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Nadie se llama Dulcinea en El Toboso

Juan Cruz

El Toboso, en la provincia de Toledo, a 130 kilómetros de Madrid, vive todavía sin agua corriente. Hasta el museo que recuerda a su heroína principal depende de autoridades que no viven en la localidad. Tiene El Toboso 2.865 habitantes, que el próximo 3 de abril elegirán a la Corporación que, en el plazo de dieciocho meses, inaugurará la primera toma de agua corriente municipal. Quizá sea la misma Corporación la que hable por primera vez con Madrid usando un teléfono automático y directo. La tierra en la que se supone que existió Dulcinea, la amada de don Quijote, se muere de sed y se despuebla, como todos los campos de La Mancha. Por emigrar, emigran hasta las dulcineas. Juan Cruz estuvo allí.

Nadie se llama Dulcinea en El Toboso.El idílico nombre inventado por Cervantes para la amada de don Quijote se ha quedado en el apelativo de un postre local, en el frontispicio de un museo de época o en la denominación de la reina de las fiestas de El Toboso. La última dulcinea, además, se casó y emigró a Valencia.

Las probables dulcineas que siguen en el pueblo alternan el aburrimiento, y el silencio con sus continuas idas y venidas a la plaza para recoger el agua con la que han de cocinar o bañarse. Por la noche pagan a cincuenta pesetas la hora de agua. Por el día es gratis. Dentro de dieciocho meses, esté pueblo manchego, mítico por su intervención en la historia literaria cervantina, situado a 130 kilómetros de Madrid, tendrá agua corriente. Veinticinco millones de pesetas ha recibido el municipio para afrontar necesidad tan perentoria. En 1981, o quizá más tarde, tendrá comunicación telefónica automática. «Cuarenta años llevo esperando que esto sea así. Y empecé a ser telefonista de El Toboso cuando tenía diecinueve», dice la operadora del pueblo.

El Museo de Dulcinea, al que Alberto Oliveras, el de Ustedes son formidables, tuvo la ocurrencia de llamar Museo del Amor, está custodiado por dos fornidas e improbables dulcineas, que viven enseñoradas en su silencio, temerosas de que la directora, que está en Toledo, castigue sin piedad cualquier indiscreción de ambas mujeres. No se pueden hacer fotos, no se pueden hacer preguntas sobre los objetos del museo, no se puede romper el idilio que el pueblo tiene con su ficción.

El alcalde es un ilustre cervantista, Jaime Olmo Martínez Pantoja, que habla dictándonos los puntos y las comas y que va deletreando los nombres de los últimos visitantes de la biblioteca cervantista que se guarda en el piso bajo del Ayuntamiento. Encaramado en su orgullo tobosiano, Jaime Olmo, 74 años, alcalde saliente, narra la historia que une a Dulcinea, el personaje de Miguel de Cervantes, al pueblo que él preside. El deduce del contexto cervantino que el autor del Quijote, nieto de un hombre de El Toboso, tenía una buena noción de la topografía del lugar. En El Toboso, además, vivió una mujer, Ana Zarco, de la que Cervantes pudo estar enamorado. Ana era dulce, asegura el alcalde: «No sería extraño que uniera el calificativo dulce y el nombre Ana y la rememorara en Don Quijote como Dulcinea.» Jaime Olmo cuenta la cándida historia para explicar luego que el museo en el que se recuerda la casa de Dulcinea perteneció, precisamente, al doctor Zarco, hermano de la enamorada de Cervantes.

A la ficción, el alcalde ha querido darle un cierto sabor histórico, y ha llenado las calles del pueblo de frases cervantinas, escritas con hierro, en las que el autor de Don Quijote, involuntariamente, describe un meditado e improbable paseo por El Toboso. Jaime Olmo cuenta kilómetros, reduce distancias, recorre lugares posibles distintos a El Toboso y afirma, sin rubor, que El Toboso fue el núcleo de los orgullos y los amores de Cervantes, y que gracias a esa experiencia el Quijote cobra riquezas tan humanas como las que tiene.

