El ayuntamiento reconstruirá el antiguo asilo para hijos de lavanderas
La institución que, en el último tercio del siglo pasado estuvo dedicada a que las mujeres que lavaban ropa ajena en las aguas del río Manzanares pudieran dejar a sus hijos -para que recibieran «comida e instrucción» a cargo de las Hijas de la Caridad- y recogerlos al término de su jornada laboral es hoy, aunque en emplazamiento distinto, sólo un edificio medio ruinoso.
El Ayuntamiento, propietario del solar y la construcción que lo ocupa, quiere reconstruir ésta y comenzar a rehabilitar, de esta forma el patrimonio inmobiliario madrileño que, poco a poco, parece destinado a su desaparición.Ramón Tamames, primer teniente de alcalde del Ayuntamiento, anunció, durante la conferencia de Prensa del jueves pasado, la intención municipal de conseguir fondos con los que recuperar parte del patrimonio inmobiliario de esta ciudad que, en razón de su abandono actual, se encuentra en trance de desaparición total. Esta intención municipal, también según el señor Tamames -véase EL PAÍS de ayer-, comenzaría a cristalizarse en los edificios del hospital de Maudes, el antiguo colegio Nicolás Salmerón -convertido después de la guerra en la Escuela de Mandos José Antonio, y hoy, Centro Cultural de Prosperidad por arte de sus improvisados ocupantes -, el cuartel del Conde Duque y el asilo de Lavanderas.
Pero, mientras los tres primeros edificios resultan, en mayor o menor medida, conocidos por los madrileños, el recuerdo del asilo de Lavanderas sólo permanece hoy en la memoria de los más viejos o de los eruditos ocasionales o permanentes que recorren diariamente por los pasillos del Museo Municipal.
Fundación real
La fundación del asilo de Lavanderas fue realizada por la esposa del rey Amadeo de Saboya, María Victoria. Por una real orden publicada en junio de 1871, el edificio conocido por el nombre de Casa del Príncipe, situado junto al río Manzanares -puede que por aquello de acercarse al centro de trabajo de sus destinatarias- y frente a la estación del Norte, fue convertido en el lugar donde las lavanderas madrileñas -entonces no había agua corriente en las casas y las señoras no tenían por costumbre mojarse las manos para conseguir la blancura de su ropapodrían dejar a sus hijos menores de cinco años al cuidado de la Congregación de las Hijas de la Caridad, para que éstas les dieran «la comida y la instrucción que no pueden conseguir correteando por las orillas del río».Dicen que la idea de creación del asilo surgió en la mente de la reina como consecuencia de un paseo suyo por los terrenos del patrimonio real, en las cercanías del río.
Durante éste, María Victoria pudo ver cómo un enjambre de chiquillos campaba por sus respetos, a lo largo de todo el día, por los alrededores del río. «Son los hijos de las lavanderas», le explicaron. «No tienen quien los cuide y quedan todo el día en manos de la Providencia».
María Victoria, dispuesta a ayudar a la Providencia, decidió fundar el asilo de Lavanderas y encargar su funcionamiento a las Hiías de la Caridad.
El asilo siguió funcionando como tal hasta que la guerra civil quiso que frente a su fachada fueran colocadas las trincheras. El edificio no resistió los embates.
Al poco de terminar la guerra, la Dirección General de Regiones Devastadas quiso reconstruir el asilo. Para ello, se dirigió al ayun Caráerito en solicitud de cesión de un solar en el que poder reinstalarlo. Ya no quedaban lavanderas en el Manzanares, pero los intentos de crear una imagen de labor social del nuevo régimen querían dotar con una especie de guardería -a lo antiguo; o sea, en plan asilo- en la que pudieran alojarse durante el día los hijos de trabajadoras ma drileñas. El ayuntamiento decidió ceder un solar en el paseo Imperial, esquina al de Pontones, cerca de su antigua ubicación y en medio de una, entonces, floreciente zona industrial. En 1944, el Ministerio de la Gobernación se hizo cargo del nuevo edificio y la gestión volvió a manos de las Hijas de la Caridad. Y así permaneció hasta principios de la década de los setenta, en que comenzó su abandono.
Hoy, el edificio del paseo Imperial ha caído en la degradación que precede a la ruina de una construcción. Su estructura, sin embargo, permanece en un estado que permite augurar su subsistencia, a pesar de los expolios a que la casa ha sido sometida por manos anónimas. Lo único respetado han sido las estatuas existentes en la antigua capilla. Dicen que, a lo mejor, ha sido un gesto de superstición religiosa por parte de los asaltantes.
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