amedrentamientos nacidos de la inseguridad de la vida ciudadana tras varios años de actuación de las bandas armadas.

El paro de los ayuntamientos, destinado a exteriorizar la protesta por los retrasos en la aplicación del Estatuto de Guernica, nos parece, por todo ello, lamentable, pero no debe ser dramatizado, y no es seguro que se deba sólo o principalmente a una maquíavélica jugada de la dirección del PNV ideada para chantajear al presidente del Gobierno y para humillar al Estado. Ayuntamientos de otros lugares de España controlados por la oposición de izquierda han incurrido en diversas ocasiones en ese desbordamiento de las competencias de la Administración local para tratar de interferir en cuestiones que corresponden a las Cortes Generales o al Gobierno. Esa línea de comportamiento resulta, a nuestro juicio, del todo censurable aunque no neguemos el derecho están en condiciones de arrojar la primera piedra contra el PNV por un caso de política municipal adulterada. De otro lado, es bastante plausible que la iniciativa del desplante proceda de sector descontentos del nacionalismo vasco antes que del Gobierno de Vitoria o del Euskadi Buru Batzar, y a la postre, el hecho, por censurable, no deja de ser real. En suma, un dato político que cualquier análisis debe tener en cuenta si se le quiere dar una solución política al problema vasco.

Adolfo Suárez ha ido al País Vasco caminando sobre las piedras de las instituciones y sin posibilidad razonable, por obvios motivos de seguridad, de zambullirse en la sociedad vasca. Aun así, es de esperar que sus charlas con los líderes políticos y sindicales de Euskadi le ayuden a enfocar los problemas de manera más viva y directa que hasta ahora. Los documentos y los expedientes no pueden sustituir esa ósmosis informativa que produce la discusión informal y el intercambio de opiniones espontáneo. En este sentido, si bien el rápido y prudente desarrollo de su viaje a Vitoria, Bilbao y San Sebastián no puede ser criticado por el contexto de violencia en que se ha producido, es de lamentar que el presidente haya tardado tanto en decidirse a realizarlo Muchos de los errores cometidos durante ese período tal vez hubieran podido ser evitados si el presidente y sus miristros no hubieran confiado tanto en sus fuentes docuiñentales y hubieran corrido el riesgo de empaparse sobre el terreno de los problemas vascos, en los que las emociones, las suspicacias y las hipertrofias de sensibilidad juegan un papel imposible de calibrar en la frialdad de un informe. Pero a la postre, y esto es lo importante, Adolfo Suárez ha visitado como presidente del Gobierno las tres capitales vascas, no para hacer propaganda de su persona o para barnizar su imagen, sino para dejar constancia de que el Estado es una realidad que ha de estar presente en la vida cotidiana de todo el territorio español y que esa presencia se articula mediante instancias institucionales diferentes, según regiones o nacionalidades. El Estado de las autonomías, tan mentado de labios hacia afuera por nuestros políticos y tan negado en los comportamientos prácticos por quienes se aferran a los hábitos centralistas, sólo podrá comenzar a marchar cuando todos los españoles se familiaricen, incluso en la dimensión exclusivamente simbólica del protocolo, con la idea de que esa forma de organización territorial del poder es sustancialmente distinta a la que nos legó el franquismo y, retrocediendo en el tiempo, la tradición francesa.

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Las autonomías no terminan con la promulgación de un estatuto por las Cortes Generales, sino que, justo al contrario, en ese mismo momento comienzan. Cuestiones como los conciertos económicos o la policía autónoma vasca, todavía pendientes de acuerdo, sólo son aspectos de una remodelación de la distribución del poder, cuyo diseño la clase política no ha sido capaz de hacer aún. Aunque el viaje de Adolfo Suárez sólo sirviera para que el Gobierno tomara clara conciencia de que no puede caminar por más siempe a tropezones y a tientas en el proyecto de Estado de las autonomías, el riesgo habrá valido la pena, y el viaje habrá sido un éxito.

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