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El Athletic remonta con suspense ante el Sporting

Dos goles de Muniain y Aduriz dan la vuelta a tanto inicial visitante

Muniain marca el primer gol del Athletic.
Muniain marca el primer gol del Athletic.J. M. Serrano Arce (Getty)

No era fútbol de alta escuela ni de baja estopa, ni de baja intensidad, porque el pálpito del partido era hipertenso, tanto que los errores se acumulaban. El gol de Sporting, por un penalti que recibió y despacho Cop, convirtió San Mamés en una planta de cardiología saturada de urgencias. La presunta placidez de una tarde de domingo se convirtió de pronto en un ir y venir de sueños y ansiedades. El gol de Cop fue adrenalina pura para la depresión anímica del Sporting, que se agarra a la vida (de Primera) con los dedos pulgares de los luchadores.

De pronto vio que la música sonaba bien otro, que jugaba bien, con orden, sin demasiados apuros, sin meter mucho ruido y poco miedo y que el Athletic tartamudeaba en su juego, con Beñat escondido entre los centrales, San José aturdido en una tormenta y Aduriz tan aislado que debió coger frío a juzgar por los dos goles que le sacó Cuéllar, con todo a favor del delantero (y no de cualquier delantero) y todo en contra de un portero sin abogados y el jurado popular en su contra. Y se libró del daño previsto.

El problema del Sporting es el que ya definió el pintor Willem de Koonig cuando afirmó que “el problema de ser pobre es que te ocupa todo el tiempo”. Y al Sporting el tiempo le dio para medio partido. Cada minuto tras el gol significaba una prueba de coraje para ambos y un ejemplo de ineficacia rojiblanca. Y sin embargo latía en San Mames la intuición de la remontada. Suele suceder cuando un equipo -el Sporting- se hace fuerte en su refugio, y el otro -el Athletic- enciende las antorchas aunque se le apaguen continuamente. Se atisbaba que Aduriz buscaba el gol, que Muniain buscaba su jugada y que el conjunto de Rubi buscaba provisiones en el trastero de su área. Aun así, el Athletic fallaba demasiado. Y de la peor forma, porque fallar el último pase es una cuestión de habilidad, de precisión máxima, pero fallar el antepenúltimo o el anterior es una grosería. Y el Athletic cometía demasiadas groserías como para superar un examen de eficiencia. Tangos como veces se caían Muniain o Lekue, resbaloso como una magdalena en la leche.

Quien más se ganó al público fue Amorebieta, desapreciado por sus ex aficionados, tras un rifi rafe con Aduriz. A la media hora el ex rojiblanco ya había dejado su impronta, tanto tiempo fuera de San Mames. Luego hubo más.

La segunda mitad fue la esperada. El Sporting defendiendo su botín cada vez más atrás, más atrás, porque además el Athletic metió a Williams y Canella lo lamentó. Tan a gusto había vivido hasta entonces que se le vino la casa encima. Y cayó el gol como la lluvia en Bilbao, mansa y rápida: un robo de Raúl García, un toque de Williams, otro de Muniain, otro de Williams y gol de Muniain. Tres jugadores a los que el Sporting, desordenado, no pudo quitarles el balón. Y luego Aduriz que yerra dos remates solo ante Cuéllar (el portero también juega) y el Athletic a la carga reconociéndose por fin a si mismo, porque Williams le obliga a correr, a desplegarse.

Y el partido acabó como empezó, con otro penalti (ambos lo fueron) a Muniain que transformó Aduriz, A la tercera fue su vencida entre el silencio sepulcral de San Mamés. El Sporting no se rindió, escarbó, buscó, pero la desesperación le llevó a donde no debía, a la acumulación de faltas que beneficiaban el reloj del Athletic. Cuando el reloj se paró, el Sporting se tocó los bolsillos y los vio vacíos.

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