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El ciclismo no ha muerto

El ciclismo, un deporte en decadencia, ha sido noticia durante veinte días. Como en los viejos tiempos, el público se ha acercado a las carreteras para ver de cerca a los llamados esforzados de la ruta, componentes de la serpiente multicolor. La Vuelta, una ronda que se perdía, ha vuelto a tener entidad. Y ello gracias a un presidente de federación nacional -rara avis-, Luis Puig, que con su equipo ha hecho posible el espectáculo que mayores sacrificios exige a quienes lo protagonizan. El ciclismo no ha muerto.

Luis Puig es un hombre del deporte. Su historial comenzó en el hockey sobre hierba. La natación ocupó posteriormente su atención y su popularidad a nivel nacional la alcanzó con el ciclismo. Luis Puig fue feliz organizador de aquella vuelta a Valencia que firmaba el Frente de Juventudes y de la cual salieron figuras de indudable categoría internacional como Bernardo Ruiz, Salvador Botella y Fernando Manzaneque.A Luis Puig le escuché antes que a nadie decir que Bahamontes iba a ser una figura excepcional. Luego, cuando Luis Puig fue seleccionador nacional, tuvo sus más y sus menos con Federico. Sobre todo, a causa de aquel célebre lomaquillo, como bien le recordaba el pasado sábado en su tertulia de La Contrafederación Juan Benet a Juan García Hortelano. Lo del lomaquillo lo tuvo que resolver Puig con una inyección de agua del bidón que le puso a Fede, para que se sintiera con moral, ya que por entonces no tenía la del Alcoyano.

Puig pronosticó el triunfo de Bahamontes cuando éste todavía perdía la rueda del actual jefe de prensa del Ministerio de Industria, Luis López Nicolás, al que con lágrimas en los ojos le decía: «Radio, dame agua que me muero.» López Nicolás le hizo una vez un corte de mangas porque ya estaba harto de que Fede, para escaparse, prescindiera de la comida y el bidón.

Puig tuvo un final desgraciado como seleccionador y dejó paso a Langarica. Aunque durante un tiempo volvió a sus querencias, los Ruiz, Botella, Pérez Llacer, Marigil, Iturat, Jarque y El Belga, que era un mecánico sensacional, pasó al ostracismo porque con Angelino Soler, Rosa, Quesada el ciclismo valenciano dio un bajón importante. Puig, que organizaba carreras en La Alameda y El Saler, con Víctor Orquin siempre de juez, se convirtió en concejal de Valencia y al lado de Adolfo Rincón de Arellano -el primer alcalde falangista que dimitió cuando la irresistible ascensión del Opus- puso El Saler a disposición de los especuladores. Rincón de Arellano se tapó en Valencia con reivindicar a Blasco Ibáñez, pero Puig, que volvió al ciclismo como presidente de la Federación Española -antes Unión Velocipédica Española-, ha tenido que esperar a que Luis Bergareche fallase en la organización de la Vuelta para alcanzar el aplauso general.

Luis Puig organizó la Vuelta 79 casi como en los viejos tiempos. En plan amateur. Como cuando Ramón Torres era el patriarca del ciclismo catalán o como cuando Mosén Borrás, para contrarrestar al padre Venancio Marcos, que nos exigía por la radio que nos salvásemos, predicaba en favor del ciclismo. Ha salido casi todo bien y hasta Madrid le dio al final de carrera un aspecto más deportivo que el que le proporcionaron los ciclistas el pasado sábado, cuando decidieron que ganara Lasa, cuyo equipo estaba bajo mínimos. Estos detalles de solidaridad son escasos en el mundo de la bicicleta. Una vez en la Vuelta, en Albacete, por caída del suizo Koblet, se paró todo el pelotón y en el Tour, al día siguiente de la muerte por doping del inglés Tom Simpson -en el Mont Ventoux-, se decidió que se adjudicara la etapa el también británico Hoban.

Por una vez quede constancia que un presidente de federación nacional ha estado a la altura de las circunstancias.

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