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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La manifestación empresarial

EL MITIN convocado en Madrid, para hoy, por la Confederación Española de Organizaciones Empresariales, entre en las prácticas habituales de las sociedades pluralistas. Las centrales patronales -como las sindicales- juegan un papel prominente en la convivencia de los Estados modernos, y nada hay de objetable por eso en que la Conferencia Empresarial Española promueva campañas y organice asambleas para hacerse presente en la vida pública española. Pero cara a la concentración de hoy se debe exigir a sus organizadores que no pasen las fronteras del juego establecido ni se entreguen en manos del catastrofismo de que hicieron gala sus colegas de Barcelona y Valencia en ocasiones semejantes. ¿Qué dirían las fuerzas conservadoras del país si una o varias centrales sindicales convocaran mítines con consignas desorientadoras y tonos caóticos? La demagogia, desgraciadamente, es una hierba que se da en todos los huertos.Cualquier examen retrospectivo de nuestro inmediato pasado pone de relieve la deuda contraída por nuestro país con un importante grupo de empresarios dinámicos, competenes y audaces, que han contribuido decisivamente a modernizar nuestras estructuras productivas y comerciales. Pero también es verdad que no todos los empresarios se acomodan al tipo ideal de capitán de industria innovador y capaz que describió Schumpeter.

Bajo el antiguo régimen otro sector de la patronal gozó de manera inmerecida de los privilegios y favores del poder, y no siempre esas deferencias fueron gratuitas. En la etapa de semiautarquía, la concesión graciosa de licencias de importación o de cambios preferentes de divisas enriqueció a sectores o a empresarios individuales de manera, a veces, arbitraria. En la inmediata posguerra, las fuerzas de orden público ayudaron a que la baja capacidad adquisitiva de los trabajadores no se expresara en forma de revueltas y motines. Las huelgas fueron, durante casi cuarenta años, un grave delito, perseguible por la policía, sancionable por los tribunales y, en cualquier circunstancia, causa justificada de despido. A decir verdad, e irrazonablemente, casi la única. Los sindicatos verticales orientaron su labor asistencial en la misma línea que el nazismo alemán y el fascismo europeo; lo que significó la inexistencia. de cajas de resistencia (por lo demás inútiles, puesto que la huelga era ilegal) y la dependencia directa del aparato burocrático del Movimiento. Por lo demás, España ha sido en esas épocas un paraíso fiscal y un infierno contable: las inspecciones y la fijación de los tipos se hacían siempre sobre el supuesto sobreentendido de las dobles contabilidades.

Ahora han llegado las vacas flacas. La coyuntura exterior es adversa. Las huelgas son legales y se ha radicalizado la contestación en un reflujo histórico explicable. Los sindicatos comienzan a reconstruirse. La liberalización del comercio exterior eliminó, hace ya años la fuente de privilegios de las licencias de importación y los cambios preferenciales. La reforma fiscal en curso va a tratar de disminuir la amplísima brecha que existe entre los sistemas tributarios de las sociedades industriales avanzadas y el nuestro. Pero nada de lo que está sucediendo en nuestro país constituye una amenaza visible al sistema de libre empresa, y en la actual crisis económica todos están colaborando: los pactos de la Moncloa significan para muchos trabajadores una congelación de sus salarios reales.

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La política puesta en práctica por el señor Fuentes Quintana y sus colaboradores está orientada a frenar la inflación y mejorar nuestra balanza exterior, dos condiciones básicas para la supervivencia de nuestras empresas. Son tiempos duros, pero lo son para todos. Las quiebras y suspensiones de pagos, que es preciso evitar al máximo, no son consecuencia de la enemiga del Gobierno hacia las empresas que las padecen, sino el resultado de una situación heredada, no siempre acorde con las leyes del mercado.

Por eso, una concentración masiva como la de hoy debe transcurrir por cauces que no se confundan con una provocación a la izquierda. Los empresarios se encuentran con problemas básicos e importantes, que es preciso la sociedad les ayude a solucionar. La escasa productividad registrable, las tensiones de liquidez por culpa de una excesivamente rígida política monetaria y la indefinición del futuro en algunos temas, como el impuesto sobre sociedades, no ayudan, como es lógico, a reactivar la situación. El paro -ayer lo diría el ministro de Hacienda, en Málaga- es el gran problema hoy de nuestra economía. Y no habrá reducción del paro si no se estimula la inversión. Por último, las reclamaciones, en gran parte justificadas, que el mundo empresarial hace sobre unas leyes que permitan el despido causal y la clarificación de las relaciones laborales pueden y deben abordarse en un clima de negociación, sabiendo de antemano que no son el remedio de todos los males.

Finalmente, cabe hacerse dos preguntas. La primera, a dónde conducen actos como el de hoy. No es concebible una movilización así si no se persigue un objetivo político, y ese objetivo no ha sido declarado. La principal víctima de la manifestación empresarial parece ser el Gobierno, pero éste no es un Gobierno de derechas y no es lógico que su base sociológica y electoral ayude alegremente a tumbarlo. La segunda pregunta es esta, precisamente: ¿qué clase de demagogia verbalista ha practicado el Gabinete para enajenarse de tal modo a su principal clientela política? La gobernación del señor Suárez no es, ni de lejos, de centro izquierda, diga lo que quiera el presidente. La reforma económica, con sus errores y aciertos, no ha lesionado ni una sola de las piezas claves de la estructura capitalista de nuestro Estado. Bien es verdad que los empresarios, como el resto de los ciudadanos, se encuentran ante una situación nueva en las relaciones políticas y económicas, que es preciso asumir y que no siempre resulta fácil. ¿Pero qué secretos de incompetencia tiene este Gobierno para no habérselo sabido explicar y qué absurda complacencia practican sus ministros cuando no protestan ante las acusaciones empresariales de que se están haciendo concesiones innecesarias a la izquierda? La izquierda no le va a agradecer nada de esto, que se sepa, al señor Suárez el día de mañana, y reclamará las rentas que le correspondan de los frutos de la austeridad. Los empresarios, entonces, deberían saber -y decirlo- qué Gobierno quieren antes de criticar tan radicalmente el que ahora existe. Y asumir la realidad de que el que le sucediera no haría cosas muy diferentes en el terreno económico.

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