_
_
_
_
_
Tribuna:LOS PRÓXIMOS DIEZ MIL AÑOS / 1
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Haciendo llover en el infierno

Algunas de las islas más pequeñas del Mediterráneo carecen de manantiales de agua. Muchas de ellas están demasiado alejadas o demasiado poco densamente pobladas para llevarles agua de una manera económica, y así los habitantes se ven forzados a recoger y almacenar el agua potable en tanques de lluvia. Si se quiere conservar pura este agua hay que poner una anguila en el tanque. Pues el agua de lluvia, como el aire del que cae, contiene unos microorganismos diminutos, que son ingeridos por la anguila al beber agua. Cuando se muere la anguila, el desagradable olor proveniente del tanque de lluvia previene a su propietario de que los microorganismos se están reproduciendo descontroladamente y están convirtiendo el agua del tanque en agua estancada. Hay que lavar el tanque, rellenarlo y poner otra anguila viva en su interior.Los microorganismos como éstos son los más antiguos y numerosos de todas las especies vivientes sobre la Tierra. Aunque existen cientos de variedades diferentes, se conocen bajo el nombre general de algas. Se clasifican, según su tipo, desde la hez de la charca, hasta los crecimientos que forman algunas clases de algas marinas gigantes. De todas las formas de vida conocidas, los microorganismos de las algas parecen los más adaptados a vivir en condiciones hostiles, aunque haya cantidades muy pequeñas de agua. Se han encontrado algunos que se reproducen perfectamente en los tanques de combustible de los aviones a reacción, viviendo en el keroseno y sin tener en cuenta los cambios violentos de temperatura y presión. Se ha encontrado otro grupo en el agua de refrigeración que circula a través de los núcleos de los reactores nucleares, donde un ser humano moriría rápidamente a causa de las radiaciones. Algunas especies crecen en el desierto Antártico, donde difícilmente se encuentra tierra alguna, porque el hielo tiene cientos de metros de espesor y la temperatura es a menudo inferior a los 40º bajo cero. Otras han sobrevivido años, congeladas en bloques de hielo. Pero aparecen también en manantiales calientes, que están casi a 200º.

De todas las formas de algas, la azulverdosa, o Cyanophyta, es la más resistente. Las algas azulverdosas fueron, con pocas dudas, la primera forma genuina de vida.

Hace tres mil millones de años, la atmósfera de la Tierra tenía poco de su actual mezcla agradable de oxígeno y nitrógeno. Por el contrario, contenía enormes cantidades de dióxido de carbono, amoníaco y metano. Más tarde, desde los mares soleados y poco profundos, las algas azulverdosas atacaron el dióxido de, carbono que lo saturaba todo, para obtener el carbono que les diera la glucosa y otros alimentos de hidratos de carbono. El oxígeno, liberado del dióxido de carbono, despejó los mares y el cielo, destruyendo el amoníaco y el metano. Este oxígeno permitió a los animales evolucionar, y éstos, a su vez, exhalaron más dióxido de carbono y así proporcionaron más alimento a las plantas, etcétera, en una espiral siempre ascendente. Las algas azulverdosas han sido nuestros directos antepasados. Su resistencia, su ritmo tremendamente rápido de reproducción, su fácil disponibilidad y su avidez por atacar al dióxido de carbono han persuadido al profesor Carl Sagan, director del Laboratorio de Estudios Planetarios de la Universidad Cornell, de que es la sustancia perfecta para inyectar en la atmósfera de Venus con el propósito de convertirla en oxígeno.

La genialidad de este esquema reposa en su sencillez, en su precio relativamente bajo y en el corto tiempo, quizá tan solo dos o tres años, que tardaría en dar resultados. Se pondrán unas docenas de naves espaciales, la mayoría no tripuladas, en órbitas que formen una red en torno a Venus. Cada nave espacial llevará a bordo un gran número de cohetes pequeños, tipo torpedo. Cada noventa segundos, en puntos separados por 800 kilómetros más o menos cada nave espacial disparará uno de estos cohetes a la atmósfera. El morro de cada cohete contendrá una colonia de algas azulverdosas. Unos gramos de trilita harán estallar el morro en cuanto penetre en las nubes de dióxido de carbono, y las algas empezarán a alimentarse y a reproducirse. Una vez iniciado, este ritmo de reproducción aumentará tan rápidamente y el dióxido de carbono se descompondrá a tal velocidad, que quizá en un año la superficie de Venus sea en parte visible por los telescopios de la Tierra.