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Los cantos de los gallos

El Toboso te recibe con cantos de gallos a cualquier hora. Da la impresión de que los gallos son los seres más despiertos de este pueblo, en el que el silencio lo corta, únicamente, el deplorable sonido del agua («un agua basta, para qué le engaño ») y el ruido de la casa que la Caja Rural construye, impertérrita, junto a la iglesia del siglo XVI, monumento impresionante de un pueblo vaciado, donde hoy viven algo más de 2.500 almas, vigiladas desde lo alto de la torre por una bandera blanca que recuerda que hace un mes un hijo del pueblo se hizo sacerdote. «Este es un pueblo muy religioso», dice un vecino. Dos conventos de monjas subrayan la religiosidad. Un pueblo muy religioso y muy cooperativo: en una esquina de El Toboso, dos industriales de la cera, los seres que van a llenar de velas la próxima Semana Santa, se comparten la mercancía. «La industria -dice uno de ellos- se hunde.» La competencia es, sobre todo, valenciana y madrileña, claro. La cera de El Toboso, de la que se sienten orgullosos los vecinos, se apaga lentamente, como una pavesa que alumbrara el rostro de Dulcinea. La panadería, mantenida en régimen de cooperativa, sí que florece, porque hace buenos dulces, se esmera en purificar la masa del pan y se precia de vender baratos sus productos.

El pueblo se vacía a pesar de la reforma agraria peculiar que se instauró en El Toboso y que consiste en darles a los medianeros la posibilidad de intervenir directamente en la propiedad. Pero esta sutileza medieval y autogestionaria no puede luchar contra los tractores, del mismo modo que Don Quijote no podía luchar contra los molinos ni contra la lejanía de su señora Dulcinea. Y los tractores, como en todos los pueblos de Castilla y La Mancha, y en otras localidades rurales españolas, han desplazado hacia las ciudades a la mano de obra que antes era necesaria para cultivar cereales y viña en sitios como El Toboso.

Al alcalde de este pueblo se hace la boca agua cuando dice que un ingeniero geólogo ha descubierto una bolsa de agua en la zona que puede abastecer a una población de 40.000 habitantes. Es posible que cuando esa bolsa esté en explotación sean un millar en el Toboso. La nueva Corporación Municipal, por la que pugnan los socialistas, ucedistas, independientes de izquierda e independientes de derecha, tendrán que cambiar mucho el pueblo, quitar su aire quijotesco y medieval, si calles sin adoquines, su secular sequía doméstica, para volver atraer a las dulcineas y a los maridos, que han emigrado como emigraron los moros tras la persecución de los católicos.

Listas muy buenas

Las listas «son muy buenas», dicen los vecinos al hablar de los candidatos, como si hablaran de calidad de los cereales o como hicieran la propaganda del pueblo. En los locales sindicales o en las sedes de los partidos no hay nadie durante el día: los consultados, gente que circula por la calle, son del género electoral del no sabe, no contesta, las personas son buenas, los partidos ya veremos. Cómo muestra, UCD obtuvo unos setecientos votos en las pasadas elecciones generales. El PSOE ganó algo más de cuatrocientos. Contando con suerte, decía un señor izquierdoso que vivió la represión de la guerra y la posguerra en Toboso, los que vengan «podría hacer que este pueblo conviva otra vez sin problemas, porque al fin al cabo todos somos hermanos esta es la ciudad del amor, la ciudad de Dulcinea. ¿No ve usted que todo respira amor?», dice, mientras se escucha el canto de un gallo una joven, que acaba de comprar Ya al ciclista que viene con los diarios al pueblo, se acerca al abrevadero a buscar el agua del día. «Esa fuente, dice el alcalde, sin dejar fumar, la diseñé yo, ayudándome del mecano de uno de mis sobrinos.»

Las derechas, dice el señor que politiza con guiños su conversación, «dominaron siempre en Toboso». Tan reaccionario llegó ser el pueblo, deduce uno, que traducción rusa que había del Quijote en la biblioteca del Ayuntamiento desapareció con el fragor del combate, y aún hoy sigue aparecer, oculta acaso en algún tejado pudibundo. Su lugar había sido ocupado por el ejemplar coreano del Quijote que hace poco regaló a la misma biblioteca el embajador de Corea del Sur.

Aquí la gente creía que el mal era el que no iba a misa. Durante la República, la diferencia era tajante: en un lado estaba la banda música de los caciques, en otro, hallaba la de los republicanos. Ahora se han unido los frentes musicales y lo único que el pueblo le pide al pentagrama de la política es agua. Agua y población.

Mañana: Cuenca

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