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El aumento de las inversiones públicas choca con fuertes dificultades presupuestarias

Los objetivos anunciados por el Gobierno con motivo de la cuestión de confianza, según los cuales la inversión pública se incrementaría de forma sustancial en adelante y el crecimiento de los gastos corrientes sería inferior al de la actividad económica, van a resultar de muy difícil consecución, según diversos analistas del sector privado consultados por EL PAÍS.

El aumento de la inversión pública es uno de los pilares básicos de la nueva estrategia económica diseñada por el equipo económico del Gobierno, si bien no existe hasta el momento más que una cuantificación imprecisa al respecto, la mencionada en el curso de los debates parlamentarios por el titular de Economía y Comercio, García Díez, quien cifró el aumento de la inversión pública durante el próximo año en un 30%.En cuanto a los gastos corrientes, el componente más desatado de los desequilibrios de las finanzas públicas, el Gobierno anunció en el curso de su comunicación a la Cámara que se propone «conseguir que los gastos públicos corrientes no aumenten en los próximos años a mayor ritmo que el producto nacional, aunque en el presupuesto para 1981 este criterio se verá superado por el fortísimo impacto de las pensiones derivadas de la guerra civil, votadas en fecha no lejana por esta Cámara». Se supone, por tanto, que este objetivo -el único del que se conoce cuantificación hasta la fecha, además del 30% de aumento de la inversión mencionado más arriba y del propósito de crecer en torno al 4% ó 5% hacia 1983- no se va a lograr más que a medio plazo, es decir, no antes de 1982.

La debilidad de la inversión

La Inversión pública en España, considerando como tal la que se realiza a través del presupuesto global de las Administraciones públicas, no representa más que el 13% del dinero que ingresa o gasta el Estado cada año. Es decir, de cada cien pesetas de ingresos presupuestarios, sólo trece se dedican a la inversión, porcentaje que ha permanecido estancado a lo largo de estos últimos años o, en todo caso, con leve tendencia al descenso.

Este porcentaje es considerado muy bajo para ejercer alguna influencia positiva en la economía, entre otras cosas, porque dentro de la inversión pública los responsables de la elaboración del presupuesto incluyen partidas que no son propiamente inversión, sino más bien gastos corrientes, ya que incluso no se fabrican en algunos casos en nuestro país.

No obstante, la denominación de inversión pública en la economía española puede hacerse, con plena razón, extensiva a otros agentes económicos que no figuran directamente en el Presupuesto, pero cuyas decisiones se adoptan desde la Administración, como es el caso de la Renfe -con un importantísimo plan de inversiones en estudio-, o las empresas del Instituto Nacional de Industria, o la propia Compañía Telefónica, el agente inversor más importante del país, con más de 100.000 millones de pesetas anuales.

La posibilidad de incrementar la inversión pública y su porcentaje en el conjunto de los gastos del presupuesto tiene dos vías posibles: aumentar el déficit o rebajar la voracidad creciente de los aumentos en los gastos corrientes del Estado. Quizá se pueda pensar en manejar simultáneamente ambos, pues las primeras indicaciones sobre el presupuesto del año próximo hablan de un déficit del orden de los 450.000 millones de pesetas, superior en 150.000 millones al que se habían presupuestado inicialmente para este ejercicio, aunque muy similar al que va a resultar Finalmente en la liquidación presupuestaria.

La presión fiscal y el gasto

Al margen de cómo se vaya a manejar el déficit, la actuación sobre los gastos corrientes parece ser uno de los propósitos de la política económica del nuevo equipo. Los gastos corrientes del presupuesto han experimentado aumentos casi espectaculares en los últimos años, ya que entre 1976 y 1980 el aumento ha sido del 140,6%, sin contar la liquidación definitiva del presupuesto correspondiente a este año, que dará incrementos del gasto aún mayores.

Dentro de los gastos corrientes, las partidas más dinámicas han sido las subvenciones de explotación y las prestaciones sociales, es decir, el presupuesto de la Seguridad Social. Las subvenciones aumentaron en este período en el 141,4% y las prestaciones sociales en el 144,9%.

Frente a estos aumentos de los gastos corrientes, los de capital aumentaron en un 137,1%, siempre entre los dos años mencionados, es decir, 1976 y 1980.

La presión de los aumentos del gasto corriente ha sido muy elevada en estos últimos años, hasta el punto de absorber casi totalmente los aumentos de ingresos fiscales. Es decir, el aumento de la presión fiscal en nuestro país ha ido básicamente a engrosar los pagos por servicios corrientes y, en alguna ocasión, ha sido mayor el aumento del gasto corriente que el de los ingresos fiscales, como sucedió concretamente en el año 1978, durante el cual el gasto corriente se incrementó en más de 100.000 millones, que el ingreso fiscal. Esto contribuyó a frenar el aumento de las inversiones del sector público y a engrosar aún más el déficit, que contribuyó, por su forma de financiación, a restar a su vez recursos para la inversión privada, como ha venido sucediendo hasta fecha reciente.

El objetivo del Gobierno de loarar un crecimiento de los gastos corrientes en el futuro inferior al aumento del producto nacional va a ser, por tanto, bastante difícil, como lo prueba el hecho de que para el año próximo se haya confesado ya la práctica imposibilidad de conseguirlo. Por este motivo, el aumento de los gastos corrientes seguirá presionando sobre el límite de las inversiones públicas, frenando su expansión. Sólo mediante un fuerte aumento de la presión fiscal, a través de la fiscalidad indirecta, se podría lograr tal objetivo, y este parece ser el propósito básico del nuevo presupuesto, aunque el margen con el que cuenta para lograrlo no es muy grande ni holgado.

Finalmente, el objetivo propuesto por el Gobierno de moderar el aumento de los gastos corrientes a un porcentaje inferior al del crecimiento del producto nacional choca claramente con lo sucedido, en los últimos cinco años, en ninguno de los cuales ha sucedido tal cosa, sino más bien la contraria y con fuertes diferencias. El abismo que separa a ambas magnitudes va a ser probablemente este año el más elevado, con un 13% de aumento superior en el caso del gasto corriente que del producto nacional en términos monetarios.

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