El ritmo de reproducción de las algas es la clave para el éxito del plan. En la Tierra, las algas estaban al principio tan dispersas que pasaron unos dos mil millones de años entre el primer ataque a la atmósfera primordial y la evolución de la vida avanzada animal y vegetal. Por muy rápido que sea un ritmo geométrico de crecimiento (por ejemplo, 1, 2, 4, 8, 16, 32, 64, etcétera), si el número de organismos de partida es muy pequeño en relación con el tamaño de su entorno se tardan millones de años para que el ritmo de crecimiento produzca una población densa. Pero una vez que el ritmo de crecimiento se ha hecho crítico, los números pronto se hacen colosales. Y así, en la atmósfera de Venus, donde el número de algas individuales al principio no será reducido, como ocurría en la Tierra, sino compuesto por cientos de miles de millones, y donde se pueden rellenar o reemplazar en cualquier momento por una especie más resistente si su progreso no es satisfactorio, la escala de tiempo necesaria para proporcionar vida al planeta puede reducirse por un factor de casi dos mil millones.

La primera lluvia sobre Venus

Podemos estar casi seguros de que las algas azulverdosas no sólo sobrevivirán, sino que proliferarán en un ambiente de dióxido de carbono casi puro. Hasta 1970, nadie estaba completamente seguro de que así ocurriría, puesto que no se había hecho experimento alguno para verificar la teoría. Pero ese año cuatro biólogos, pensando en el plan de Sagan, llevaron a cabo una serie de pruebas para ver qué suerte corrían distintos cultivos de algas en tanques llenos de dióxido de carbono. Para hacer más realista su simulación del cielo de Venus aumentaron la presión atmosférica en los tanques todo lo que podían soportar las paredes. Los resultados fueron no sólo un gran éxito, sino que mejoraron el plan de Sagan. Aparte de que las algas empezaron a producir oxígeno a un ritmo vertiginoso, el ritmo mismo mostró un continuo crecimiento. En un experimento típico de la serie se demostró que cada millón de células de algas aumentaba la cantidad de oxígeno un 380 por 100 cada día. Se encontró que la especie más prolífica de algas azulverdosas, y por tanto más adecuada para Venus, era un género unicelular hallado en la Tierra en manantiales calientes y conocido como Cyanidium caldarium. Si se puede aumentar la cantidad de oxígeno en la atmósfera de Venus en un 380 por 100 cada día, no puede tardar mucho hasta que ocurran cambios espectaculares.

Pronto llegará lo que algunos autores de ciencia ficción, excitados por el gran plan de Sagan, han llamado la gran lluvia. A medida que el oxígeno reemplace al dióxido de carbono, las radiaciones infrarrojas del Sol, hasta entonces atrapadas, escaparán al espacio, y la temperatura de la atmósfera inferior bajará considerablemente. El agua se concentrará a partir del vapor de agua. La materia prima para 2,5 metros de agua, extendida uniformemente sobre todo el planeta, existe en la atmósfera. de Venus. Finalmente caerán torrentes de agua sobre la superficie incandescente, barrida por la tormenta, donde nunca ha llovido.

El primer chaparrón de la gran lluvia no llegará seguramente al suelo. La lluvia no puede caer sobre una superficie que está a 500º C. A altitudes de cientos de metros se vaporizará y se elevará de nuevo hacía la alta atmósfera de la que venía. Pero se habrá logrado algo con este primer intento de encuentro entre el agua fresca y el calor extremo. La temperatura del suelo descenderá quizá 50º C. Mientras tanto, arriba, en el cielo, seguirá la transformación acelerada del dióxido de carbono en oxígeno. La fotosíntesis se producirá a medida que las algas elaboren hidratos de carbono a partir del oxígeno y carbonos atmosféricos. De estos hidratos de carbono surgirán los compuestos químicos orgánicos complejos que traerán la vida vegetal a la superficie del planeta.

Pronto la gran lluvia volverá a producirse. Esta vez se acercará más a la superficie antes de vaporizarse, y la temperatura del suelo tomará a disminuir, quizá 75º C. Después de cada intento, la superficie queda más fría y el dióxido de carbono de arriba se descompondrá más. Al final, cuando el suelo esté alrededor de 100º C, se desatará el torrente. Los desiertos se disolverán en ríos y lagos turbios bajo un descomunal muro de agua. La mayor parte de ella se escurrirá dentro de la tierra (si se puede dar este nombre a la superficie de un desierto rocoso), formando millones de diminutos canales subterráneos, humedeciendo su suelo y preparándolo para la llegada de las moléculas complejas que formarán los sillares de la vida vegetal. La conquista final de la superficie por la gran lluvia habrá hecho bajar la temperatura aún más, quizá a 20º ó 30º C. «Cuando caiga la lluvia» -explica Sagan-, «las nubes que retienen el calor desaparecerán en parte, dejando una atmósfera rica en oxígeno y una temperatura lo suficientemente fresca para mantener a plantas y animales resistentes de la Tierra». Se formarán océanos en las depresiones, perpetuando los ciclos de lluvia que alimentarán a la vida vegetal.

