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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El regreso de Belaúnde

ENTRE EL momento en que Fernando Belaúnde Terry fue expulsado del poder por los militares -octubre, 1968- y este actual, en el que Belaúnde vuelve a recuperarlo, elegido por el pueblo, han transcurrido casi doce años. Un paréntesis demasiado largo: pesa gravemente sobre la vida de unas generaciones. Llegaron entonces unos jóvenes dictadores de uniforme diciendo que eran los «nuevos militares», y se ha visto que eran los de siempre; y hasta en eso se veía que eran los de siempre, en que prometían novedad, cuando estaban repitiendo, más o menos, palabras españolas del siglo XIX en actos que legaron a todos los idiomas la palabra castellana «pronunciamiento», a españa un subconsciente de inestabilidad que todavía dura y a América latina una tradición de amargura, sangre y retraso. «Mal dirigido, este país ha sido llevado al borde de la ruina», dice Belaúnde para calificar esos doce años mal dirigido: es una realidad.Los golpistas del general velascio alvarado y de todos los generales que han ido sucediéridose en el poder u ocupando puestos de gobierno -Morales Bermúdez, Pedro Richter, Oscar Molina...- no supieron gobernar ni administrar. Creyeron en el viejo espejismo de su tradición: que la supresión de la asamblea, el arrebato de la libertad de prensa, la detención de la actividad de los partidos, debería traer una especie de restauración. es decir, creyeron que eran panaceas para contener una revolución que creían ver apuntar en el horizonte: y que su contrarrevolución, su congelación de los poderes civiles y de las discusiones y el examen libre de los problemas podría organizar la nación en torno a un programa de reforma agraria, de nacionalizaciones de la producción, de reparto de la riqueza.

Los manifiestos de la contrarrevolución a la que llamaron revolución, el enfrentamiento inicial con estados unidos -por la pesca, por el subsuelo-, tuvieron un atractivo de origen. no pudieron ser más que textos. nada funcionó. se había despertado un momento de esperanza, que los propios sectores sociales apoyaron, y se apagó: se fue produciendo una especie de neomussolinismo débil. sectores del ejército se enfrentaron entre si -con dimisiones dentro de la junta y hasta con enfrentamientos armados- y fue prevaleciendo la opción de la derecha: legislación de prohibición de huelgas, decretos de desnacionalización, limitaciones a la participación obrera, nuevos estímulos a la inversión extranjera; y, siempre, las manazas sobre la prensa. y, en todo ello, lo que había aparecido como una nueva honestidad y una austeridad castrense, se fue desflecando en corrupciones y escándalos. perdió su crédito: perdió su poder. el peso del gobierno le ha ganado. y, sin duda, algunas advertencias del departamento de estado y su política de democracias controladas, medidas y tasadas.

Devuelve el poder el ejército peruano a los civiles peruanos; es interesante que vuelva al mismo partido, al mismo ciudadano, que lo ejercía en 1968, aun saltando por encima del viejo apra, que apenas se queja diciendo que estas elecciones son un convenio -un consensoentre los militares y la acción popular.

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No parece así. Ciertamente que acción popular, de un centro-derecha -la ideología de moda, la fuerza de sustitución-, no va a gobernar contra unos intereses estables, contra una burguesía media. ya habla Belaúnde de respetar la riqueza básica del país -que la tiene- y los sectores intermedios que la producen y la administran. Todo ello debe dar base a un regreso a la democracia. Belaúnde habla ya de formar un gobierno de «base amplia». Su nombre, su promesa, su solvencia intelectual, abren una esperanza. Le falta cumplirla.

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