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Los toros

Manuel Vicent

Por lo visto, el otro día el ministro de Cultura no tenía mejor cosa que hacer, de modo que se revistió de gala y se fue a presidir el reparto de unos premios taurinos, esos trofeos muy machos que ritualmente, cada año, después de una cena con natillas de postre, se ofrecen a unos señores cuyo oficio consiste en dar cuchilladas a unos animales que no tienen culpa de nada, ni del estado comatoso de nuestra cultura, ni de la basura sanguinolenta de su propia muerte. Para decirlo pronto y mal, la fiesta de los toros es un espectáculo hortera y tercermundistas, rodeado de gangsters aceitosos de tercera división, de pícaros chorizos, de hedores de desolladero, de señoritos latifundistas, patriotas con puro y clavel, de japoneses turistas que se llevan de recuerdo unas banderillas embadurnadas con sangre de conejo, de negocios sucios bien sombreados por la bandera nacional. Muchos españoles, entre ellos nuestro ministro de Cultura, creen que esta cochambre, sobre la que alguna vez se abre la flor de una verónica, es arte verdadero. El ministro de Cultura de este país se elevó poéticamente por encima de la digestión de una lubina dos salsas y formuló un canto apasionado a los maletillas de su tierra andaluza que cruzan los latifundios buscando la gloria de la billetera. Puede decir lo que quiera, porque una cena bien servida suele desatar la facundia. Uno, por su parte, ya ha pedido asilo cultural en Andorra. La cosa viene de lejos. La fiesta de los toros está asistida desde antiguo por una literatura entre lo estofado y el laurel bajo la inspiración del perro Paco. Todo consiste en mezclar la elegancia del verso gongorino con el sabor de un pincho de morcilla, en sacudir la caspa sobre las cuartillas de la mesa camilla y soñar con una raza de hombres morenos y patilludos poseídos por el valor. Después llegan unos filósofos y hablan del sacramento de la muerte, el rito del minotauro, ya se sabe, una misa idealista donde se consagra esta olla podrida.

Un cuerno de toro blandiendo hacia el aire tórrido del verano el paquete intestinal de un joven soñador de billetes es un espectáculo lleno de belleza. Las moscas verdosas que zumban alrededor de la carnicería de los matarifes con sonido de violonchelo convierten el desolladero en una sala de concierto a pleno sol. Los costurones de los pencos cosidos sobre la marcha con una aguja saquera es una buena aportación para los amigos de la UNESCO. El coloquio de los chanchullos en el patio de caballos, mientras los encargados desploman sacos terreros sobre los riñones de las bestias, es un diálogo de Platón amenizado con cerveza. Todo eso debe estar asumido por el ministerio del ramo. Pero al organismo de cultura hay que añadirle una dirección general encargada de los piensos compuestos.

Este sacrificio miserable de los toros siempre se ha visto como una expresión de la política. En el Parlamento se fabrican muchas metáforas taurinas, los discursos se traban como una faena, la oposición se establece en el tendido del ocho y en las mejores tardes todo tiene en el hemiciclo el ritual de una sangrienta capea en honor del santo patrón. No creo que la fiesta nacional, llena de tábanos, degüellos impunes y trampas africanas, sea la causa de nuestra decadencia cultural y política, como pensaba Eugenio Noel, sino todo lo contrario. Es la villanía de nuestra cultura y una larga política ratonera la que mantiene en pie un espectáculo fomentado por toda suerte de vilezas.

El público es muy libre de acudir a la fiesta que quiera, de aplaudir cornadas y sablazos, protestar animales cojos y emocionarse con los cuajarones de sangre. Yo no me meto. Sólo digo que un ministro de Cultura de un país civilizado produce una impresión deprimente cuando avala con su palabra una basura llena de moscas. Y eso es lo que ha pasado.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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