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Reportaje:

Joan Miró: "Ahora veo la gran esperanza de la nueva España"

¿Cómo y cuándo trabaja Miró? En verdad, que su quehacer ha sido y es su propia vida. «Me levanto todos los días a las ocho -comenta el propio artista-, me baño y bajo aquí, al taller Sert, donde trabajo hasta la hora del desayuno. Luego continúo hasta las dos. Como, descanso veinte minutos e inmediatamente vuelvo aquí, al trabajo. Por la tarde reviso lo que he hecho por la mañana y preparo el trabajo del día siguiente. Pero la hora en que más trabajo es muy temprano, a eso de las cuatro de la mañana. Trabajo sin trabajar. En la cama. Entre las cuatro y las siete me entrego completamente a mi tarea. Después vuelvo a dormirme, entre las siete y las ocho. Casi siempre es así Una gran tensión espiritual.»Seis son las veces que las palabras trabajo y trabajar se repiten, de labios de Miró, en apenas cinco líneas. Lo que la historia denomina, y con toda justicia, arte y creación, él lo llama trabajar y trabajo. Trabajo y creación, arte y entrega generosa al arte, resumen la vida de este diminuto y afable personaje universal, mínimo y dulce Joan Miró, que, frente al inconfesable desdén estatal por más de cuarenta años, no ha dejado de alentar el auge cultural de Cataluña y, a la postre, de España entera.

«Hace 45 años -declara Miró- que trabajo para la cultura catalana.» Y por disipar dudas, suspicacias y sectarismos, agrega y concluye: «A veces he desesperado de ver el fin de todo esto (se refiere al régimen franquista). Ahora veo la Gran esperanza de la nueva España, con su fuerza creadora. No estoy a favor del separatismo. Estoy por la unidad española, la unidad europea, la unidad mundial. El mundo cerrado es algo obsoleto. Ya nos han liado de sobra con las fronteras. El mundo cerrado es el mundo burgués.»

Mínimo y duce Joan Miró. Tal es, sin duda, la definición que mejor cuadra a la manera de ser y aparecer de este personaje insólito (en la más recta aceptación etimológica del término), ejemplar único, por inclasificable e irrepetible, en la cuenta y recuenta del arte de nuestro tiempo. La parvedad de su estatura y la afabilidad de su trato, no exento de ironía y socarronería lugareñas, concuerdan a las mil maravillas con la advocación seráfico-rubeniana que encabeza estas líneas, en tanto la agudeza de sus ojos, perpetuamente azules, y la elocuente anticipación de sus gestos le ahorran palabras a la hora de la conversación.

Dialogar con Joan Miró es asistir a todo un repertorio de gestos, cada cual más directo, oportuno y expresivo, mientras brilla y brilla su mirada, y su mano está presta a asentir a todo lo que se le dice, impórtele o no lo que se le diga, convénzale o no lo que con él se comente, siempre y cuando no vaya contra sus más firmes convicciones, en cuyo caso se le torna severo, mínima y dulcemente severo, el ademán. Un repertorio tal que en las conversaciones mantenidas con él por Georges Raillard, de reciente edición castellana, el suma y sigue de gestos prototípicamente mironianos llega, en un momento dado, a cobrar mayor interés que las propias palabras, opiniones y anécdotas.

Hace un gesto con la mano en el aire, la alza de canto como quien trata de cortar algo en el aire, sonríe, ríe de buena gana, hace un mohín, golpea la mesa con la mano abierta, golpea con los pies, silba tres o cuatro veces como diciendo: ¡Ooh, la, la!, vuelve a silbar como para decir: palabras al viento, emite un largo y suave silbido de admiración, describe con el dedo la trayectoria de un pájaro, vuelve a sonreír, frunce la nariz, husmea el aire, dibuja un círculo en el aire, tamborilea sobre la mesa, se agita como si bailara, cierra los ojos, coje una piedra, la palpa, la manosea, la hace girar entre las manos, mueve el brazo de atrás hacia adelante cual si quisiera lanzar algo por encima del hombro...

Quien haya conversado con Joan Miró no podrá desmentir su incesante, grácil, afable y apenas perceptible sucesión de gestos. Si su pintura es, tantas veces, gestual, mucho más lo parece la explícita o tácita capacidad expresiva que de su trato dimana. He subrayado algunos de los gestos que Georges Raillard nos transcribe en sus Conversaciones con Miró por entender que en ellos se nos regala, aunque quede el secreto en los adentros, la más genuina dimensión humana, puertas afuera, del personaje. Y ello es igual cuando comenta las más relevantes empresas del arte moderno como cuando se refiere a la soledad y asiduidad de su trabajo.

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