Ocurrirá una última reacción a medida que se aclare el cielo y se pueda ver el Sol por primera vez en la larga y monótona historia de Venus. El nuevo oxígeno atmosférico se combinará con la luz del Sol para crear, arriba, en la estratosfera, una capa de ozono que absorba los peligrosos rayos solares ultravioletas. Las capas de ozono son indispensables para un planeta en donde viva la gente sin trajes espaciales. Protegen la vida en la Tierra; sin ellos nuestro mundo no sería habitable. El esquema global de Ságan, que no requiere más gastos que los implicados en una docena más o menos de naves espaciales en órbita y unos miles de pequeños cohetes de algas, nos pondría en posesión de las asombrosas riquezas de un segundo mundo.

Asombrosas riquezas de un segundo mundo

Es la simplicidad de la idea la que la hace tan atrayente. Desde antes de 1950 se han hecho planes para reacondicionar o «volver similares a la Tierra» a los planetas vecinos. Pero estos planes eran demasiado complicados y costosos. O bien dependían de la vida vegetal ya existente en el planeta en cuestión, o bien requerían una ingeniería fisica en una escala planetaria que costaría trillones de dólares. Los productos nacionales brutos de las naciones industrializadasserán demasiado pequeños durante el siglo XXI para permitir algún proyecto que cueste trillones, o siquiera billones de dólares, por muy deseables que pudieran ser socialmente. En los siglos XXIII o XXIV será una cuestión diferente. En esas épocas remotas la raza humana tendrá necesidad de embarcarse en proyectos de ingenieria que requerirán tales gastos de financiación, que su mera sugerencia llevaría hoy día a una comisión de presupuesto a la histeria. Pero hasta la segunda mitad del siglo XXI, por lo menos, una agencia espacial nacional o internacional, o un consorcio de corporaciones, tendrá que limitarse a proyectos espaciales que cuesten menos de un billón de dólares, aun teniendo en cuenta la inflación que se registre por entonces. El plan de Sagan para Venus, con su modesta flota de naves espaciales, de las que sólo necesitan ser tripuladas una minoría, puede muy bien financiarse por debajo de estos límites.

Podría surgir un problema ético si se detecta vida animal en la atmósfera central de Venus, a unos 60 kilómetros sobre la superficie. Esta parte de la atmósfera está a mucho menos de 500º C. Está tanto más fría, de hecho, que muchos astrónomos creen que las nubes centrales contienen grandes cantidades de cristales de hielo. Las partes bajas de estas nubes están ligeramente más calientes, y probablemente estén formadas de gotitas de agua. En la mitad inferior de estas nubes, ha sugerido Sagan, pueden, existir criaturas vivientes.

No quiero decir que esto implique la existencia de una vasta civilización aérea, que flote siempre indolentemente en las nubes. Estas criaturas podrían no estar más avanzadas que las medusas. Sagan especula que podrían parecerse a sacos de gas y su tamaño estaría entre el de una pelota de ping-pong y un balón de fútbol. Se propulsarían en el cielo por el mismo principio que un motor a reacción, aspirando gases por delante y expulsándolos por detrás. Sería una forma de vida animal que viviría de dióxido de carbono. Las algas, al descomponer el dióxido de carbono, estarían descomponiendo su habitat, y, en cierto sentido, el hombre estaría cometiendo un genocidio.

El dilema moral fue imaginado en una famosa obra de ciencia ficción de los años 30 (la ciencia ficción tiene a menudo un valor incalculable para la discusión de problemas hipotéticos), Las and Firstmen (El primero y el último hombre), en la que su autor, Olaf Stapledon extrapolaba de un modo claro la carrera futura de la historia humana en miles de millones de años. El Venus de Stapledon estaba en parte cubierto de océanos, que hacían su asimilación a la Tierra mucho más fácil. En este escenario, una especie humana evolucionada, llamada los quintos hombres, se veía forzada a hacer Venus habitable y a emigrar allí, porque la Luna estaba a punto de estrellarse en la Tierra:

