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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

La muerte de Mozart

El pasado domingo, día 26, comentado por Fernando Rey, vi por Televisión Española un interesante programa dedicado a la ópera, especialmente a los más famosos compositores de tan bello arte.Al referirse a Mozart, comenta la casi total falta de amistades en los últimos momentos de su gloriosa vida, citando únicamente la visita que recibe de un señor , vestido de negro, el que le entrega una bolsa llena de oro como adelanto para que escriba cuanto antes una misa de muerte, la muy famosa «Misa de Requiem».

Es cierto que en Viena muchos rivales y envidiosos, que dificultaban su trabajo con toda clase de intrigas; su dulce sensibilidad sólo había encontrado apoyo y consuelo en el español Vicente Martín, un músico procedente de Valencia, autor de óperas olvidadas y que figura en la historia de la música contemporánea como inventor del vals.

También son sus amigos. el italiano Daponte, abate bohemio y licencioso, que escribe los versos de sus libretos en plena embriaguez, y un alemán feo, sombrío y malhumorado, incapaz de intrigas y de numerosos afectos, llamado Luis Beethoven.

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Mozart falleció en 1791, a los 35 años, tratando de cantar su citada famosa «Misa de Requiem», en el papel de tenor, rodeado de amigos, discípulos y su esposa Constanza. Al llegar al «Lacrimosa», su voz se cortó con un gemido y dijo:

-¡No, no puedo más!

Al día siguiente fue el entierro, día tempestuoso y gris, que arrojaba sobre Viena un verdadero diluvio.

Gran concurrencia en la casa mortuoria: todos los músicos de Viena, algunos grandes señores de la corte y delegaciones de la masonería, agradecida a Mozart por su «Cantata de los Francmasones», que aún se toca en muchas logias.

Al iniciarse el fúnebre cortejo, fueron muchísimos los acompañantes, pero al llegar al cementerio el coche fúnebre iba completamente solo.

Confío sirvan estas pobres líneas como complemento al brillante comentario del señor Rey.

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