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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Encuestas electorales: ente la fantasía y la realidad

Horas después del último y famoso debate televisivo Nixon-Kennedy, los encuestadores especializados comenzaron a trabajar full-time. Los datos que presentaron a la opinión pública agotaron las existencias de bloody-mary en el equipo del malogrado presidente; el electorado, en aquel momento, estaba dispuesto a votar a Kennedy en una proporción de 3 a 1. Los resultados definitivos son de todos conocidos. Sobre un toal aproximado de 69.000.000 de electores, la ventaja de Kennedy sobre Nixon osciló tan sólo en unos 120.000 votos, cifra absolutamente ridícula si tenemos en cuenta el censo electoral. ¿Se habían equivocado los sondeos? De ninguna manera. Ocurría algo muy normal: los encuestados apoyaban a Kennedy en una proporción de 3 al veinticuatro horas después de los enfrentamientos por televisión, pero no todos el día de los comicios. Las masas cambian de opinión con rapidez.En 1948 muy pocos norteamericanos estaban dispuestos a apostar un dólar a favor de Harry Truman. Ni siquiera muchos de su propio partido, el demócrata, deseaban su elección. Cientos de leyes que el presidente había enviado al Congreso para su aprobación fueron rechazadas una tras otra. Todos los medios de comunicación sostenían al «simpático», al «dinámico» y al «progresista» Thomas E. Dewey. Los periódicos, la radio y la televisión apabullaban al «antipático» tendero que se había atrevido a sacar con cajas destempladas de la Casa Blanca a unos periodistas que dudaban de las dotes musicales de su hija Margaret, la cual, es preciso reconocerlo, era un auténtico desastre frente al piano. ¿Qué decían los sondeos? La opinión era unánime: solamente

ANTONIO DE SENILLOSA

(Diputado por Barcelona de Coalición Democrática)

con la ayuda del Todopoderoso, el «antipático» camisero de Kan' sas lograría ganar las elecciones. Contra todo pronóstico, Harry Truman fue elegido, aunque por un estrecho margen, para un nuevo período. Al día siguiente de los comicios, el Instituto Gallup, por boca de su presidente, tuvo la honradez de manifestar: «Nos equivocamos.» Una vez más las computadoras habían demostrado no hacer buenas migas con la política. En épocas conflictivas la «simpatía» y la «antipatía» significan muy poco en la vida de un líder. Casi nadie podía igualar en «antipatía» a George Clemenceau, y ahí está la historia para confirmar, con sus actos y su grandeza, qué es lo que tiene que hacer gin hombre para salvar los destinos de su patria.

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Desde la fundación del Estado israelí hasta 1977, el Poder había sido detentado por una coalición laborista. En las elecciones de este año, todas las encuestas apuntaban hacia la continuidad, máxime teniendo en cuenta los permanentes conflictos en el Medio Oriente. Resultado de las elecciones; por primera vez en la historia de Israel copa el poder el «Likud», es decir, los derechistas, rompiendo así una tradición de años y años. ¿Habían fallado los

sondeos? En absoluto. Las encuestas eran perfectas, pero los votantes consideraron que para dialogar con un duro como Sadat, lo mejor era poner al frente del Gobierno a un ex terrorista que alguna vez hizo saltar por el aire el hotel David con cientos de in

gleses dentro, el señor Menahen Beguin.

Efectuar una encuesta en Alemania en 1942 hubiera significado desperdiciar millones de marcos. ¿Quién iba a ser tan valiente para atreverse a dudar de la popularidad de Hitler? La guerra le era propicia, había liquidado a quienes le molestaban políticamente, incluidos algunos millones de judíos. Si observamos los noticiarios de la época, llegamos a la conclusión de que, excepto los paralíticos, todos los alemanes estaban en la calle con el brazo en alto, incluso los niños de cuatro años. Toneladas de flores eran arrojadas a su paso y el fervor llegaba al paroxismo. Pues bien, en ese clima de histeria colectiva se efectuó lo que se conoce como Encuesta Muller-Claudius, un trabajo que mencionan muy pocos tratadistas.

El sondeo se realizó en tales condiciones que cada pregunta podía representar la delación y el consiguiente e inmediato fusilamiento. Los resultados, obviamente, no se llevaron a ninguna institución para una posterior verificación, pero una personalidad tan rigurosa como León Poliakov afirmó que la muestra estaba planteada con «buena fe», poseía «prudencia intelectual», y, en definitiva, merecía el calificativo de «muy objetiva».

Los resultados de la Encuesta Muller-Claudius -no olvidemos

el año, 1942- resultan asombrosos, y fueron los siguientes:

Apoyo total a Hitler . . . . . 5

Totalmente en contra . . . 5 % Indiferentes . . . . . . . . . , . 69%

Dudosos 21%

¿Nos estaban engañando los periódicos y los noticiarios cuando nos enseñaban a millones de hombres y mujeres sosteniendo a sus hijos con un brazo, mientras con el otro hacían el saludo nazi? Y esos cientos de miles de hombres desfilando a paso de ganso, ¿dónde estaban? ¿Era una ficción ese racimo humano esperando horas y horas que «su» Führer se dignara pasar veloz en un auto blindado camino de la Cancillería? ¿Era Adolf Hitler, sí o no, el dueño dé Alemania? Piénsese que en 1942 solamente el 10% de la población alemana se encontraba en posiciones férreas, hombres que apostaban a favor o en contra de Hitler; el 69% aceptaba al Führer, «dejándole hacer», y el 21 % estaba en la incertidumbre. Curiosamente, 15 años después, el 95% de los alemanes (los totalmente en contra, los indiferentes y los dudosos de 1942), se convierten en antinazis y votan dentro de toda la gama política que ofrece la democracia. Solamente el 5 %, exactamente el mismo porcentaje señalado por MullerClaudius, continuó votando por sus irreductibles nostalgias totalitarias. En otras palabras: la encuesta se había «duplicado» a través del tiempo, lo que demuestra el rigor de la misma. Y ese rigor es el que exige el Grupo Parlamentario de Coalición De

mocrática en su proposición de ley para reglamentar las encuestas electorales, cuestión que, después de todo, no es ninguna novedad. En Conduire le changement, Michel Poniatowski, responsable directo de la campaña electoral de Valéry Giscard d'Estaing, afirma: «En primer lugar, una palabra sobre los sondeos. Su interés y su utilidad son incuestionables, pero bajo ciertas condiciones. En principio, no deberían publicarse más que las encuestas de opinión que procedan de organismos serios, honrados, que dispongan de los equipos y de los medios indispensables para realizar estudios que tengan un valor científico. De no ser así, cualquiera puede fabricar pretendidos sondeos, favoreciendo a éste o aquel candidato, sin que los electores tengan oportunidad de distinguir los resultados dignos de fe de aquellos que no lo son. En segundo lugar, habría que respetar una tregua de 48 horas antes de las elecciones, y ningún sondeo debería ser publicado después del mediodía del viernes anterior al día de la consulta, deteniéndose la misma campaña al atardecer de ese día. Los electores son «aporreados» actualmente por los medios audiovisuales, la prensa, las reuniones y declaraciones de toda clase. Sería saludable darles (a los electores) un respiro de dos días para digerir esa masa de información y meditar su voto. »

Poniatowski, en ese mismo trabajo, aconsejaría «huir como la peste de los expertos en publicidad u otros especialistas en marketing», pero eso ya es otra historia. Porque aquí, los políticos, gobernantes u oposición están a veces más atentos a su propaganda electoral -como si cada día hubiera elecciones- que a la Política, en mayúsculas, es decir, a los intereses del país.

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