Entonces surgió otro problema. Varias estaciones de eletrólisis en Venus fueron destrozadas, aparentemente a causa de una erupción submarina. También estallaron misteriosamente una serie de barcos de éter encargados de vigilar el océano. Evidentemente tenía que haber vida inteligente en alguna parte de los océanos de Venus. Y, por supuesto, los venusianos marinos estaban irritados por la constante intromisión en su mundo acuoso, y decididos a pararla. Como todos los intentos para parlamentar con los venusianos fracasaron totalmente, era imposible establecer un compromiso. Los quintos hombres se enfrentaban, por tanto, a un grave problema moral. ¿Qué derecho tenía el hombre de interferir en un mundo que ya poseían unos seres vivientes? Por otra parte, o se proseguía la emigración a Venus, o la humanidad sería destruida.

Se decidió sacar a los venusianos de su miseria tan pronto como fuera posible. La gran matanza consiguiente influyó en el espíritu humano en dos direcciones opuestas; por un lado, llevando a la desesperación; por otro, a la exaltación. El horror de la matanza produjo una culpabilidad obsesionante en el espíritu de todos los hombres, una aversión irracional hacia la humanidad por haberse visto llevada a matar para salvarse a sí misma. Pero pronto brotó una nueva disposición de ánimo. La matanza de los venusianos era terrible, pero recta. Había sido cometida sin odio. Este estado de ánimo, de voluntad inexorable, aunque no despiadada, intensificó la sensibilidad espiritual de la especie humana, refinó, por decirlo de algún modo, su oído espiritual, y le reveló tonos y temas de la música universal que habían estado en la sombra hasta entonces.

En el Venus real, como hemos visto, hay muy pocas probabilidades de hallar vida inteligente. Aunque la extinción deliberada de una vida inteligente ajena para reemplazarla por una colonia humana se consideraría con razón un crimen ultrajante, la eliminación de miles de millones de criaturas que no posean poderes mentales superiores a los de las amebas o las medusas no sería seguramente causa de ninguna crisis de conciencia. Una protesta así vendría seguramente de científicos que lamentarían la destrucción de una especie antes de haberla estudiado debidamente; una protesta contra el momento del acto de la destrucción más que contra el acto mismo. Los colonos de Venus, sin embargo, ignorarán hasta este tono mas benigno de objeción. Estarán más interesados en crear su propio hábitat que en conservar uno que es hostil a toda vida.

Vivir en Venus tendrá sus inconvenientes. Por razones que no se comprenden todavía, el planeta gira con extrema lentitud, tan despacio, que pasan ciento dieciocho días terrestres entre cada puesta de Sol. Cada día y cada noche duran alrededor de sesenta días terrestres. Las noches de dos meses, con su frío intenso y sus vientos heladores, se parecerán a los inviernos del Artico. Para evitar estas vigilias, los colonos necesitarán campamentos de día y de noche, cada uno en los antípodas. Mudándose contínuamente de este modo (un viaje de más de 15.000 kilómetros cada dos meses), será posible vivir con una perpetua luz de día.

El lento cielo de rotación podría, a primera vista, desalentar la construcción de grandes y elegantes ciudades, cuyo carácter fijo y permanente, según la teoría de la civilización de lord Clark, es siempre prueba de una cultura duradera, porque demuestra la autoconfianza de una raza que construye para el futuro, en contraste con una tribu de nómadas que viven en tiendas. Pero, por esta razón, porque los pobladores de Venus querrán demostrar, aunque sólo sea ante ellos mismos, su confianza y su sentido de permanencia, predigo que estas ciudades serán construidas, a pesar del inconveniente de las estaciones. Luces potentes y calles con calefacción podrán proporcionar, sin duda, un confort nocturno tolerable. Con el tiempo se dispondrá seguramente de satélites sincrónicos que, por medio de potentes reactores nucleares, llevarán luz diurna artificial a cualquier lugar deseado.

