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La selección de los alfileres

Desde que uno empezó a ver esta temporada partidos de la selección española de fútbol, más que crónicas lo que escribió fue un rosario de lamentaciones. Más o menos quedó dicho que el deporte del balón redondo a nivel de equipo nacional en este país no tendrá solución viable, mientras no se le preste la importancia que luego, a la hora de pedir responsabilidades, se le quiere exigir. Sucedió en Dublín ante Irlanda, más tarde en Alicante contra Hungría y finalmente en el desgraciado encuentro de Bucarest frente a Rumania. Previamente se había vencido con bastante más pena que gloria a Yugoslavia, de penalti, en Sevilla.En cada caso, la misma cuestión. No se repitió nunca el equipo y se dieron paradojas de jugadores no convocados siquiera para un partido y titulares indiscutibles para el siguiente. Kubala, según su norma, vivió al día, y como entre encuentro y encuentro a veces transcurrió demasiado tiempo, acabó en lo de siempre: empatar o ganar los partidos sin trascendencia, amistosos y perder el único interesante. Pero ni a Kubala ni a nadie se le pueden echar culpas, mientras no se cambien las estructuras.

Ahora vuelven las lamentaciones porque Rumania ha ganado en Zagreb a Yugoslavia y el Mundial de Argentina es cada vez más una entelequia. Habría que ganar a los rumanos aquí en España el 26 de octubre y tras comprobar el resultado del Rumania-Yugoslavia del 13 de noviembre -una victoria o empate yugoslava aún daría esperanzas-, jugárselo todo a una carta el 30 del mismo mes en la propia Yugoslavia.

El panorama está difícil, pero no imposible. Sin embargo, lo más complicado es nuevamente el camino hasta esos compromisos. Porta ya dijo en Alicante, la víspera del España-Hungría, que la selección jugaría más amistosos internacionales. Lo repitió en Bucarest y también ahora, tras la victoria rumana sobre los yugoslavos. Habrá que verlo y «tocarlo ».

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