_
_
_
_
_
Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La agricultura de la discordia

Catedrático de Universidad y diputado del PSOE por BadajozLa palabra más visible en la comunicación de Mr. Simantov al Colegio de Europa es likely, que significa «probablemente ». El Colegio de Europa acaba de reunir en Brujas, durante tres días, a unos trescientos políticos, funcionarios y expertos agrícolas, algunos de ellos con vara alta en las decisiones comunitarias. Simantov, que era uno de los platos fuertes como director de la política alimentaria de la OCDE, les ha pronosticado unos años ochenta con los precios de los cereales probablemente a la baja, a pesar del tirón japonés, y en espera de que China tenga suficientes divisas para convertirse en compradora. Desde luego, ha quitado importancia a los países del Tercer Mundo y a los petrolíferos en este asunto, contrariando así el sueño de quienes pensaban cambiar masivamente alimentos por petrodólares. Donde no hay ingenuidad, y en esto ha sido muy claro Simantov, es en los efectos de la crisis del petróleo sobre la agricultura europea, demasiado capitalizada y consumidora de energía para los tiempos que corremos. Para un socialista, este giro hacia la agricultura familiar es alentador; admitimos que en un país como España la población agraria tiene todavía que disminuir, pero parece de sentido común, mientras siga la crisis, que el medio rural absorba más horas de parados en vez de más litros de gas-oil. Algo habrá que hacer en este sentido, aunque siempre con mucha prudencia, sin caer en bandazos, confundir los horizontes y crear situaciones irreversibles. La cooperativa de cultivo sigue siendo un instrumento más, el mejor en ciertos casos, para que la población agraria pueda ajustarse espontáneamente a las circunstancias cambiantes.

Es una pena que los productores del COPA y los consumidores del BEUC no lleguen a entenderse, pero la realidad es que ya no disimulan su enfrentamiento. El BEUC pide la congelación indefinida de los precios agrícolas; si se quiere sostener las economías rurales, que se use el sistema de las ayudas directas sólo para quien las necesita. El COPA defiende la política de precios y se opone a una generalización de las ayudas directas, criticando sus complicaciones administrativas. Los golpes que todos asestaban antes a los intermediarios sin distinción han perdido fuerza, aunque el COPA toca aún el tema de pasada. La razón que hoy hacen valer más los agricultores europeos, y que no deja de tener su importancia, es que pagar la política agraria viene a ser como pagar una póliza colectiva de seguridad. Los librecambistas radicales replican que la seguridad de los abastecimientos puede conseguirse por contratos de larga duración con proveedores internacionales, pero, aunque así fuera, no se ve cómo Europa podría arriesgarse a vivir sin una agricultura proporcional a sus necesidades de alimentación.

Otra postura extrema que no prosperará seguramente es el proteccionismo a ultranza de algunos agricultores, que quisieran el Mercado Común para ellos solos. Los técnicos y políticos que defienden con ardor este empeño han construido toda una teoría rigurosa, como únicamente los franceses saben hacerlo, aplicando la duda metódica universal a conceptos tales como la racionalidad económica, la productividad, la localización óptima de las actividades y la asignación de los recursos. No creo que esta teoría convenza al francés medio (ni menos aún al belga o al danés) sobre la conveniencia de producir tomates en Francia y no en España, porque detrás de los argumentos proteccionistas está la amenaza de demorar el ingreso español hasta que se cumplan unas condiciones casi imposibles, y que ni siquiera dependen de nosotros. Mi impresión es que en Bruselas no va a haber extremismo n¡ originalidad, y que la política agraria continuará siendo ecléctica, algo menos intervencionista, con precios de garantía, pero con una marcada resistencia a aumentarlos, una cierta tendencia a ayudar al pequeño agricultor en lugar de a todos, pequeños y grandes, un ojo puesto siempre en los mercados mundiales y un compás de espera ante la incertidumbre de lo que serán mañana las corrientes de intercambio, que no podrían predecirse ahora, sino con un considerable margen de error.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_