Abuelos antes de los 35 años

Estoy tratando de hacer un cuadro del primer crecimiento de un mundo joven, poblado de intrépidos colonos granjeros, y otros, decididos a ser independientes de la Tierra y a huir a Venus de los peligros terrestres de la polución, la superpoblación y la guerra. Pero ni siquiera se puede esperar que la nueva civilización de Venus, con sus paisajes alíseos y sus enormes extensiones agrícolas, prospere durante mucho más de dos siglos y medio. Venus no puede ser más que un remedio temporal para la claustrofobia en el planeta de origen. Los problemas de la Tierra se volverán a crear pronto. No podrá haber era pre-industrial de felicidad sin máquinas, pues los colonos llegarán armados con todos los poderes de la tecnología del siglo XXI. No se interesarán para nada por el control de la natalidad, pues al principio ocuparán y explotarán sólo uña pequeña parte de la amplia superficie del planeta, y también porque una población que crezca de prisa les parecerá el mejor seguro contra cualquier decisión de los gobiernos de la Tierra de hacerlos volver a casa. Su postura hacia la planificación familiar será, muy probablemente, la opuesta a la nuestra de hoy día. Con el repetido lema de sus dirigentes Poblemos nuestro mundo, la mayoría de las personal considerarán su deber casarse antes de los veinte años y tener ocho o nueve hijos. Un hombre puede esperar ser abuelo antes de los treinta y cinco años y bisabuelo antes de los cincuenta y cinco. Supongamos, por ejemplo, que los colonos son en su origen unos mil, de ambos sexos y bastante igualados, y poseen técnicas médicas avanzadas que hacen que las enfermedades fatales sean extremadamente raras. Supongamos que se deciden por una política de población de crecimiento máximo, por las razones que he dado antes. Su tasa de crecimiento medio anual de la población podría fácilmente llegar al 7 por 100 después de unos años. Esto significa duplicarse cada diez años. Se puede calcular que, con esta tasa, en dos siglos la población original de mil habrá llegado a mil millones, y que en tres siglos será de 1,1 billones, ¡más de 330 veces la población de la Tierra en 1970!

Por nobles que sean las intenciones de los colonos al principio, la natural tendencia humana a la querella se impondrá pronto. Se pelearán con la Tierra cuando sean pocos, y emprenderán guerras civiles cuando su número crezca suficientemente. En unos siglos, el sueño de ocupar un nuevo mundo de enormes espacios abiertos se habrá disipado, y el hombre será el propietario de dos mundos, de tamaño casi iguales, y cada uno viciado por problemas similares.

Por desgracia, Venus es el único planeta del Sistema Solar cuyo tamaño y proximidad al Sol le hacen adecuado para una asimilación a la Tierra relativamente barata. El dióxido de carbono atmosférico de Marte tiene una densidad de alrededor de un diezmilésimo del de Venus, y por tanto hay pocas esperanzas de sembrarlo de algas con provecho. Sagan ha propuesto un esquema para una formación en Marte similar a la de la Tierra, que implica derretir la capa de hielo del polo norte y distribuir el agua y vapor resultantes por la superficie del planeta. Este plan requiere una actividad ingenieril considerable en la superficie, y sería, por tanto, más difícil y costoso que su plan para Venus.

En cuanto a las grandes masas planetarias del Sistema Solar, se tardarán muchos siglos y serán necesarios muchos gastos antes de que puedan ser explotadas para la construcción real de nuevos mundos del tamaño de la Tierra y próximos al Sol. Será entre tanto necesario emigrar a los planetas en órbita alrededor de otras estrellas. Pero las estrellas, a diferencia de los planetas del Sol, están tan alejadas que las posibilidades de que los hombres lleguen alguna vez a ellas podrían parecer, en primera instancia, muy pobres. La estrella más cercana, Próxima Centauri, está nada menos que a 38 billones de kilómetros de la Tierra.

Esta enorme distancia se puede visualizar más fácilmente si imaginamos el Sol contraído a sólo 30 centímetros de diámetro. Si el Sol estuviera situado, por ejemplo, en Londres, en el centro de Picadilly Circus, la Tierra sería una pelota diminuta a 32,5 metros. El planeta gigante Júpiter estaría a 170 metros, y con un diámetro de sólo tres centímetros, y Plutón, el más alejado de los planetas conocidos del SoI, estaría a 1,6 kilómetros, en Hyde Park Corner. Pero Próxima Centauri, segun este cálculo de posiciones, estaría a 6.400 kilómetros, en algún sitio cercano a la ciudad de Kansas. A las velocidades máximas actuales de las naves Apolo (40.640 km/h), una nave espacial tardaría muchos siglos en llegar a la estrella más cercana. Aunque se pudiese acelerar esta nave a cientos de millones de kilómetros por hora, los tiempos de viaje habrían de contarse todavía en años. Por fortuna, los años 60 han presenciado un gran auge en el conocimiento cosmológico, y nuestros supuestos sobre la naturaleza física del Universo han cambiado radicalmente.

Próximo capítulo:

Tarde o temprano, los habitantes de la Tierra tendrán que destruir Júpiter, pues sólo en los fragmentos del planeta gigante encontrarán espacio suficiente para su crecida población y materias primas para sus operaciones industriales.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_